Margarita Robles pretende que empieces a sentir miedo. No ya que estés preocupado por el desenlace de la guerra de Ucrania, sino que estés aterrorizado por una posible invasión rusa de un país miembro de la OTAN, por el uso de armas nucleares o por cualquier otro escenario terrible. Y no le gusta que vivas a espaldas de esa realidad que aún no existe. “Hoy en día, un misil balístico puede llegar perfectamente desde Rusia a España”, ha dicho. ¿Hoy en día? Eso es un hecho desde la Guerra Fría. El aviso llega con unas cuantas décadas de retraso.
Quizá sea una coincidencia, pero la ministra de Defensa ha lanzado ese mensaje pesimista justo después de que el Gobierno haya renunciado a presentar un proyecto de presupuestos y prorrogado los de 2023. El aumento del gasto militar se ve condicionado por esa decisión, al igual que las demás partidas. España ha aumentado los fondos para la Defensa en el último año, pero aún está lejos del objetivo del 2% del PIB acordado por los miembros de la OTAN. Robles no aprecia apoyo popular a ese incremento, sencillamente porque no existe.
Robles utilizó una entrevista reciente en La Vanguardia para dar la voz de alarma: “La amenaza es total y absoluta. No hay más que oír las últimas declaraciones de Putin, en las que habla de la posibilidad de agresiones nucleares”. Vladímir Putin no ha dicho que tenga previsto utilizar armas nucleares en su guerra contra Ucrania. Siempre deja abierta cualquier opción de respuesta para disuadir a Europa y EEUU de una participación aun más activa en el conflicto bélico. No admite ni como hipótesis que Rusia pueda perder la guerra y verse obligada a retirarse de los territorios ucranianos que ocupa.
Un día después de su reelección hasta 2030, el presidente ruso volvió a jugar la carta de la guerra psicológica. “Creo que todo es posible en el mundo actual. Todo el mundo tiene claro que (en caso de confrontación directa entre Occidente y Rusia) estaríamos a un paso de una Tercera Guerra Mundial”.
No es el único que ha empleado la carta alarmista. En diciembre, Joe Biden dijo sin aportar pruebas que Rusia planea atacar un país de la OTAN una vez que acabe con Ucrania. Formaba parte de su campaña para convencer a los republicanos de que apoyen el aumento de la ayuda militar a Kiev. Con el fin de establecer que la única duda es sobre cuándo se iniciará, el almirante Rob Bauer, que preside el Comité Militar de la OTAN, dijo en enero que hay que estar preparados para una guerra con Rusia en los próximos veinte años. Un incentivo más para que los gobiernos occidentales aflojen la cartera y multipliquen su gasto militar.
Toda esta sucesión de declaraciones dramáticas tuvo un episodio final con el anuncio de Emmanuel Macron de que no descarta el envío de tropas francesas a Ucrania. En el lenguaje de las relaciones internacionales, no descartar significa anunciar algo que no vas a hacer, pero que podría ocurrir si las circunstancias se agravaran. En otras palabras, ambigüedad estratégica, la misma que utiliza Putin cuando menciona el arsenal nuclear de su país.
Macron lo planteó en febrero y en marzo insistió en no descartar nada, aunque también dijo que no era necesario en las circunstancias actuales. Otro eufemismo para hacer creer que está dispuesto a todo más adelante.
Casi ningún líder europeo tomó en serio la advertencia de Macron. Todos saben que la política exterior es el único baluarte en el que un presidente francés puede hacer lo que quiera. Las encuestas que colocan a la extrema derecha como ganadora en las elecciones europeas y las limitaciones con que se encuentra el primer ministro en la política económica no cuentan en este punto.
Lo que sí puede generar Macron son titulares. Los medios de comunicación han contribuido a alentar esa sensación de peligro inminente, una situación en que la Unión Europea deberá afrontar una realidad que nunca ha estado en sus prioridades, la de ponerse al frente de una aventura bélica. “Europa se pone en pie de guerra”, anunció El País el domingo 3 de marzo. Sería toda una noticia para el Gobierno ucraniano, que no cuenta con los medios para hacer retroceder a las tropas rusas y que conoce muy bien la respuesta que ha recibido cuando ha reclamado más armamento para el campo de batalla.
La promesa europea de 2023 de aumentar su producción de proyectiles de artillería en un millón en un año ha quedado muy lejos de cumplirse. Zelenski dijo a finales de febrero que su país sólo ha recibido una tercera parte de ese millón.
Sobre la amenaza rusa, ese artículo de El País ofrecía una opinión más razonable ante tanto anuncio estremecedor. “Si bien no podemos descartar la posibilidad de agresiones aisladas, Rusia no parece estar en condiciones de sostener una ofensiva militar en un país de la OTAN a corto plazo, ya que la situación en Ucrania tiene atadas a las fuerzas rusas”, dijo Luis Simón, del Real Instituto Elcano. Tampoco cree que Rusia pueda emprender “una ofensiva militar a gran escala contra un país de la OTAN” en un futuro previsible.
Es indudable que Rusia ha puesto en marcha una economía de guerra, lo que quiere decir que toda su estructura industrial pública y privada está al servicio de las prioridades militares del Estado. Putin está dispuesto a pagar el precio que sea en términos de inflación, tipos de interés y deuda. Eso no va a ocurrir en la Unión Europea.
Lo que sí tienen pendiente la mayoría de países europeos es el aumento de sus presupuestos de defensa, como se comprometieron en 2014. Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, confía en que a finales de este año dos tercios de los países hayan alcanzado el 2% del PIB. Según las últimas cifras de la OTAN, el gasto de defensa español está en el 1,24%. Los países que están más lejos de alcanzar el umbral exigido –España, Italia y Bélgica– están precisamente entre los que tienen mayor porcentaje de déficit y deuda.
El debate que está teniendo lugar en la UE busca habilitar fondos millonarios para la defensa de Europa. Catorce países europeos, entre ellos Alemania y Francia, han pedido que sea el Banco Europeo de Inversiones, que ahora preside Nadia Calviño, quien se ocupe de la factura, para lo que debería cambiar sus estatutos. Otros gobiernos, como el español, apuestan por la emisión de eurobonos dedicados a recaudar dinero con ese fin. La mutualización de la deuda con independencia del objetivo cuenta con la oposición frontal de Alemania, Holanda y otros países.
Es muy fácil meter miedo con la amenaza rusa, pero es más complicado alcanzar un acuerdo para financiar el rearme.
La idea de que Europa pueda ponerse en pie de guerra mientras estudia al mismo tiempo cómo volver a imponer medidas de control del gasto público y del déficit resulta algo más que absurda. En la guerra, no se repara en gastos para alcanzar la victoria ni se reciben llamadas desde Bruselas para mantener el déficit en el 3%.
Si hay que creer a Margarita Robles, los ciudadanos deberían darle la razón. “Me gustaría hacer una llamada de atención a la sociedad española porque a veces tengo la percepción de que no somos conscientes del enorme peligro que hay en este momento”, dijo en un reproche nada velado a los que se oponen al aumento del gasto militar.
Los socios del PSOE dejaron claro muy pronto hasta qué punto rechazan sus opiniones. Enrique Santiago, diputado de Sumar, respondió a Robles calificando de “irresponsable que no se proponga o contemple opción alguna de solución negociada y construcción de paz en Ucrania”. El dirigente de Izquierda Unida denunció que “el discurso belicista esconde el impulso europeo al negocio de la industria de armamento”.
En caso de discrepancia interna, conviene recurrir al que manda. Pedro Sánchez mostró el viernes en la cumbre de Bruselas un mensaje distinto al de su ministra de Defensa. No es la hora de avisar de una posible guerra con Rusia, sino de continuar apoyando a Ucrania. “No se puede hablar alegremente de una Tercera Guerra Mundial”, dijo. No se siente implicado por esos discursos que hablan de levantar una economía de guerra ni está a favor de una “escalada verbal” de tonos belicistas: “En eso, ni está España ni está el Gobierno y eso es lo que he transmitido en la reunión con los colegas europeos”.
Sobre la posición de la opinión pública, hay pocas dudas. Seguro que Sánchez es consciente de ello. Un 56% de los españoles no está a favor de subir el gasto de defensa (el 39% quiere dejarlo como está y el 17% quiere reducirlo). Sólo el 35% apoya subir el gasto militar, según una encuesta encargada por la OTAN. Robles va a necesitar algo más que supuestos misiles rusos apuntando a España para convencer a los ciudadanos.