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Las lagunas de Ruidera, el edén peninsular del agua

EFE

Ciudad Real —

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El Parque Natural de las Lagunas de Ruidera está considerado el edén peninsular del agua, el lugar donde el río Guadiana brinda un espectáculo caprichoso, que seduce y embruja a perpetuidad al viajero que se acerca a recrearse en él.

Apreciadas como una de las maravillas de Castilla-La Mancha, las Lagunas de Ruidera son un espacio natural que combina el encanto de los tranquilos remansos de agua, donde se respira la paz sosegada, con las desvergonzadas cascadas y los intrépidos rápidos que lo inundan todo con su sonido.

Localizado en el límite de las provincias de Albacete y Ciudad Real, en pleno Campo de Montiel, se encuentra este parque natural, donde el agua del río Guadiana se entremete por rincones variopintos e insospechados, dando lugar a un seductor espectáculo visual y sonoro.

Sobre una superficie de más de 4.000 hectáreas se reparte un complejo lagunar, único en el país, donde sus dieciséis lagunas escalonadamente intercambian tranquilos remansos, con cascadas y torrentes de agua.

El Parque Natural de las Lagunas de Ruidera es uno de los principales destinos turísticos de Castilla-La Mancha, que cada año puede llegar a visitar cerca de medio millón de personas.

El agua es el gran señuelo de Ruidera, la mejor publicidad para un espacio natural protegido que a cada paso va revelando joyas y elementos naturales únicos, que lo llevan a ser considerado como uno de los grandes tesoros geológicos y biológicos de Europa.

Una cascada de 15 metros de altura provocada por el derrumbamiento parcial en el año 1545 de la presa natural que embalsaba el agua en la laguna de El Rey es la espectacular bienvenida que reciben quienes visitan el parque.

La fisonomía de este espacio natural está determinada en gran medida por las rocas que se forman en el terreno como consecuencia de la precipitación de carbonatos procedentes de un agua que se encuentra intensamente mineralizada.

Las rocas que llegan a forman grandes represas son conocidas como barreras tobáceas o travertínicas, que en época de lluvias abundantes, como la de este año, son desbordadas por el agua, que precipita por ellas con furia formando grandes cascadas a lo largo de todo el complejo lagunar.

Son muchos los tesoros geológicos que se pueden ver a lo largo del recorrido de las lagunas, pero, sin duda uno de ellos es el pequeño lagunazo conocido como “La plaza de toros”, que se encuentra en el canal de la rampa tobácea que separa las lagunas Tomilla y Tinaja.

Este canal, que es consecuencia de una avenida de aguas producida en 1947, dio lugar a una formación casi circular, de un diámetro de 37 metros y una profundidad de dos metros, que tiene una gran importancia a nivel europeo por su rareza dentro de los sistemas kársticas, por el gran tamaño que adquiere su estructura y por la diversidad de formas que presenta.

Además, en los lechos de este canal se pueden observar formaciones de “estromatolitos”, que son considerados la evidencia de vida más antigua del planeta, y que contienen grandes cantidades de fósiles primitivos que han perdurado hasta hoy.

Junto a las joyas naturales, se adivinan otras reliquias arquitectónicas históricas o ligadas al pasado más reciente, que completan una valiosa propuesta turística.

Entre los vestigios del pasado se encuentra el pequeño castillo de militar de 'Rochafrida' levantado en el siglo XII por los almohades, sobre un entorno cenagoso que lo hacía casi inexpugnable; o el canal de Juan de Villanueva construido en el año 1781, para resolver la escasez de agua que estaba padeciendo y abastecer la fábrica de pólvora de Alcázar.

Los batanes, ejemplo de maquinarias hidráulicas que servían para desengrasar paños y también enfurtir tejidos de lana, junto con los viejos edificios de las centrales hidroeléctricas construidas para aprovechar la fuerza del agua, son otras reliquias que aún se conservan, pese a que su progresivo estado de degradación cada vez es más evidente.

Aníbal de la Beldad.