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¿Cuándo se torció lo de Wert?

El ministro José Ignacio Wert, solo en la tribuna del Congreso de los Diputados. /EFE

Natalia Chientaroli

Uno podría arriesgar que lo de Wert se torció incluso antes de torcerse. Quizá en el mismo momento en el que el flamante presidente Mariano Rajoy le propuso salir de detrás del telón de Génova para convertirse en ministro. Quizá cuando el prestigioso analista se dejó seducir por la idea de que él podía interpretar el juego de la política tan bien como cualquier otro. Porque de política José Ignacio Wert sabía un rato. Llevaba años junto a Pedro Arriola asesorando a Rajoy e incluso escribiéndole los discursos. Pero claro, no es lo mismo comentar un gol que hacer una rabona.

Empezó a notarse enseguida. La cuestión no era que Wert sufriera de miedo escénico ante la obligada exposición pública. Para un tertuliano profesional, eso no podía ser un problema. Pero lo que sí molestaba a los políticos de 'toda la vida' del PP era la sensación de que el ministro había trasladado al Congreso el plató de televisión. Aunque se definiera a sí mismo como “un portento de humildad”, el tono petulante y a veces agresivo del titular de Educación, Cultura y Deportes le granjeó de inmediato titulares en los periódicos y comentarios en los pasillos.

Su cartera no tenía, en principio, por qué estar en el frente de batalla. Salvo por una cosa: el PP había llegado al Gobierno prometiendo aplastar la LOE, la ley de Educación de Zapatero que había sacado a los obispos a la calle. Menos de un mes después de asumir en el cargo, José Ignacio Wert anunció su gran proyecto de consenso: la Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa. Casi dos años más tarde, la LOMCE se aprobó sólo con los votos del PP y, efectivamente, con el mayor consenso que haya tenido una norma educativa española: prácticamente todos los grupos políticos en la Cámara acordaron derogarla en cuanto fuera posible.

Lo que pasó en medio y lo que ha pasado hasta ahora, cuando Wert sale del Gobierno con nocturnidad y con paso sigiloso hacia algún puesto que todavía no está claro, demuestra que el error de cálculo no fue la LOMCE. Fue el mismo Wert. De hecho, su nombre fue la única sorpresa de un Gobierno –que Mariano Rajoy pretendía mantener hasta el último día de su mandato, por cierto– formado por veteranos del ruedo político, muchos de ellos incluso amigos personales del presidente.

Wert era, con Luis de Guindos –asesor económico y siempre señalado como futuro ministro de Economía– el único que se salía de ese círculo. Y es sabido que los de dentro siempre miran con recelo a los de fuera. Y mucho más cuando los outsiders se atreven a forjarse un perfil demasiado alto. En un Gobierno en el que el líder bromea con su condición de gallego cuando se le cuestiona por no decir nada claro, un lenguaraz tiene las patas más cortas que un mentiroso. De hecho, el otro ministro al que Rajoy bajó del tren antes de tiempo fue Alberto Ruiz-Gallardón, apasionado como Wert por los titulares polémicos.

“A veces me sorprendo de las frases que he llegado a pronunciar”, reconoció sonriente el ministro en una entrevista. Sin temor a la crítica, siempre con un tono erudito y respondón, Wert se metió alegremente en casi todos los jardines que tuvo a mano. Las familias que no quieren invertir en la educación de sus hijos, los jóvenes que quieren becas pero no estudiar, la educación pública que ya no contribuye a la sociedad, los universitarios que no llegan al promedio y deberían pasarse a la FP…

Aunque públicamente las fisuras no empezaron a verse hasta más tarde, muchos dirigentes del PP le bajaron el pulgar ya con una de sus primeras frases célebres. “Nuestro interés es españolizar a los alumnos catalanes”, aseguró para explicar por qué su ley obligaba la Generalitat a escolarizar a los niños en español. El patinazo devino en recelo inconfesado de los populares y en las calles se convirtió en abierta y beligerante oposición ciudadana. Y el gran error –quizá el que definitivamente acabó de torcer lo de Wert– fue subestimar esa marea que terminó por ahogarlo.

Después de que los alumnos más brillantes de España le negaran el saludo, el ministro suspendió incluso la inauguración del curso académico para evitar los abucheos, y hasta faltó a la gala de los Premios Goya con la excusa de una reunión que duró diez minutos. Todos le daban por muerto ya en 2013 pero, una vez más, Rajoy y sus insondables razones sorprendieron incluso a sus propias filas al mantener en el Gobierno al ministro peor valorado de la historia.

La salida de su pareja y mano derecha en el Ministerio, Montserrat Gomendio –con quien comparte la afición por las frases controvertidas–, precipitó una retirada a la que los resultados de los últimos comicios han acabado de rematar. Con la pérdida de poder territorial, la LOMCE está muy cerca de ser un cadáver con rango de ley. Y José Ignacio Wert, el alumno de matrícula de honor, un muerto político. Seguramente hay que esforzarse mucho para destacar en una familia de ocho hermanos. Y a veces nuestras virtudes son nuestros peores defectos.

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