La portada de mañana
Acceder
16 grandes ciudades no están en el sistema VioGén
El Gobierno estudia excluir a los ultraderechistas de la acusación popular
OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

El disputado voto en Castilla y León que despejará hasta dónde llega el maridaje entre Casado y Vox

29 de enero de 2022 22:51 h

0

Un pueblo semiabandonado en Burgos de lo que hoy llamaríamos la España vaciada, dos únicos vecinos que no se dirigen la palabra, el abandono del campo, una caravana de políticos, la propaganda electoral, el contraste entre dos realidades… El disputado voto del señor Cayo,  la novela con la que Miguel Delibes reivindicó el mundo rural frente al urbano, bien podría servir para recrear una de las jornadas que protagonizan los líderes nacionales estos días en cualquiera de los 2.248 municipios de Castilla y León. 

En la tierra del cochinillo de Segovia, del chuletón de Ávila, de la morcilla de Burgos o del hornazo de Salamanca nunca antes se habían celebrado unas elecciones con una única urna -siempre habían coincidido con las municipales-. Nunca antes se habían anticipado unos comicios. Nunca antes habían tenido lugar en pleno invierno y en medio de una pandemia. Y nunca antes todos los ojos de la política nacional estuvieron puestos sobre su territorio. El cómo afectará todo esto al resultado final, encuestas aparte, es aún una incógnita que no se despejará hasta dentro de dos domingos. 

Lo que sí es bastante obvio es que unas elecciones en Castilla y León jamás suscitaron tanto interés. Por el anunciado crecimiento de Vox, por otro previsible hundimiento de Ciudadanos, por la irrupción de la España Vaciada y por lo que su resultado pueda suponer para las estrategias y el devenir de los partidos nacionales.  De momento, el PP parece que se precipitó en vender la piel del oso antes de cazarlo. Desde que Alfonso Fernández Mañueco rompió el gobierno de coalición con Cs y convocó anticipadamente a las urnas -por imperativo o no de la calle Génova- generó una expectativa triunfalista y, con la ayuda de los medios amigos, creó un marco de victoria rotunda al borde de la mayoría absoluta, algo que ahora empezada ya la campaña no le otorga ningún sondeo, ni siquiera los propios.

La dirección nacional ve hoy casi imposible rozar siquiera los 41 escaños que le otorgaría la mayoría absoluta, y ya sólo aspira a que su resultado sume más diputados que los de toda la izquierda, de tal modo que a Vox no le quede otra opción que permitir un gobierno en solitario.  Un escenario que dependería en todo caso de la voluntad de la formación de Abascal, que no parece estar por la labor,  sino todo lo contrario. Esta vez la ultraderecha ha explicitado que si sus diputados son imprescindibles para garantizar la gobernabilidad, exigirán formar parte del gabinete autonómico, lo que trastocaría los planes de la calle Génova y lastraría en buena medida la estrategia de Casado en su carrera hacia la presidencia del Gobierno. En el cuartel general de los populares son conscientes de que si gobiernan en coalición con la extrema derecha, la izquierda tendría la campaña electoral de las generales prácticamente hecha dentro de dos años..

Para el PP, estas elecciones no van de otra cosa más que de de ir situando a Casado en la pista de aterrizaje para unas futuras generales y preparar el terreno, tras el éxito de Ayuso en Madrid, el que esperan anotarse el 13F y, más pronto que tarde, también el de Andalucía. Para ello ha movilizado a Aznar, a Rajoy, a todos los barones y a todas las vacas, ovejas y cerdos que ha encontrado a su paso y le hacen de atrezzo en cada uno de sus mítines.

Su planteamiento de campaña, en clave estrictamente nacional y con el Gobierno de España en el centro de su diana, pretende ocultar, además de la corrupción del PP en Castilla y León y de la Junta,  lo que en realidad está en juego, que es sólo hasta dónde está dispuesto a llegar el PP en su maridaje con la extrema derecha. Más claro: si está dispuesto a que Vox entre por primera vez en un gobierno.

Casado se ha echado encima la responsabilidad del resultado que obtenga Mañueco al plantear la cita casi como un plebiscito sobre las políticas del Gobierno de Sánchez y emular la estrategia con la que Ayuso barrió en las autonómicas de Madrid el pasado mayo. “Sanchismo o Mañueco” es ahora la consigna. El adversario no es el socialista Luis Tudanca, sino Pedro Sánchez, y el eje de la campaña no son las necesidades de los castellano leoneses, sino un supuesto descontrol de la gestión de los fondos europeos, una enésima, y también supuesta, crisis de la coalición entre PSOE y Unidas Podemos y las políticas “radicales” del Ejecutivo “socialcomunista”. Del crecimiento en un 5% del PIB interanual de 2021, los más de 800.000 nuevos empleos, el descenso espectacular del paro, la subida del SMI, la revalorización de las pensiones o las inversiones en la España vaciada no se habla. Sólo de concentrar el voto en el PP para conseguir un gobierno en solitario. 

Por su parte, el PSOE, que ya fue primera fuerza política en 2019, aspira a lograr una mayoría que sume con el resto de la izquierda y obligue a Mañueco a retratarse en su relación con Vox. Su candidato, Luis Tudanca, se esfuerza por sacar del marco nacional la campaña y romper con la inercia de una derecha que, de mantener el poder institucional en una región donde lleva gobernando 35 años, hable de un inminente cambio de ciclo político tras el 13F y las próximas elecciones andaluzas que se celebrarán con bastante probabilidad en primavera.

La Moncloa, por su parte, huye del relato de que en estos comicios se examina la coalición de gobierno y recuerda que al entusiasmo desbordante del PP tras la victoria de Ayuso en mayo, le precedió un resultado en Catalunya que prácticamente sacó del mapa electoral de aquella Comunidad a los populares. En Ferraz transmiten que las encuestas, casi todas adversas para sus intereses -a excepción de la del CIS, que sitúa al PSOE en primera posición-, que el partido está movilizado y volcado con Tudanca y que ellos, a diferencia del PP, notan una pulsión de cambio en Castilla y León, una región donde la fortaleza del socialismo está en el poder municipal: gobiernan en cinco de las nueve capitales de provincia. Sus esperanzas están puestas en que Vox y el PP no sumen y en que la izquierda pueda formar gobierno con la España Vaciada y con Ciudadanos, si es que finalmente obtiene representación. 

Y es que si hay alguna certeza en esta campaña es la nueva debacle que se espera en la formación naranja. El partido de Inés Arrimadas, que se juega la supervivencia después de la desaparición en Madrid y el descalabro unos meses antes en Catalunya, aspira a ser imprescindible y con ello a vengarse de la ruptura con nocturnidad y sin previo aviso del Gobierno regional que precipitó Mañueco. A nadie se le escapa que el resultado del 13F determinará el rumbo de la acción política de los naranjas el tiempo que les quede en la arena nacional. De la regional, ya fueron desalojados en un solo año de los gobiernos de Murcia, Madrid y Castilla y León. Un mal resultado ahora en Castilla y León y en unos meses en Andalucía les dejaría sin resuello para las generales y autonómicas. De ahí que Arrimadas trate en las últimas semanas de asomar la cabeza y se haya prestado a apoyar, antes de que nadie se lo pidiera, la reforma laboral que el Gobierno pactó con sindicatos y patronal. Ese aval, si finalmente los socios parlamentarios habituales del Gobierno no apoyan la convalidación del decreto, permitirá a la líder del ex partido de Rivera presentarse de nuevo como una formación transversal como si no hubiera transitado en los últimos años por la senda de una radicalidad cercana en ocasiones a Vox.

Estas serán, por otra parte, las primeras elecciones que los morados afronten bajo el mandato de Ione Belarra y, en la teoría -aunque no en la práctica- sin la tutela de Pablo Iglesias. El ex líder de Unidas Podemos, reconvertido al “periodismo crítico” está más presente que nunca y con sus intervenciones en radio y sus artículos en prensa, sigue siendo el oráculo de los herederos políticos del 15-M. Para ellos, el 13F es una oportunidad para fortalecer su débil implantación territorial, tras la desaparición del mapa gallego y un severo retroceso en el País Vasco y en Madrid. La manipulación de las declaraciones de Alberto Garzón sobre las macrogranjas creen que ha jugado en su favor y que podrán mejorar el resultado del 2019, cuando obtuvieron sólo un escaño. Unidas Podemos, que se presenta por primera vez como coalición en Castilla y León, necesita un buen resultado para reivindicar el lugar que le corresponde en la negociación que más pronto que tarde tendrá que afrontar con Yolanda Díaz para la configuración del frente de izquierdas que la vicepresidenta segunda aspira a liderar para las próximas generales. 

Y la gran incógnita de estas elecciones es sin duda el resultado que obtenga la España vaciada, ya que marcará la senda por la que transitará las plataforma en las próximas autonómicas y generales. Ellos, como Vox, ahora aspiran a ser decisivos en Castilla y León, como lo fue Tomás Guitarte, de Teruel Existe, en la investidura de Pedro Sánchez. Y después, en el plano nacional, dicen, apoyarán por la izquierda o por la derecha a quien garantice la lucha contra la despoblación.