“España no tiene un problema con mi opinión acerca del señor Puigdemont. España tiene un problema con la complicidad y condescendencia del señor Sánchez con el señor Puigdemont”. La frase de Alberto Núñez Feijóo, pronunciada este viernes durante una entrevista, revela los problemas que tiene el líder del PP cada vez que aborda en público su posición sobre Catalunya. Feijóo se ha fijado como objetivo crecer electoralmente tanto en Catalunya como en Euskadi. Pero se ha topado con no pocos problemas, internos y externos.
Los más acuciantes son en Catalunya, donde la base social del PP fue fundamental en la parte de la sociedad catalana que más se opuso al procés y a la celebración del 1 de octubre. Un momento muy duro para ellos, que escucharon sorprendidos esta misma semana a su jefe de filas decir que hoy la situación es peor que en 2017.
La declaración la hizo el pasado miércoles en un desayuno informativo, rodeado de algunos de los empresarios que fueron más activos contra el procés. Feijóo defendió la posición de su partido, contraria a la amnistía. El líder del PP parafraseó a Pedro Sánchez al decir que no se trataba de un acto de “reconciliación”, sino de una “transacción” cuyo objetivo no es otro que ver cumplidas las necesidades de los políticos que la están negociando.
Un día después, el Cercle d’Economia, poderosa organización patronal catalana, pidió un “gran acuerdo” para la amnistía, que incluya precisamente al PP, para “comenzar un nuevo ciclo”, en el que no se señalen “culpables”. “Ni el pasado ni sus protagonistas pueden ser una losa colectiva. Es hora de avanzar”, apuntó el lobby empresarial en una declaración formal.
Feijóo lleva un año y medio intentando acercarse al empresariado catalán como fórmula de recuperar la presencia del PP en la comunidad, toda vez que más allá de algunas localidades (Badalona, Castelldefels), su capacidad de incidir en el día a día de los catalanes es muy limitada. En agosto de 2022, por ejemplo, dijo que el PP no había “tenido un mínimo de empatía”.
El gallego ha hecho gala (con poco éxito) de su “bilingüismo cordial”, una fórmula intermedia para defender los derechos de los catalanoparlantes, pero sin ir más allá de considerar las lenguas cooficiales como un hecho “cultural”. Por eso el PP rechazó que se puedan usar en el Congreso. Ha defendido el “Estado de las Autonomías”, frente a los que, dicen, lo quieren destruir, en referencia a Vox. O ha planteado la vigencia de la mesa de negociación bilateral entre Gobierno y Generalitat, aunque luego se ha retractado, para terminar comparando a España con los Balcanes por culpa de los nacionalismos.
Feijóo ha hablado de “normalizar” la situación en Catalunya, o de buscar un “encaje” territorial nuevo, para luego tener que retractarse al contemplar cómo la derecha política y mediática arremetía contra él. Una oscilación en el discurso de Feijóo que viene marcada por sus propios problemas internos para definir una estrategia sobre Catalunya.
Del “respeto” por Puigdemont al “hace lo que puede” de Ayuso
El miércoles, Feijóo también volvió a reconocer los “contactos informales” con Junts para sondear el apoyo de los de Carles Puigdemont a su investidura. El líder del PP sostiene desde hace semanas que él no es presidente del Gobierno “porque no quiere” ya que, asegura, rechazó los planteamientos del independentismo de derechas.
Pero, a la vez, Feijóo dijo tener “respeto” por Puigdemont (ya que “no miente”, dijo) y querer “normalizar las relaciones con el nacionalismo catalán desde la discrepancia”, consciente de que hay cierta base social compartida entre partidos como Junts y el PP cuando se trata de asuntos económicos.
La reacción entre los suyos ha sido de cierta incredulidad. La presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, intentó evitar las preguntas al respecto de los periodistas y aseguró no estar en el diseño de la “estrategia nacional”, pero sí dejó claro que su “opinión sobre el nacionalismo” es que “no puede crecer a costa del esfuerzo de todos” y que “ha sido el gran problema en el siglo XX y sigue siendo en España en el XXI”.
Feijóo volvió a relatar que el PP tuvo “contactos informales” con Junts el pasado mes de agosto, tras ser señalado por el rey para intentar formar gobierno. Algo que ya había contado. Un partido al que uno de sus principales colaboradores, Esteban González Pons, dijo que había que “respetar”. Hace un par de fines de semana, Feijóo y la cúpula del PP se manifestaban por las calles de Barcelona al grito de “Puigdemont, a prisión”.
El acercamiento a Puigdemont provocó la reacción del ala dura del PP, que tiene entre sus referentes al líder del partido en Catalunya, Alejandro Fernández, quien ocupa el cargo desde 2018, y que ha recabado los apoyos expresos de Ayuso, Cayetana Álvarez de Toledo, José María Aznar o Esperanza Aguirre.
Ya se tendría que haber celebrado un congreso autonómico para renovar la dirección, pero Feijóo prefiere no abrir ese melón ante las dudas que le produce lo que hará Fernández. El dirigente ha expresado su deseo de competir por mantenerse al frente contra el candidato que plantee Génova. En la sede nacional huyen de este tipo de confrontaciones internas y prefieren los pactos en las sombras, especialidad del vicesecretario Miguel Tellado, el más cercano a Feijóo en el Comité de Dirección.
A Fernández le ofrecieron un acta de diputado en el Congreso a cambio de dar un paso al lado, pero lo rechazó. Feijóo, de momento, no ha puesto fecha para el congreso en Catalunya.
Del “PP en Euskadi” a un “PP de Euskadi”
El relevo que sí se ha producido es el de Euskadi. Carlos Iturgaiz sí ha cedido a las presiones de Feijóo y ha desistido de mantenerse al frente de un partido que difícilmente puede obtener peores resultados en las elecciones que los acumulados en los últimos años.
El sustituto del duro Iturgaiz será el más moderado Javier de Andrés, quien será ratificado como presidente del PP de Euskadi en noviembre. Feijóo precisamente quiere que esa sea la seña de identidad del partido en la comunidad: un PP “de” Euskadi, no “el PP en Euskadi”.
El problema para el PP es que su estrategia en el País Vasco también es cambiante en función de los intereses de un Feijóo que ha pasado de dorar la píldora al PNV y al lehendakari, Iñigo Urkullu, para recabar su apoyo en su fallida investidura, a compararlos con un pañuelo con el que Sánchez se suena los mocos. Pero el PNV mantiene un gran acuerdo con el PSE en Euskadi, que desde 2018 se ha trasladado también a nivel nacional. Un pacto por el que gobiernan juntos en buena parte de las instituciones vascas, incluido el Gobierno autonómico.
Los nacionalistas de derechas, que quizá sí defenderían algunos postulados económicos con el PP, tienen ante sí por primera vez el abismo de perder la hegemonía en el País Vasco ante EH Bildu. En los próximos meses se celebrarán elecciones, y el pasado 23J la coalición de la izquierda abertzale superó a los jeltzales. Ya en mayo los de Arnaldo Otegi lograron más representación municipal.
Será en esos comicios autonómicos sin fecha (como tarde serán en junio del año que viene, coincidiendo con las elecciones europeas) en los que Feijóo pondrá a prueba su estrategia. No parece descabellado que mejore unos pobres resultados de 2020, cuando obtuvo cinco escaños en alianza con un Ciudadanos hoy desparecido.
Aquellas elecciones coincidieron con las últimas gallegas que disputó, y ganó, Feijóo. El líder del PP está todavía acostumbrándose a un estatus, el de perdedor, al que no estaba habituado.