Aún no habíamos terminado de discutir y de tirarnos las canciones a la cabeza por el sistema de elección del Benidorm Fest para Eurovision y ahora iniciamos otra pelea prometedora a cuenta del voto telemático en el Congreso. La votación de la reforma laboral acabó siendo el momento más emocionante y también más delirante de la legislatura. Salió aprobada por un solo voto, pero eso no fue todo. Antes vimos que Meritxell Batet no había sabido hacer la suma con las cifras que ella misma había dado y había anunciado por error la derrota del decreto, que los dos diputados de UPN habían desobedecido a su partido y votado en contra y que un diputado del PP se había equivocado con el voto telemático y votado a favor.
Nunca tantos millones de trabajadores debieron tanto a un señor de derechas que se hizo un lío con los botones.
Primero, el toque Hitchcock en los segundos posteriores al error de Batet. Calviño mira con cara de no entender nada. Pedro Sánchez gira la cabeza hacia un lado, hacia el otro y hace un gesto de 'espera'. Los diputados del PP y Vox aplauden en pie celebrando una victoria que no esperaban. Iván Espinosa de los Monteros levanta el puño. Pablo Casado se queda sentado en el escaño y no se une a la ovación.
Batet rectifica y anuncia la ratificación de la reforma. 175 votos a 174. La euforia se desata en los escaños del PSOE y Unidas Podemos. Calviño, Díaz y Montero se abrazan como si hubieran ganado el Mundial.
Ahora comienza el momento Berlanga. Cuca Gamarra se levanta para comunicar que uno de sus diputados ha sufrido un error del voto telemático fuera de la Cámara. ¿Será posible que la votación más trascendental y apretada de la legislatura se haya dirimido no por la traición de los dos diputados de UPN que habían mentido antes sobre el sentido de su voto, sino por un error inesperado de última hora? Batet no le hace caso y levanta la sesión. Teodoro García Egea, un poco exaltado y de pie como Gamarra, grita: “¿Pero esto qué es?”. Recuerda al marqués de Leguineche en 'Patrimonio Nacional'.
La pendiente hasta Santiago Segura llega con los detalles sobre el error del parlamentario. Gamarra convoca una rueda de prensa sin aceptar preguntas de los periodistas. Repite que su diputado –Alberto Casero, 43 años, diputado por Cáceres y exalcalde de Trujillo– había votado 'no', pero que el certificado expedido por el sistema le indicaba lo contrario. Después, lo comunicó a su grupo y se desplazó al Congreso desde algún punto de Madrid. Aunque las normas dicen que cuando se inicia la votación se cierran las puertas del hemiciclo, las imágenes confirman que Casero llegó a estar sentado en su escaño en la tercera fila del grupo del PP.
En el sistema informático figura que Casero votó desde su casa a favor de la reforma laboral y luego en contra de que se tramitara como proyecto de ley, es decir, al revés que sus compañeros de partido. Dos errores en dos momentos diferentes y sucesivos. Quizá se equivocó al votar (pasa a veces con los diputados en el hemiciclo sin estar enfermos) y luego contó al partido que todo se debía a un error informático (quién no ha presentado esa excusa alguna vez en el trabajo).
La pantalla en la que tenía que votar cuenta con colores similares a la que los diputados tienen en su escaño. Se hizo así para que los menos duchos no se liaran. No hay que ser un genio de la informática ni haber jugado al GTA para manejar ese sistema.
El día comenzó mucho más tranquilo, pero con la prensa de derechas dando por muerta a Yolanda Díaz, o como mínimo gravemente herida. Algunos incluso escribieron la esquela de la legislatura cuya derogación había sido decretada supuestamente por Pedro Sánchez. La votación de la reforma laboral iba a crear un abismo entre el Gobierno y los partidos nacionalistas que le prestan apoyo en la Cámara. Es más, iba a desautorizar a la abogada laboralista y hoy vicepresidenta que nunca más podría presentarse como defensora de los trabajadores. Parecía que se presentaba a su ejecución sumaria.
Para apretar el último tornillo del cadalso, Gabriel Rufián dejó unas palabras antes de entrar en el hemiciclo: “Dime quién te vota y te diré quién eres”. Hay que surtir de frases a la chavalada en Twitter y así no tendrán que pensar en el hecho de que ERC iba a votar –por razones diferentes– lo mismo que el PP y Vox. Se intuía que él contaría quién era Díaz.
Las heridas por la negociación frustrada estaban muy recientes. En su único error claro, Díaz había viajado a Barcelona para reunirse con el president Aragonès y el conseller Torrent. Si pensó que el problema era Rufián o que podía hacerle una envolvente, pronto comprobó que no era el caso.
La negativa de ERC y EH Bildu a aprobar el texto pactado por CCOO, UGT y la CEOE hacía que la aprobación de la reforma laboral pasara ineludiblemente por el apoyo de partidos como Ciudadanos, UPN y Coalición Canaria, y no de forma muy holgada. La izquierda independentista se había bajado de ese tren, que sólo llegaría a su destino con nuevos ocupantes.
Yolanda Díaz se lo jugaba todo a la carta de esta reforma laboral. Los dos partidos que apoyan su candidatura en las próximas elecciones, también. Por eso, sorprendió que Ione Belarra, secretaria general de Podemos, no estuviera en el Congreso durante el discurso. Asistía junto a Irene Montero y dos comisarios europeos a una jornada sobre la protección de las familias.
La vicepresidenta optó por la salida más favorable para sus intereses en el debate. Era la única que podía funcionar: elegir al Partido Popular como su adversario de forma persistente y sin descanso, no a los partidos de izquierda que votaron luego contra la reforma. No le bastó con el primer discurso. Quiso dar la réplica después de la intervención de Cuca Gamarra. Quería que su duelo principal fuera con Gamarra y no con Rufián. Para ello, también debía defender la reforma laboral sin complejos, sin pedir perdón por sus limitaciones (“en ninguna de sus páginas hay resignación ni complacencia”). Que no pareciera una concesión vergonzante.
Díaz comenzó con los datos de empleo de enero que indican un aumento de la contratación indefinida hasta un número nunca visto, el 15% del total de los contratos. El decreto de la reforma está en vigor desde hace un mes. Frente a los que dicen que es humo o maquillaje, está la realidad de los departamentos de Recursos Humanos de muchas empresas que llevan semanas pisando el acelerador para adaptar la situación laboral de muchos de sus trabajadores.
“Ocho millones de contratos (que se supone que pasarán a ser estables) no son humo, señorías, son personas que ahora tendrán un trabajo decente”, dijo.
La ministra de Trabajo presumió de que estamos ante el intento más sólido para atajar la precariedad laboral en España: “Trabajar en una subcontrata ya no será una garantía de precariedad”, porque las empresas auxiliares no podrán emplear los contratos temporales. Así mismo, se penalizará con intención disuasoria todas aquellas situaciones que conocen bien muchos trabajadores, también en la Administración: finalizar un contrato el viernes y firmar otro nuevo el lunes para el mismo puesto.
Evidentemente, defendió la ultraactividad que prorroga un convenio hasta que se acuerde el siguiente y que ayuda a explicar el apoyo de UGT y CCOO. Eso y el fin de la prioridad de los convenios de empresa son dos de las grandes novedades de la reforma. Eran dos regalos que el Gobierno de Rajoy hizo en 2012 a las empresas. Es normal que no tuvieran que negociarlo entonces con la CEOE.
Cuca Gamarra tenía que defender la posición del PP. No podía sostener la idea de que la reforma es un simple retoque del decreto de 2012, ya que hubiera tenido difícil justificar el voto negativo. Anunció que “está en las antípodas conceptuales” de la reforma de 2012. Por tanto, terminó jugando en el campo que más convenía a Díaz, el que situaba a la vicepresidenta como una peligrosa enemiga de las empresas, por tanto, una izquierdista que favorece a los trabajadores.
El PP podría haber puesto en un brete al Gobierno si se hubiera abstenido en la votación refugiándose en el apoyo que había dado la CEOE. Nunca pasó por la mente de Casado, que hace tiempo que decidió que su estilo de oposición parte de la premisa de que el Gobierno es el mal absoluto. Y además es obvio que el triunfo del 'no' en la ratificación habría supuesto la mayor derrota para el PSOE y Unidas Podemos desde el inicio de la legislatura.
Eso no impidió a Gamarra decir que había visto insegura a Díaz. “Sabe que hoy ha traicionado a los suyos”. No casaba mucho con lo que dijo después de ella, pero es que había leído la prensa y pensaba que era una carta ganadora. Al final, lo que ocurrió fue que concedió a Díaz una de esas victorias simbólicas que valen su peso en oro en las redes sociales.
Gamarra afirmó que “la persecución que se está produciendo desde el punto de vista de la inspección laboral a las explotaciones agrarias roza el delito”. Perseguir presuntos delitos roza el delito. Un algoritmo cargado de mala leche de la izquierda no podría inventarse una frase mejor sobre la derecha y su peculiar defensa del Estado de derecho.
Rufián atacaba desde el otro flanco. Comenzó calmando el ambiente. “Hoy no se acaba el mundo”. La mayoría de la investidura continúa existiendo. Esta vez no hubo referencias personales a Díaz. La discrepancia se centró en cuestiones de fondo, las que se han quedado fuera del decreto, como la indemnización por despido improcedente y los salarios de tramitación, con el picante que el portavoz de ERC no iba a dejar escapar: “Que esta reforma laboral le guste a la CEOE no es una casualidad”.
Veremos en los próximos días unos cuantos artículos que digan que los socialistas apostarán otra vez por la “geometría variable” para extender el abanico ideológico de sus pactos. Esa cháchara viene y se va con frecuencia en esta legislatura. Al final, los números son los que son y algunos días pueden llegar a ofrecer espectáculos tan caóticos como los vividos en la tarde del jueves. Otra votación clave ganada por un voto de diferencia, y por cortesía de un diputado que se equivocó con el ratón del ordenador, y a Sánchez le van a salir canas más allá del nivel de maduro atractivo.
Correción: información actualizada con la noticia de que Alberto Casero llegó a entrar en el hemiciclo durante la votación.