La Guerra Civil fue el primer asalto contra el fascismo en Europa. Anticipó lo que sería la Segunda Guerra Mundial: un gran combate, palmo a palmo, por la hegemonía del modelo político, social, cultural y económico. La Guerra Civil la perdió la Segunda República y la ganó el franquismo, que se instaló 40 años en el poder. La Segunda Guerra Mundial la perdió el fascismo, y alumbró repúblicas en las que el fascismo era uno de sus elementos constituyentes.
Hasta ahora.
Este jueves, 25 de abril, se celebraba el 74 aniversario de la liberación de Italia. Una fiesta tradicionalmente de unidad en una de esas repúblicas cuya Constitución nace del antifascismo, de la derrota de Mussolini, a manos de los aliados y, también, de los partisanos, de esos partisanos inmortalizados en el Bella Ciao, banda sonora de la resistencia antifascista que llega hasta nuestros días.
Pero este 25 de abril, Matteo Salvini, el hombre fuerte del Gobierno italiano, que ha trasladado su apoyo a Santiago Abascal, se negó a conmemorar la fecha. Por primera vez en la historia italiana, un gobernante italiano no celebra la derrota del fascismo en Italia y rompe la unidad. Y mientras este jueves Salvini recorría Sicilia dando mítines “a favor de la policía y contra la Mafia”; su aliada Marine Le Pen participaba en un acto en Praga con otros miembros de su internacional de ultraderecha, bautizada Europa de las Naciones.
Salvini gobierna Italia, y Marine Le Pen fue subcampeona en las últimas presidenciales en un país también liberado de la dominación nazi en cuya resistencia participaron republicanos españoles y partisanos antifascistas.
Liberación de la dictadura fascista que también celebró Portugal este 25 de abril: el 45 aniversario de la Revolución de los Claveles. Pero allí sí lo conmemoró el Gobierno, socialdemócrata, en el poder gracias al apoyo del Bloco de Esquerda y el PCP.
Pero Le Pen es hoy uno de esos iconos de la extrema derecha, de ese eje patriótico que, de la mano de Salvini, trabaja el patriotismo nacional frente a la integración europea; los muros a los migrantes; la mofa del feminismo; el escepticismo frente al cambio climático; y la criminalización del musulmán. Junto a ellos, el primer ministro austriaco, Sebastian Kurz, gobierna con la extrema derecha; el ultraconservador Patria y Justicia está en el poder de Polonia; y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha sufrido una censura en el Parlamento Europeo por perseguir la división de poderes y acosar a ONG, mendigos y feministas.
El próximo 26 de mayo las elecciones europeas dejarán un panorama inédito, con un mapa en el que la extrema derecha amenaza con ser decisiva en la conformación de mayorías, en la decisión de políticas, en la elección de los principales cargos institucionales: Comisión Europea y gobierno del Parlamento Europeo.
Pero cuatro semanas antes, España vuelve a acoger el combate anticipado del eje democrático frente a la extrema derecha. Como hace ochenta años, los regímenes liberales atraviesan una crisis en todo el continente, por una gestión de la crisis económica fundamentada en la austeridad; por el desgaste de las principales familias políticas que han administrado el continente desde el final de la Segunda Guerra Mundial; y por cómo canalizar miedos y temores de la población ante la precariedad creciente y desafíos como la gestión de aquellos que huyen del hambre y las guerras.
La alteración en la fuerza ante el 28A es patente. Como en la Guerra de las Galaxias. Cada cual con su estrella de la muerte. Para unos, es España y el régimen del 78. Para otros, es Catalunya en general y el independentismo en particular. Es el eje patriótico, entre el a por ellos y el 1 de octubre; entre los del 155 –y los del 135, el PSOE incluido– y los de la República catalana de la DUI. Es un eje en el que se mueven igual de bien las derechas españolistas y los partidos independentistas: los dos polos de un eje que atraviesa España hasta el punto de colocar a la extrema derecha en un parlamento autonómico por primera vez. Y hasta el punto de que esa extrema derecha situara al frente de Andalucía al PP y a Ciudadanos en un tipo de alianza que ni Angela Merkel ni Emmanuel Macron comparten.
El eje patriótico en Europa se mide en la ecuación entre más o menos integración europea; más o menos soberanía nacional frente a la subsidiaridad; más o menos poder de las naciones frente a las instituciones europeas. Lo que la extrema derecha creciente en Europa defiende, en este caso, es más naciones y menos eurócratas, una Europa de naciones frente a la cesión de competencias. Y que precisamente es lo que separa a estos líderes de otros como Macron o Merkel.
En España, PP, Ciudadanos y Vox compiten por quién es más español –y muy español, que diría Mariano Rajoy–. Es el trío de Colón, donde hay una bandera rojigualda tan grande y pesada que no ondea ni cuando hay vendaval. Repiten una y otra vez que “el independentista Quim Torra y el batasuno Arnaldo Otegi” mandan en el Gobierno de Pedro Sánchez, quien precisamente convocó elecciones porque no tenía el apoyo independentista a sus presupuestos y que no sabe si la reacción a Vox se traducirá en voto útil al PSOE –como ocurrió con la Guerra de Irak hace 15 años– o a Unidos Podemos –como antídoto para hacer inviable un hipotético acuerdo PSOE-Ciudadanos como el que firmaron Sánchez y Rivera en marzo de 2016–.
En el otro polo del eje, el expresident catalán Carles Puigdemont explicaba en una entrevista en eldiario.es que ellos no son aliados de Sánchez y recordaba que el PSOE estuvo del lado del 155. Unos dicen que Sánchez lleva tatuada en la frente la palabra “indulto” por ser el blando del 155; los otros, que lleva tatuada la palabra “no” por no buscar una salida política al problema de Catalunya.
Y seguramente los dos tengan parte de razón: Sánchez estuvo apoyando la suspensión de la autonomía catalana a través del artículo 155 de la Constitución, pero lo de Colón se montó contra él. Y, probablemente, más que un indulto lo que puede tener en la cabeza es alguna reforma legislativa que permita que los políticos presos no se eternicen en prisión. Pero eso habrá que verlo, porque Sánchez en los dos debates televisivos no aclaró si indultaría o no a los independentistas juzgados por el procés si el Supremo los declara culpables. Del mismo modo que tampoco descartó tajantemente pactar con una pata del trípode de Colón: Ciudadanos.
En este eje, Unidas Podemos es el único que no se sitúa en uno de los extremos, se queda en medio, “entre el 155 y la DUI”, que decían en el 1-O: un referéndum a la escocesa o canadiense con tres escenarios: independencia, no independencia y no independencia con otro estatus para Catalunya.
¿Quién se beneficiará el domingo si el eje que predomina es el patriótico y el de las banderas? ¿El trío de Colón? ¿Pedro Sánchez, que para unos sigue en el 155 y para otros es rehén de los independentistas? ¿Pablo Iglesias, que defiende un referéndum para que Catalunya se quede en España? ¿Ganará o perderá el a por ellos?
Pero la pelea no sólo se da en el ámbito de las banderas nacionales de los balcones y los lazos amarillos. Sino en otras banderas, las que tienen que ver con derechos civiles y democráticos: la arcoíris LGTBi; la morada del 8M; la verde del cambio climático; la azul de Europa; la de los muros o los puentes con los migrantes; la de lo público o lo privado; la de la fiscalidad progresiva o la supresión de impuestos; la de la memoria histórica o la de dejar a Franco en el Valle de los Caídos; la de los toros y la caza como diversión o la de los derechos de los animales.
Es el eje democrático, o de derechos. Un eje que también está en tensión en Europa con cuatro elementos clave: la soberanía patriótica frente a la UE, el cierre de fronteras a la migración; el cuestionamiento del feminismo como ideología de género y la preeminencia de la seguridad: para sospechar de los musulmanes; de las manifestaciones; de las redes sociales; de la intimidad –o privacidad–.
Y, porque está en tensión, divide a las tradicionales familias políticas europeas. Líderes del PP europeo, como Angela Merkel, reniegan de pactos con la extrema derecha, pero algunos en sus filas no le hacen ascos, como el austriaco Kurz o Pablo Casado. Líderes centristas como Emmanuel Macron afearon a Ciudadanos el pacto andaluz, pero el primer ministro belga, Charles Michel, lo fue gracias a un acuerdo con los ultraconservadores flamencos de la N-VA.
En todo caso, Europa mira fijamente a España. Un diario nada sospechoso de izquierdista como Financial Times publicaba este viernes un editorial en el que alertaba de la posibilidad de un gobierno de las tres derechas. “Una cosa es Andalucía”, decía el FT –si bien Andalucía es como Portugal pero en horizontal–, “pero otra es el Gobierno de la cuarta economía de la UE”. Y Europa mira fijamente a España porque este 28A anticipa un combate que poco después se dará a escala europea: el de las banderas y los derechos.