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Marruecos conmemora diez años de los más graves atentados de su historia
Marruecos conmemora hoy el décimo aniversario de los atentados de Casablanca, en los que murieron 45 personas, incluidos los terroristas, y supusieron la emergencia de un movimiento extremista religioso que hoy, tras su renuncia a la violencia, vuelve a sacar la cabeza.
Sidi Moumen, en el sur de Casablanca, era entonces una enorme barriada de chabolas de donde salieron los 14 kamikazes (de los que dos se echaron atrás en el último momento) dispuestos a castigar lugares “impíos” como la Casa de España (22 muertos), el lujoso hotel Farah, un restaurante italiano, un club social hebreo y un cementerio judío.
Las chabolas de Sidi Moumen son ahora casi un recuerdo; se ha convertido en un barrio popular donde llega incluso el moderno tranvía que lo conecta con el centro; escuelas de informática, mezquitas y cafeterías lo asemejan a cualquier distrito urbano de Marruecos, y sólo quedan, aisladas, pequeños grupos de infraviviendas.
El cineasta Nabil Ayouch, autor de “Los caballos de Dios”, una película que relata la conversión de un grupo de chavales pobres en terroristas fanáticos, se ha propuesto un experimento cuando menos arriesgado: proyectar la película en Sidi Moumen y juntar para ello a familiares de las víctimas y de los detenidos por su implicación en los hechos.
Suad Al Jamal, quien perdió a su marido y un hijo de 17 años en la Casa de España, cuenta que le ha costado mucho dar el paso de venir hasta este lugar con una voluntad de debate, pero no para una reconciliación para la que todavía no se siente lista.
Ante el público, Suad, con la voz quebrada tras diez años de duelo, se pregunta qué delito habían cometido sus seres queridos, qué consiguieron los terroristas aparte de destrozar familias, y qué relación puede tener el islam con la violencia y el terror.
A su lado, Bahiya Ghawani, enteramente cubierta salvo una rendija para los ojos, asiente, pero también reclama para ella el papel de víctima, pues asegura que su marido lleva diez años preso sin tener relación con el atentado y solo por pensar distinto.
Ghawani sostiene que los autores de los atentados ya murieron y que los miles de detenidos salafistas tras los hechos -3.000, de los que quedan presos menos de mil- son inocentes, y ni tomaron parte en los atentados ni los aprueban.
Antes de que hubieran pasado dos semanas tras el atentado, el parlamento marroquí aprobó una ley antiterrorista que permite detener a una persona hasta por doce días sin asistencia jurídica y que ha dado lugar a numerosos abusos policiales, según han denunciado repetidamente las organizaciones pro derechos humanos.
Amparándose en esta ley, la policía realizó entonces redadas masivas entre simpatizantes del salafismo, la versión más rigorista del islam, que propugna que el mundo musulmán debe realizar una “vuelta a los orígenes” de la época de Mahoma.
Pero el cumplimiento de sus penas más los sucesivos indultos concedidos por el rey Mohamed VI han ido sacando a la calle a cientos de salafistas que ahora son más visibles en las calles del país: hombres con largas barbas y túnicas, y mujeres que se cubren desde la cabeza hasta las manos y los pies.
Uno de los indultos más sonados fue el concedido a los considerados “ideólogos” de los atentados de Casablanca: cuatro jeques salafistas fueron excarcelados en 2011 tras haber renunciado expresamente a la violencia.
Los diversos intentos para crear un partido político salafista -similar a los de Túnez o Egipto- se toparon con la radical negativa del Palacio, pero sí lograron luz verde para crear, el pasado 30 de marzo, una “Asociación Al Basira para la predicación y la educación”, dirigida por uno de esos cuatro líderes excarcelados.
Con o sin asociación, los líderes salafistas están cada vez más presentes en todos los debates que tienen que ver con las libertades individuales: derecho al laicismo, a no practicar el ayuno o a beber alcohol, por citar los temas más recurrentes.
Según la interpretación del nuevo presidente de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos, Ahmed Elhaich, las autoridades marroquíes han pasado de la estrategia de la mano dura con el salafismo a una nueva fase en la que sus líderes son “captados” por el régimen para que se conviertan en la punta de lanza en el combate contra las fuerzas laicas y progresistas.
Salafistas y progresistas, los dos extremos del debate social y religioso en Marruecos, viven habitualmente en mundos separados. Para Nabil Ayouch, las divergencias sobre el modo de ver la sociedad “son normales y síntoma de buena salud de una sociedad. El debate es necesario; lo más grave sería que el debate no fuera posible”.
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