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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La izquierda contiene la respiración ante 48 horas de infarto hasta que Sánchez sea investido

Pedro Sánchez junto a Carmen Calvo mientras Gabriel Rufián baja de la bancada socialista.

Esther Palomera

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“Nos une el espanto”. La frase es de Gabriel Rufián, pero la han hecho propia algunos socialistas. No es para menos. Las derechas hiperventiladas han descubierto ahora que Bildu está en el Congreso de los Diputados y han montado una zapatiesta al grito de ¡libertad!, ¡viva el rey! y ¡viva España! en la segunda jornada del debate de investidura. Han montado la bronca desde bien temprano. Y eso que la jornada anterior había sido maratoniana. Interrupciones, gritos, abucheos, insultos... Era el turno de Mertxe Aizpurua y el objetivo era montar la bulla dijera lo que dijera. Y lo que dijo no tiene parangón con el tronar de otras voces que antes que ella pasaron en representación de su partido por la Cámara Baja. Fuera como fuera, la democracia consiste en tolerar y escuchar a quienes no piensan como uno. La libertad que reclaman no incluye por tanto la de expresión de cada cual en el uso de la palabra. Recuerda el ministro en funciones de Fomento, José Luis Ábalos, que “esto tiene aroma de un pasado” que “asusta” y añade Pedro Sánchez desde la tribuna de oradores que a esta derecha soliviantada “no le duele España, sino no gobernar”.

El caso es que Aizpurua fue recibida desde la bancada popular, y después desde la de Vox y la de Ciudadanos, con gritos de “asesinos” o “terroristas”. Una y otra vez. La primera porque criticaba el discurso de Felipe VI tras el referéndum del 1-O. Dijo que había sido “autoritario”. La presidenta Batet tuvo que interrumpir el debate en más de una ocasión porque la bulla iba a más y pidió silencio y respeto para quien estaba en el uso de la palabra. Los aspavientos de Casado, Espinosa de los Monteros, Álvarez de Toledo, Arrimadas o Bal con cada frase de la portavoz de Bildu convirtieron el hemiciclo en un auténtico gallinero porque, al parecer, la libertad de expresión vale para llamar traidor, felón, inmoral, sinvergüenza, sociópata, mentiroso, fatuo, arrogante y patético a un presidente de Gobierno en funciones pero no para criticar un discurso del jefe del Estado. Cuando eso sucede, la derecha invoca el reglamento de la Cámara.

Y todo mientras Aizpurua advertía que Sánchez y su próximo Gobierno es “el último tren hacia la última estación” y denunciaba la “crueldad” de la política penitenciaria al tiempo que la bancada de la derecha algunos diputados pedían a Fernando Grande-Marlaska, que tomara nota. “Crueldad es matar a los muertos”, gritó desde su escaño Marcos de Quinto, exdirectivo de Coca Cola y fichaje estrella de Ciudadanos. ¿Matar a los muertos? ¡Matar a los muertos!

“La libertad de expresión es uno de los fundamentos de nuestra Constitución y el pluralismo político, uno de los valores superiores del ordenamiento jurídico”, intentó hacerse escuchar Batet entre la hiperventilada bancada de las derechas que parecía poseída y que obligó a la presidenta de la Cámara a hacer un segundo intento: “En el Parlamento se defienden las posiciones políticas mediante la palabra, no mediante el insulto. Esta Presidencia ha tenido que escuchar muchas cosas absurdas, execrables, insostenibles e incluso falsas, pero su obligación por encima de cualquier otra es garantizar la libertad de expresión”. Casado negaba con la cabeza desde su escaño.

Al parecer el PP entendía que lo proferido por la diputada de Bildu fueron todo “descalificaciones y conceptos injuriosos contra la instituciones del Estado” y que Sánchez no había defendido al Rey ni a la víctimas del terrorismo durante la intervención de Aizpurua, que calificaron de la más “nauseabunda” que ha escuchado jamás en el hemiciclo. Poco han debido escuchar entonces. Ni siquiera el “muérete”, que se escuchó desde un escaño del PP a la propia Aizpurua.

El bochornoso espectáculo duró toda la mañana y durará, seguro, lo que se alargue la Legislatura. Bronca y proclamas a un “tamayazo” para que algún socialista se distraiga y no vote el martes, en segunda vuelta, a Pedro Sánchez.

Decir “tamayazo” es decir transfuguismo, es pervertir las reglas de la democracia, no respetar el resultado de las urnas, pero es también la proclama que ha salido por boca de de Arrimadas y de algunos dirigentes del PP en un último intento colegiado por dinamitar la elección del candidato socialista. Hace más de veinte años, los partidos llegaron a un acuerdo de mínimos y sellaron un pacto de Estado para hacer el vacío a los políticos que cambian de chaqueta, hoy dirigentes como Arrimadas invitan a que aparezcan “valientes” que lo hagan.

El Congreso ha rechazado ya en primera vuelta la investidura. Sánchez no ha sumado la necesaria mayoría absoluta y, tal y como están el patio y los números, el PSOE contiene la respiración ante 48 horas de infarto hasta que llegue el segundo intento para el que ya sólo hacen falta más “síes” que “noes”.

Cómo estará el patio para que el líder de Más País, Íñigo Errejón, que no acudió a la primera jornada por enfermedad, tuviese que aclarar que su partido “no fallará” al futuro Gobierno de coalición. O para que el socialista castellano-manchego Sergio Gutiérrez, a quien emplazó personalmente el PP para que votase “no” a Sánchez tuviese que aclarar la lealtad a sus siglas.

Por lo demás, UPN y Foro Asturias remarcaron su “no rotundo” a Sánchez por apoyarse en quienes buscan “destruir” España, y Sánchez emplazó a la CUP, que también votaría “no” a que pusiese fin a la vía “unilateral”, después de que su portavoz, Mireia Vehí, hablase de unos tribunales que le recordaban “a tiempos pasados” y a unas Fuerzas y Cuerpos de Seguridad “educadas en el odio y la represión contra la disidencia”.

Tres horas y media de debate más 13 del día anterior que proyectaron otra vez la sombra de dos Españas que no se reconocen y se dan la espalda. “Dejemos a la coalición de la España del Apocalipsis con su rencor y su país en blanco y negro” y “hagamos que la coalición progresista sea el mejor antídoto” contra el odio. Fueron estas las últimas palabras de Sánchez antes de pedir en vano la confianza de la Cámara Baja en aras de la “moderación y el progreso”. Al menos en esta primera vuelta, en la que no contó con los votos necesarios, pese al apoyo de de sus 120 diputados, los 35 de Unidas Podemos, los seis del PNV, los tres de Más País-Equo-Compromís y los otros tres que suman los representantes de Teruel Existe, Nueva Canarias y Bloque Nacionalista Galego (BNG). En total, 167 y necesitaba 176.

El martes, a priori y si no hay sorpresas ni imprevistos, en la segunda vuelta tiene garantizada la elección porque solo necesita más 'síes' que 'noes', salvo imprevistos de última hora. En la izquierda mantienen la respiración y cruzan los dedos para que nadie pierda un avión o tenga algún percance. Veremos.

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