El fundador y exCEO de Twitter, Jack Dorsey, formuló en 2021 una declaración de intenciones: “Mi esperanza es que el Bitcoin ayude a crear un mundo en paz”. Aunque aclaró que sus pronósticos eran para el largo plazo, este multimillonario basó su argumentación en el paradójico deseo de que las criptomonedas terminen por derribar un sistema gobernado por “monopolios en los que el individuo no tiene el poder” y en “los costes y distracciones que acarrea el actual sistema monetario”. “Arreglas este problema fundacional y todo mejora increíblemente”, zanjó, quien ha estado durante años en esa limitada élite tecnológica.
El vertiginoso desplome de la criptomoneda Luna a principios de mayo y la caída en consecuencia de la mayoría de sus compañeras en el mercado ha inflado de nuevo un debate público sobre un elemento que ha pasado de ser un nicho para nerds y hackers en sus orígenes a un universo digital que mueve 1,7 mil millones de dólares. Más o menos el tamaño económico de Google. Las criptomonedas dan nombre a estadios, tapan las obras de fachadas gigantes en las grandes capitales y hasta se han convertido en moneda de curso legal en algunos países.
Las drásticas variaciones en su valor a corto plazo han hecho de este campo un pasto ideal para especuladores y oportunistas, pero también para principiantes incautos que ven una oportunidad de negocio rápido, inspirados por sus youtubers de confianza. Sin embargo, si se despeja toda esa madeja difícil de cuantificar, queda en este cosmos complejo un numeroso grupo de gente, como Dorsey pero no solo millonarios, que cree en las criptomonedas más allá de su rentabilidad. Esa fe en lo cripto, que no solo se limita a una moneda digital, entraña un contenido netamente político, que ataca al núcleo del mercado como lo conocemos.
Un sistema sin intermediarios
El creador (o creadores de Bitcoin), el anónimo Satoshi Nakamoto, construyó este sistema monetario poco después de la crisis financiera de 2008 y basó su tecnología en un sistema de cadena de bloques (blockchain, en inglés) que más allá de las complejas vicisitudes tecnológicas es un emulador digital de lo que en banca se conoce como libreta contable, un recuento de las entradas y salidas de dinero. La diferencia es que en las cadenas de bloques el intermediario es el código informático y no una tercera parte, un banco o una persona, mucho más “corruptible”. Nakamoto quiso cerrar el círculo de su protesta contra el sistema con una especie de broma: introdujo en el código del primer bloque de la cadena un titular de The Times que hablaba de un rescate del Gobierno británico a la banca.
La ausencia de intermediarios es la clave de todo lo que orbita alrededor de las criptomonedas. El creador de Bitcoin en su fundacional ‘libro blanco’ carga claramente contra este sistema basado en la “confianza” en terceras partes que se encargan de gestionar las transacciones. Por eso propone un sistema descentralizado, basado en código informático y perfectamente trazable. Todo el mundo puede acceder al registro de cualquier transacción.
Aparentemente, esta es la esencia del sueño monetarista, o de la idea de “desnacionalizar el dinero” de Friedrich Hayek (1975), que achacaba el desempleo o la inflación a la imposibilidad legal para las personas de crear sus propias monedas. Pero esta concepción de un sistema descentralizado, sin un poder de influencia de los bancos a favor de las élites o las grandes multinacionales, también sirvió de inspiración para otro tipo de ideas, como las anarquistas, o, en el medio, las anarcocapitalistas. Incluso el filósofo francés Mark Alizart dejó escrito en su libro Criptocomunismo (Traficantes de Sueños, 2020) que Bitcoin es, en realidad, “el sueño de Marx hecho realidad”.
“Creo que lo más importante es que a Bitcoin no le importan las ideas políticas”, rebate Olivia Goldschmidt, comunicadora argentina que se ha convertido en una suerte de influencer de criptomonedas en su país. Ella empezó a escribir en 2017 sobre este asunto, cuando el ecosistema no alcanzaba las cotas de desarrollo actuales ni su volumen de negocio, y pese a que niega su corazón político, sí coincide en que hay una idea de crear algo nuevo: “En el origen de Bitcoin siempre fue tentador algo que no pase por los políticos, por sistemas de control, intermediarios o grandes tomadores de decisión, y que simplemente haya código”.
El escritor Namit Arora pasó dos décadas trabajando en startups tecnológicas de Sillicon Valley y ha estudiado durante años este fenómeno que él denomina “movimiento” y que, según piensa, sí está ordenado alrededor de determinadas ideologías. Según consideró en un artículo de 2018 publicado en ‘3 Quarks Daily’, en el universo de las criptomonedas hay tres ideas principales: en primer lugar los instintos anarquistas, que “desprecian al Estado por su autoridad coercitiva, su corrupción legalizada y el uso indebido de impuestos para asuntos como la guerra”; después, los instintos capitalistas de sensibilidad libertaria, que creen que el sistema actual funciona de forma ineficiente por “regulaciones ineficientes” y “está dominado por monopolios”; y por último los meros oportunistas.
Según apunta en respuestas por escrito a elDiario.es, estas categorías se mantienen dos años después, aunque considera que “un gran número de anarquistas se ha desencantado” tras entender que su idea de que las criptomonedas representaban un sistema sin estado, de organización social sin bancos centralizados o no dominados por las grandes corporaciones era “bastante naif”. Arora, que tiene una visión ciertamente pesimista sobre este ecosistema, afirma que ese lugar lo han ocupado “precisamente los oportunistas que encuentran en las criptomonedas un terreno para la especulación financiera y la manipulación”.
Rodrigo comenzó a invertir en criptomonedas en 2018, después de la decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos de subir los tipos de interés, un movimiento que impactó en las bolsas de todo el mundo y en las monedas de varios países emergentes. “Trabajaba en banca y me di cuenta de que la mayoría de activos financieros estaban manipulados, que lo manejaban las ‘manos fuertes’, los gobiernos, las multinacionales. Hacen y deshacen a su antojo”, explica. Él cree que a partir de esa premisa se empieza a generar un sentimiento de rechazo que el mundo cripto recoge.
“El mundo cripto aboga por la descentralización. Al final se gobierna a través de una comunidad, no por un país o por una institución, sino por una comunidad”, añade. Goldschmidt también hace hincapié en este aspecto: “Lo que más me vincula de cripto es que es acerca de las comunidades, y estas comunidades no tienen afinidad con sus líderes sino con sus pares, eso es fundamental”.
Es seguramente en este punto donde las criptomonedas se vuelven más complejas y empiezan a interactuar con derivados como los NFTs (non fungible tokens, explicación aquí), o incluso más interesante, las Organizaciones Autónomas Descentralizadas (DAO, en inglés), que son comunidades en las que cada participante tiene capacidad de decisión si posee un token (una critpomoneda o cualquier activo digital). Toda esta amalgama de términos difíciles de comprender converge en el metaverso, la galaxia de universos digitales donde los usuarios pueden desde comprar un terreno digital con criptomonedas, asistir a un desfile de moda o a un concierto o comprarse una obra de arte representada en NFT. “Un poco lo que se promete solucionar de la web2 [la que conocemos actualmente] es que cuatro empresas se quedaron con la mayor parte del tráfico de internet, las que conocemos todos”, dice Goldschmidt.
El creador de una de las primeras DAO que triunfaron en el sistema cripto, esta suerte de asambleas digitales, es el español Luis Cuende, con la pionera Aragon. En su página web, este hacker de apenas 27 años se define como “un luchador por la libertad que crea herramientas para liberación humana”. En el “manifiesto” de Aragon hay, de nuevo, otra enmienda a la totalidad del sistema que podría formar parte de la obra de Milton Friedman: “Creemos que la humanidad debe usar la tecnología como un arma liberadora de la creatividad de nuestra especie, en lugar de un herramienta para esclavizar y aprovecharse del otro”. “Internet nos ha abierto las puertas para una lucha colectiva por la libertad a través de las fronteras gracias a la colaboración no violenta”, prosigue.
Rodrigo lo vincula sencillamente con el hartazgo: “Estoy muy quemado con el sistema, con cómo están regulados los impuestos, la influencia de los bancos, las multinacionales que manejan todo. Creo que el mundo cripto puede ser una alternativa y que los que estamos debajo podamos tener una calidad de vida aceptable, que la balanza entre los de arriba y los de abajo se iguale un poquito”.
Hombres, blancos y con dinero
Una encuesta de la criptomoneda Gemini elaborada el año pasado con consultas a 3.000 personas que invertían en cripto o estaban interesadas en el tema mostró que el perfil medio del inversor es un hombre, blanco de entre 30 y 40 años y con unos ingresos por encima de los 100.000 dólares al año. En concreto, el 71% de los propietarios de criptomonedas; solo había un 26% de mujeres; y cuatro de cada diez había entrado en este mundo entre uno y dos años atrás.
La mayoría de encuestas realizadas al respecto están hechas en Estados Unidos, pero nada parece indicar que los números pudieran variar mucho en España. Aquí también hay feligreses del cosmos cripto que, aunque quizá no tanto como Dorsey, tienen mucho dinero, como Francisco Gordillo, gestor de un fondo de inversión libre que llegó a las criptomonedas cuando las usaba como medio de pago para comprar las drogas que tomaban los desarrolladores de Sillicon Valley para multiplicar su productividad, como cuenta en una entrevista para El País. Gordillo, que producirá una película sobre estas monedas con Ridley Scott, también defiende este cariz descentralizado de lo cripto: “Las tecnologías emanan de una tecnología tremendamente sólida y apuestan por la descentralización en la toma de decisiones y la defensa de la soberanía individual (...). Nos ayudan a construir un movimiento mejor”.
Para Goldschmidt, si bien es cierto que es un mundo con mucha más presencia de hombres, no lo es tanto que es un ecosistema donde solo cabe la gente rica. “Cuando iba a los eventos los primeros años, éramos cuatro mujeres, ahora por suerte hay más. Pero creo que este prejuicio de que en cripto todo el mundo es millonario no es cierto”, cuenta. Añade a continuación que el perfil que entró antes no era tan joven: “Era gente que tenía la edad suficiente para prever que allí había algo parecido al inicio de Internet”. “Ahora sí hay mucha gente joven y muchos más varones que mujeres, pero en las generaciones más chicas [pequeñas], ya está más mezclado”, explica.
Arora entiende, sin embargo, que este perfil “joven, blanco, hábil con la tecnología y de clase media alta” es esencial para entender la forma que tienen de ver el mundo: “Viven en áreas urbanas de Occidente y tienen poco conocimiento de cómo funciona realmente el mundo, lo que les lleva a creer que las cadenas de bloques pueden por sí solas solventar este problema de la confianza”. “El perfil sociológico de estas élite los hace particularmente vulnerables para creer en estas fantasías tecno-utópicas”, censura.
Criptoestados
No parece casualidad que el primer país que ha adoptado el Bitcoin como moneda de curso legal esté dirigido por un millennial que en su perfil de Twitter se muestra con rayos láser en los ojos, en referencia a un meme relacionado con la criptomoneda. El conservador Nayib Bukele fue elegido presidente de El Salvador en 2019, con solo 38 años, y el inicio de su Gobierno será recordado por sus destituciones de ministros a través de las redes sociales. Su autoritaria trayectoria como mandatario tuvo un hito a comienzos de este año, cuando decidió convertir el Bitcoin en moneda de curso legal y de reserva en el país. El 10 de mayo presentó la maqueta de la primera ‘bitcoin city’, un paraíso fiscal para criptomonedas en las faldas de un volcán. En esos días, el desplome de la moneda ponía al país en serio riesgo de suspensión de pagos.
Lo más parecido hasta ahora a un estado descentralizado basado en la tecnología de cadenas de bloques y con criptomonedas de curso legal no existe. En realidad existe, pero solo en el metaverso. Decentraland es una plataforma de realidad virtual lanzada en 2017 por unos desarrolladores argentinos que estalló durante la pandemia hasta convertirse en uno de los metaversos más valorados. Es un mundo digital donde los usuarios pueden comprar parcelas de tierra digital a cambio de un puñado de MANA, su criptomoneda propia. A partir de ahí, en este mundo puede ocurrir de todo: juegos, festivales de música o un desfile de moda, el Metaverse Fashion Week, celebrado en marzo con la presencia de marcas como Dolce & Gabanna, Tommy Hilffiger o Perry Ellis y cubierto por Vogue.
La idea nació de un grupo de desarrolladores que, como explican en este podcast, son “hijos del 2001”, de la crisis del ‘corralito’ en Argentina, esto es, del fracaso del sistema bancario y económico de un país. Lo curioso es que en Decentraland la inflación del precio de las parcelas es altísima: en enero una de ellas llegó a estar valorada en 3,5 millones de dólares. También hay otra paradoja: este metaverso está regulado por una DAO, una de esas comunidades que decide de forma descentralizada, con votos digitales, parte de lo que ocurre dentro. “Son sistemas de gobernanza alejados de los partidos políticos e instituciones tradicionales, en comunidades 100% online”, dice Goldschmidt.
El sistema de gobernanza ha evolucionado y pasado por diferentes fases. Una de ellas fue una especie de voto censitario, donde había que pagar para optar al sufragio de determinadas decisiones. Ahora, todo el mundo que participa de alguna manera u otra (tiene tokens de MANA o posee una parcela) puede votar. “Estamos todavía tratando de entender cuál es el mejor proceso de gobernanza. Hay algunas muy directas, como declarar un punto de interés en el mapa, como ir a la municipalidad. Estamos tratando de cómo hacer una mejor municipalidad, de tomar mejores decisiones”, cuenta en el podcast Yemel Jardi, uno de los fundadores del proyecto. Eventualmente, si se crean organismos de participación, como apunta Jardi, este metaverso podría redondear la paradoja y comenzar a dirigir ese pequeño mundo con ideas similares a las del real, con la presencia de multinacionales, como ya ocurre, con instituciones de decisión, brazos legislativos y un órgano de gobierno quizá no tan descentralizado.