La política es un deporte que exige un fuerte contacto físico. No es para los pusilánimes ni los débiles de corazón. A veces esa confrontación adquiere niveles implacables sin necesidad de penetrar en los límites del Código Penal. O quedándose muy cerca de ellos. A nada que el oponente da muestras de debilidad, algunos empiezan a notar el sabor de la sangre en la boca. Y les excita.
Isabel Díaz Ayuso se levantó el jueves con ganas de matar. Habrá quien piense que era un día normal para ella. Sería exagerado. Hasta los guerreros sedientos de sangre se toman algunos momentos de descanso. Ese día, la presidenta de Madrid pensó que las cartas le sonreían. Sólo era necesario ir hasta el final.
En el día de la sesión de control en la Asamblea de Madrid, envió a sus diputados un mensaje que comenzaba con “hoy la izquierda está acabada”, informó El País. Pasaba a resumir unos hechos que creía que beneficiaban al PP, entre los que destacaba el acuerdo inminente con el que se pondría fin a la huelga de médicos y la decisión de la Fiscalía Europea de cerrar la investigación sobre las comisiones que recibió su hermano por la venta de mascarillas.
El aviso concluía con una palabra, una orden inapelable: “Matadlos”.
Se ahorró los signos de exclamación. La instrucción era clara y concisa. Tocaba un baño de sangre.
Esa fue también la orden que se atribuye al abad cisterciense Arnaldo Amalric que recibió del Papa Inocencio III la dirección religiosa de la cruzada albigense contra la herejía de los cátaros en Francia en el siglo XIII. “¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!”, es la frase que le atribuye una crónica de esa guerra escrita medio siglo después, probablemente de forma apócrifa.
En cualquier caso, la orden se cumplió en el asedio de la ciudad de Béziers en 1209. Las tropas aniquilaron a miles de personas sin hacer distinciones teológicas. Cayeron los herejes, los católicos y los indiferentes, muchos de ellos en la iglesia de la Madeleine, donde habían intentado buscar un refugio sin que les sirviera de mucho.
Fuera una matanza deliberada o producto de las circunstancias –las crónicas no se ponen de acuerdo–, obtuvo el resultado perfecto. El terror hizo que otras poblaciones se rindieran en los meses posteriores. Inocencio III había expresado antes sus deseos con claridad: “Poned todo vuestro empeño en destruir la herejía por todos los medios que Dios os inspirará”.
Para Díaz Ayuso, las ideologías de los otros partidos son herejías que ponen en peligro las libertades y la Constitución. Sólo ella puede poner freno a tales afrentas, y no algunos paniaguados de su partido, y salvar la democracia. La moderación en la defensa de la libertad es un defecto.
Los ataques personales son armas legítimas. Los ha utilizado contra los portavoces de la oposición siempre que lo ha necesitado. Con su principal rival, Mónica García de Más Madrid, ha sido especialmente directa. Ha cuestionado hasta su aspecto físico en respuesta a imputaciones políticas igualmente duras. Con el portavoz socialista, Juan Lobato, ha sido también implacable, a pesar de que sus ataques no son tan enérgicos. Lo trata como si fuera un becario que no da la talla para ocupar el puesto.
Si le reprochan su estilo despiadado, responde tratando a sus críticos de lloricas. “A la política se viene llorado de casa”, dijo en mayo de 2022.
De vez en cuando, se presenta como víctima de los excesos de los demás, y es cierto que la oposición le pega con ganas. En esos casos, surge la política desvalida objeto de los peores insultos a la que todos deberían abrazar para consolarla. O se permite reflexiones sobre lo importante que sería que la crispación no dominara la política. “El desacuerdo no debería degenerar en polarización, ni la preocupación en hartazgo ni mal humor”, pidió en el discurso de fin de año de 2021. Llegó enero y volvió a desenfundar las pistolas.
La estrategia le dio un buen resultado en las elecciones de 2021. Combinó la previsión apocalíptica en caso de victoria de sus adversarios con el disfraz esporádico de la moderación: “No podemos caer en el error de dividir a la sociedad española”. Ella no divide a la sociedad. La expurga de los virus que deben ser eliminados. Se ve a sí misma como una exterminadora de plagas.
Cuando Pablo Casado planteó en público los contratos obtenidos por su hermano, volvió a reclamar la eliminación de aquellos que habían cuestionado su honor. En una reunión de la Junta Directiva Nacional, exigió que rodaran cabezas: “Lo que sí que pido es que todo el que haya formado parte de esta campaña sea puesto de inmediato en la calle”. Casado ya había sido finiquitado, pero eso no era suficiente.
La duda es si ahora le será igualmente rentable ese furor en las elecciones de mayo. No parece que su permanencia en el poder corra peligro, pero tiene por delante el reto difícil de llegar a la mayoría absoluta, sin el cual no le resultará sencillo descabalgar a Feijóo en caso de derrota en las elecciones generales. Sin la tensión política habitual en la pandemia, cabe pensar que pisar el acelerador de la crispación podría arrojar resultados inesperados.
Para la protagonista principal de la crónica de sucesos de la política española, son especulaciones sin fundamento. Díaz Ayuso volverá a encarnar el personaje que más le atrae. La 'Freedom Dominatrix' volverá a reclamar a los suyos la máxima violencia para someter a sus enemigos. Con la misma intensidad con la que Inocencio III anunció los peligros que se cernían sobre la cristiandad: “La fe ha desaparecido, la paz ha muerto, la peste herética y la cólera guerrera han cobrado nuevo aliento”. Sólo que donde antes aparecía la herejía, ahora amenaza el comunismo, los impuestos y el salario mínimo.
Matar, matar, matar. Y después retirar los cadáveres, limpiar las manchas de sangre y suplicar con la mirada melancólica que hay que huir de la polarización.
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