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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Te llamarán equidistante

Sujeto, verbo y predicado, te dicen como si fuera tan fácil. Resulta que es de lo más complejo, empezando por el sujeto. ¿Quién es el que hace o no deja hacer? Prueben a explicar esta historia y escriban, por ejemplo: Pedro Sánchez no cede y fracasa al buscar apoyos para su investidura. Es una explicación posible y real, en vista de que, en efecto, el PSOE rechaza que Pablo Iglesias comparta la mesa del Consejo de Ministros. Sánchez podría ser el sujeto, pues.

Cabría otra explicación, sin embargo: Iglesias se enroca y acerca una eventual repetición electoral. O incluso: Casado y Rivera niegan la abstención que ellos mismos pidieron a Sánchez y lo abocan a apoyarse en los independentistas. Todas esas descripciones son plausibles y uno tiene que elegir entre ellas igual que en las novelas en que escogías tu propia aventura, porque lo más difícil está en encontrar el sujeto. El sujeto es el culpable de la historia, el asesino de la novela. 

También podría suceder que esas descripciones fueran compatibles a la vez y tuvieran cada una su parte de razón, aunque esa tesis contrariara nuestra mentalidad de trincheras y a uno lo llamaran equidistante, palabra que ahora se dice a la manera de los insultos. El equidistante duda y eso no se puede, pero es que la realidad se empeña en ser compleja y de sujetos múltiples: que todos tengan culpa no significa que todos tengan la misma culpa; que todos tengan razones no les da por entero la razón. 

La primera responsabilidad la tiene el candidato a la investidura, que se comprometió ante el rey a hacer aquello que Mariano Rajoy no quiso, es decir, buscar los apoyos a su investidura. En vez de eso, Pedro Sánchez se ha trasmutado en su predecesor y ha dejado pasar el tiempo por si el tiempo arreglaba las cosas por sí solo. No constan las ofertas programáticas a Iglesias ni se han conocido sus esfuerzos por conseguir más apoyos que el del Partido Regionalista de Cantabria y solo con observar sus movimientos no podría afirmarse cuál es la aventura que ha elegido el presidente, si atraerse a Iglesias o poner a prueba el patriotismo de Casado y de Rivera. 

Sánchez no escoge a qué página quiere ir mientras confía en los efectos de la púrpura. Como la cosa no avanza sola, ha optado por empujar el reloj, para que los demás sientan la presión de ver pasar los días y sobre todo las encuestas, en las que pone que Sánchez ganaría si se repiten las elecciones. Según los sondeos, entonces, el sujeto sería Pablo Iglesias. 

Al líder de Podemos le atrapan varias contradicciones, porque predica la transparencia mientras practica la discreción y reniega de los sillones mientras reclama uno o más de uno. Y ese es el punto más costoso, porque su parte de responsabilidad en este bloqueo consiste en agarrarse a esa reivindicación. Se entiende que cada uno exija lo que considera que le corresponde, pero se entiende mal que sea la discusión por las sillas la que esté parando el tiempo. En especial cuando son ellos los que han aleccionado tanto a los demás con que las negociaciones empiezan por lo que se quiere hacer y se terminan por quién tiene que hacerlo, aquello tan ingenuo. 

El caso es que así estamos, a los dos meses de las últimas generales y quién sabe si a dos meses de las próximas, tratando de encontrar un sujeto para que puedan llegar los verbos y empiecen por fin a ocurrir las cosas. Por lo pronto, más que mirar, las oportunidades se mueven según los costes que tendrían sus fracasos: sabe Iglesias que puede perder Podemos; sabe Sánchez que, aunque ganara escaños, podría llegar a perder el Gobierno. Y no se trata solo de sacar adelante la investidura, sino de contar con socios fuertes y estables para afrontar la complicada gramática política, con sus sujetos, sus verbos y sus predicados.