Marchas fúnebres
La muerte invoca lo más noble y, a la vez, lo más hipócrita, de manera que en un funeral desfilan al mismo trote admiradores y detractores del difunto, que los tanatorios andan llenos de exequias increíbles inspiradas por una suerte de tributo reparador contra el que clama, sola en su escaño, Cayetana Álvarez de Toledo, fact checker de magdalenas. Algo así pudo verse en la despedida de Alfredo Pérez Rubalcaba, por donde concurrieron algunos rivales entre elogios a una determinada política que, al poco, estaban dispuestos a bloquear. Tiene su lógica: piden lo que en realidad impiden, que es lo que han hecho esta semana los partidos independentistas. Si no lo bloquearan, no lo podrían pedir.
No hace falta que muera nadie más para aceptar que una parte de la política que se loó en Rubalcaba podía continuar, al menos en lo simbólico, con la designación de Miquel Iceta en la presidencia del Senado, cargo que le obligaba más a la institución que al partido, al Estado que al PSOE. Simbolizaba –a ver si fue eso lo que votaron mayoritariamente los ciudadanos– una voluntad de diálogo, palabra en la que se han envuelto deprisa los independentistas para que no parezca lo que en realidad es.
Esquerra Republicana de Catalunya ha hecho carrera así, poniendo cara de yo no he sido mientras señala a los supuestos traidores y a quien vaya a pagar las 155 monedas de plata. Nada más propio que las palabras de Gabriel Rufián, autor de aquel tuit, cuando el veto a Iceta aún era reciente: “Nuestra intención es el diálogo, la negociación, seguimos con la mano tendida. Partido a partido”. No me niegues lo que no te doy.
Fue con el PSC con quien Rubalcaba cerró la criticada Declaración de Granada en medio del temporal interno de los socialistas y, con todas las ambigüedades de aquel texto reivindicado por Iceta, emanaba de él una doble voluntad, la del acuerdo y la reforma. Al margen de la discusión por las maneras –implica cierto desprecio al Parlamento el hecho de que la Moncloa mande al Senado lo que tiene que decidir–, el mensaje de fondo que Sánchez pretendía estaba en la voluntad de entendimiento, hasta que Esquerra y Junts per Catalunya lo vetaron. Prefieren, en cambio, mantener la tensión porque es campaña y a la campaña se viene a tensionar. Tensión de los hechos y dulces palabras.
En verdad, eran demasiadas cosas. Estaba Carles Puigdemont tomando el foco, dejando sus pendrives en los platós, y tuvo Esquerra al PSC pisándole los talones en las generales y había dicho el CEO –el CIS catalán– que hay más críticos que partidarios de la independencia en Catalunya. Y además, la campaña. Por eso piden diálogo mientras lo niegan. Tanta es la emoción que el president Quim Torra, de prestado y a la orden, se ha dejado llevar por la fiebre de Juego de Tronos: “Hemos acabado con Iceta”. Misión cumplida, le faltó decir, aunque dé igual para Pablo Casado y Albert Rivera, que alertan del pacto secreto entre Pedro Sánchez y los partidos independentistas, un extraño pacto por el que los soberanistas tumbaron los presupuestos, hicieron caer al Gobierno y ahora arruinan el nombramiento de Iceta dejando al aire la precipitación de Sánchez.
Otra cosa es que la Fortuna de Maquiavelo siga del lado de Sánchez y le permita de nuevo sacar provecho del contratiempo, porque con Meritxell Batet y Manuel Cruz refuerza el simbolismo que buscaba y se aleja de los independentistas. Sánchez siempre cae de pie, al menos de momento. Eso de que peligra la investidura, habría que verlo.
No hace falta que muera nadie más para advertir lo sinceras o falsas que fueron las condolencias de algunos, que glosaron la política de altos vuelos antes de retozar en los trackings diarios de la campaña. Tensión y palabras dulces. Es la hora de medir la voluntad real de los partidos –todos con sus legítimos intereses– para empezar a poner soluciones a un conflicto que agota. Es la hora de medir cómo viven algunos partidos fuera del conflicto, si es que pueden. Que enterrábamos bien, en fin, lo demostró el funeral del propio Rubalcaba. Lo que está menos claro es que sepamos honrar igual la memoria y la herencia que nos dejaron los muertos.