Parecía que Alberto Núñez Feijóo había conseguido culminar todas las fases del duelo tras su fracaso en las elecciones de julio. En una entrevista en Telecinco, había asumido la realidad. “Hay que ser demócrata y hay que aceptar que esto es un sistema parlamentario y que el hecho de ganar las elecciones no significa automáticamente que seas presidente del Gobierno”, dijo. Cinco meses le había costado entender la mecánica del sistema parlamentario, que por lo demás está bastante bien explicado en la Constitución que dice adorar.
Falsa alarma. Feijóo ha sufrido una regresión en su estado mental por lo que se deduce de sus comentarios después de la reunión del viernes con Pedro Sánchez. No es que critique los acuerdos que permitieron la investidura del presidente, a lo que tiene derecho como líder del principal partido de la oposición, sino que considera que están en contra de la Constitución, el Estado de derecho y hasta la moralidad. Los calificó en el Congreso de “indecencia moral”.
En su recorrido por las cinco fases del duelo –negación, ira, negociación, depresión y aceptación–, Feijóo ha regresado a la casilla de salida. Vuelve a estar en la de negación. El detalle original es que ahora reclama que la Comisión Europea intervenga para ayudarle a sobrellevar sus traumas personales.
Las expectativas sobre la reunión de Sánchez y Feijóo eran tan bajas que la coincidencia con la fecha de la celebración del sorteo de la Lotería de Navidad era especialmente apropiada. A quién le podía interesar algo así en un día como este. “Se podía esperar poco y hemos conseguido poco. No puedo decir que me sorprenda”, dijo el líder del PP. Ahí sí que hablaba en nombre de todos los españoles. Ambos han convertido la política en una pelea a muerte bajo la Cúpula del Trueno y ya no engañan a nadie. No se soportan y hacen todo lo posible para que se note.
“Yo vengo aquí a cumplir con mi deber”, afirmó con esa costumbre tan suya de solemnizar lo obvio. No le alcanza para cumplir con el mandato constitucional de renovar el CGPJ aplicando la ley en vigor desde hace 38 años.
Feijóo sí consiguió en la reunión algo que favorece a sus planes, que pasan por implicar a las instituciones europeas en su denuncia del Gobierno y en convertir al Parlamento Europeo en la tercera cámara legislativa en la que se discuten asuntos de la política española. Hasta ahora, su fracaso en ese campo ha sido completo sin que puedan servir de consuelo todos los titulares de El Mundo sobre los fondos europeos que no iban a llegar a España.
Después de burlarse del uso de un mediador en el acuerdo del PSOE y Junts, Feijóo ha podido colar a la Comisión Europea para que cumpla exactamente esa función en las negociaciones sobre la renovación del CGPJ. Lo que antes era una humillación para España, ahora se convierte en la solución mágica. “Será la propia Comisión la que supervise que los acuerdos se cumplan”, dijo en la rueda de prensa. Es decir, hará las funciones de un mediador, verificador o como quieran llamarlo esta vez.
Sánchez le concedió “la perra gorda” en esta petición. La ministra Pilar Alegría lo confirmó: “Todo lo que sea restablecer la normalidad institucional y que el PP cumpla con la Constitución será más que bienvenido”.
La Comisión Europea se internará en un terreno resbaladizo si acepta cumplir esa función. Este es un tema de política interior sobre el que no cuenta con competencias directas. La polémica permanente con Hungría y Polonia a cuenta de la independencia judicial la ha obligado a tener un papel más intervencionista, pero no puede llevarlo demasiado lejos. Imaginemos que la oposición en Francia hubiera reclamado a la Comisión que se implicara en la negociación de la reforma de las pensiones que Macron aprobó finalmente por decreto.
En esos casos, Bruselas sabe que tiene más que perder que ganar. Necesita tener una relación civilizada con los gobiernos europeos.
En el debate sobre la futura ley de amnistía que la derecha promovió en el Parlamento Europeo, el comisario de Justicia, Didier Reynders, afirmó que ese debate “ha de producirse en España, dentro del marco constitucional español y ha de empezar en el Parlamento español”. Eso no ha impedido que algunas fuentes de la Comisión hayan mostrado su extrañeza por el hecho de que Reynders se haya implicado tanto en la política española durante la formación del Gobierno, porque puede interpretarse como una maniobra de presión.
Reynders ha defendido en público la renovación del CGPJ, lo que es lógico, cuidándose de no manifestarse en público en favor de las tesis del PP sobre una reforma legislativa previa a la elección de los vocales del consejo. Ha dicho que la prioridad es la renovación del poder judicial, y no la reforma del sistema de elección: “Los procesos de reforma llevan más tiempo que una renovación. Por ello, se nos ocurrió primero la renovación y luego la reforma”.
Con independencia de las ideas personales de Reynders –es un liberal belga cercano al Partido Popular Europeo–, él no puede imponer un sistema de elección de vocales ni tampoco pedir que no se cumpla la ley orgánica de 1985 que lo establece.
Al menos, tendremos a un belga intentando que los partidos españoles se pongan de acuerdo. No a un salvadoreño, que es algo que irrita al PP. En la rueda de prensa, Feijóo dijo hasta tres veces que Francisco Galindo está “especializado en bandas armadas”, lo que es falso. Lo leyó un día en El Mundo y no le sacas de ahí.
Intentó adelantarse a la paradoja que le presentaron los periodistas: “Equiparar la Comisión Europea con un mediador salvadoreño especializado en bandas armadas me parece una falta de respeto que ni los políticos ni los medios de comunicación españoles podemos caer en ella”. Él no considera que inventarse el currículum de Galindo sea una falta de respeto.
Feijóo tenía ganas de decir a los periodistas cómo deben escribir. No sorprenderá en Galicia. Entre las peticiones que hizo a Sánchez estuvo una relacionada con su trabajo. “Le he pedido que los medios de comunicación públicos puedan trabajar sin injerencias”, dijo muy serio. Que se lo digan a los trabajadores de la radiotelevisión autonómica gallega que llevan casi trescientas semanas protestando por la manipulación de los contenidos en favor de los intereses del PP.
La última ocurrencia ha sido sacar bailando al presidente de la Xunta en un programa de entretenimiento. El tipo es tan gris que ha llegado la hora de las medidas de emergencia al acercarse la fecha de las elecciones.
Lo de las injerencias en los medios de comunicación es otro elemento de negación de la realidad que atormenta a Feijóo. Por mucho que se esfuercen, esa es una tarea que está fuera de las posibilidades de Didier Reynders e incluso de un diplomático salvadoreño.