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Unas elecciones con dos bloques muy ajustados deciden por primera vez si la extrema derecha llega al Gobierno

Nadie le dijo a Pablo Casado que después de ganar el liderazgo de un PP acosado por su propia corrupción y derrotado en una moción de censura iba a tener que enfrentarse a otras primarias para decidir quién lidera la derecha en España. Las elecciones de este domingo medirán hasta qué punto llega la desintegración del Partido Popular, mientras la extrema derecha de Vox entra en las instituciones con una potencia que ya la hubiera querido para sí Blas Piñar, allá por 1979.

Las elecciones aclararán si la irrupción de Vox sirve para hacer presidente a Pablo Casado o para hundirle definitivamente. Las tres derechas llegan al 28A con opciones de Gobierno. Frente a esa posibilidad, el PSOE se vislumbra como el principal favorito para ocupar el primer puesto tras el recuento.

Pedro Sánchez fía toda su suerte a la movilización de la izquierda para mantenerse en el poder con el mínimo número de socios posible: su preferencia es un entendimiento con Pablo Iglesias, pero nunca ha cerrado del todo la puerta a un Gobierno con Albert Rivera. El candidato socialista está esperando las jugadas que le ofrecerán las cartas que se reparten este domingo. Durante la campaña ha servido guante blanco para Iglesias y puerta entreabierta para Rivera.

En la dirección del PSOE aseguran que “Ciudadanos no es la opción” y que la ambigüedad de la campaña responde a su estrategia de conservar todos los votos posibles en el centro. Ferraz daría por buena ahora la posibilidad de llegar al Gobierno solo con los apoyos de Podemos, Compromís y PNV. Atrás queda el optimismo expresado por Sánchez en el primer debate, cuando afirmó que pretendía “una mayoría suficiente” para gobernar en solitario con ministros del PSOE y algún independiente.

Las elecciones deciden también el papel que el independentismo tendrá en el próximo tiempo político. Sánchez busca los números para no depender de los nacionalistas catalanes. Los sondeos publicados sitúan a ERC al alza, con posibilidad de superar los 15 escaños. Su abstención en la investidura podría ser necesaria para Sánchez, a la luz de los ajustados equilibrios que señalan las encuestas. En el mundo independentista, mientras tanto, dicen que quien quiera al PSOE en el Gobierno no piense que lo conseguirá a través de ellos.

El PSOE ha hecho una campaña parecida a la que el equipo de Sánchez le criticó a Susana Díaz en diciembre. Han actuado como un partido asentado en el Gobierno, cuando solo llevaban 10 meses en el poder. Se han mostrado conservadores, como quien espera recibir lo que es suyo. En los últimos compases la preocupación se ha instalado en Moncloa y también en Ferraz: los debates “no han ido bien” para Sánchez y la movilización de la izquierda anuncia un crecimiento de Unidas Podemos, a quienes los socialistas dieron por muertos hace tan solo unas semanas.

Si se confirman los pronósticos de los sondeos, el candidato a la reelección tendría que incluir a Unidas Podemos en su gobierno. Como asegura un histórico dirigente del PSOE, “la victoria está en un lugar en el que nunca antes había estado”.

A los socialistas ya no les consuela el apoyo que han recibido del exterior. Periódicos como Financial Times, The Economist o Le Monde han expresado su temor ante la posibilidad de un Gobierno participado por Vox y han reclamado el apoyo para Sánchez. Ni siquiera el refrendo de alguna de las biblias del liberalismo a nivel internacional sirve para que Sánchez afronte con tranquilidad una jornada de reflexión, en la que a la sede de Ferraz han seguido llegando encuestas.

Batalla en la derecha

La campaña ha supuesto para la derecha la apertura de una guerra que solo se visualizó con crudeza en los últimos días. Partido Popular, Ciudadanos y Vox encararon las elecciones con la consigna de no pelearse entre ellos. El pacto no duró y así quedó reflejado en el último de los dos debates, en el que Rivera y Casado midieron sus diferencias ante las cámaras.

Un día después de ese enfrentamiento televisado, Ciudadanos anunciaba el fichaje de Ángel Garrido. El expresidente de la Comunidad de Madrid por el PP aparecía ante las cámaras con una carpeta naranja bajo el brazo. Se asentaba la idea de que estas elecciones pueden escribir la crónica de un PP en riesgo de demolición. El domingo se aclara quién está al frente del bloque ideológico de las tres derechas y cuál es el tamaño de la herida que se le supone al Partido Popular.

José María Aznar, uno de los principales apoyos de Casado, marcó a finales de marzo distancias con Vox al asegurar que los de Abascal no le sostenían la mirada. Pese a las palabras de su mentor, Casado acabaría firmando en el último día de campaña su oferta desesperada: ministerios para el partido de extrema derecha, en caso de que den los números. Casado llega a las urnas en estado de pánico. En su último mitin, no consiguió llenar el Palacio de Deportes de Madrid y tuvo que cerrar las gradas más elevadas en previsión de la falta de aforo.

En la dirección del PP temen que el resultado del domingo suponga el inicio del fin, teniendo en cuenta que tras las generales se juegan el reparto del poder municipal y autonómico que se decide a finales de mayo. Con o sin ruido de sables, tras las elecciones empieza otra campaña. La única alternativa para Casado es que sumen las tres derechas y ser el primero en esa carrera. Vox puede elevar o hundir a Casado definitivamente.

Ciudadanos se juega el domingo su apuesta por el sorpaso sobre el PP, aunque ninguna encuesta publicada les sitúa en condiciones de conseguirlo. Albert Rivera ha decidido apostarlo todo a la idea de que el partido fundado por Manuel Fraga está derrumbándose y que esa ruina acabará por cimentar sus opciones de remontada. En su carrera por ser el segundo partido en el Congreso, Ciudadanos puede acabar en la cuarta posición: los últimos sondeos aseguran que Unidas Podemos ya estaría en la estela de los naranjas.

Vuelve el eje ideológico

La irrupción del 15M, hace casi ocho años, aportó como novedad política la superación del bloque izquierda/derecha. Fue un espejismo que ahora se deshace como consecuencia de la irrupción de Vox. Los bloques ideológicos vuelven a cobrar importancia y de su volumen dependerá las posibilidades de formar Gobierno para el Partido Socialista, si se cumplen las previsiones que le sitúan como favorito. Una mayoría clara para la suma de PSOE y Podemos alejaría el fantasma de repetición electoral, que el propio Ejecutivo ha alimentado en su último Consejo de Ministros antes de las elecciones.

Las últimas previsiones señalan que las derechas no suman y que la participación estará por encima del 70%. La experiencia asegura que una alta participación trae consigo un Gobierno de izquierdas pero la tradición, al igual que los sociólogos, dicen que nunca se había enfrentado a un panorama tan fragmentado y con una formación como la que lidera Santiago Abascal. Con un porcentaje de indecisos cercano al 30%, cualquier cálculo tiene un gran margen de error.

El reparto de los escaños en las pequeñas provincias también supone una incógnita sobre la que los sociólogos advierten a la hora de elaborar los sondeos. La 'España vacía' debe repartir sus votos entre una oferta de cinco candidatos y está por ver cómo se comporta Vox en esos territorios. Abascal puede perder el aliento en la españa interior o conseguir un vuelco que las encuestas no han medido para él.

El sociólogo Narciso Michavila, cuya encuesta avisó de la llegada de Vox en Andalucía, publicó el pasado viernes un enigmático tuit en el que pretendía explicar lo que dicen sus encuestas sin decirlo: “13-5-2001. Ahí tenéis la clave”, decía en su mensaje.

La fecha señalada por el presidente de Gad3 hace referencia a las elecciones autonómicas del País Vasco que se celebraron aquel año. En aquellos comicios el PSOE y el PP concurrían en un bloque constitucionalista que pretendía tumbar al nacionalismo. La altísima participación registrada (78,4%) dándole al PNV una de las mayores victorias de su historia. El 28A pasará a la historia de España por la llegada de la extrema derecha al Congreso. La jornada electoral servirá también para medir cómo responden los electores a esa nueva situación. La participación es la clave.