Medio siglo de cárcel por secuestrar, violar y torturar a una menor de edad durante un mes “por ser mujer”
Ella tenía 16 años. Él tenía tres más. Y ambos llevaban unos meses saliendo cuando el joven invitó a la adolescente a pasar unos días con él en casa de sus padres en Fuenlabrada, al sur de Madrid. “Vas a vivir un cuento de hadas, te voy a tratar como una reina”, prometió. Empezó entonces un secuestro de 35 días en el que la víctima fue violada, torturada, golpeada y vejada hasta que la Policía entró en una habitación en la que encontró a la joven al borde de la muerte. La Audiencia Provincial de Madrid ha zanjado el caso con una condena de 50 años de prisión por siete delitos distintos en un episodio que describen como de “terrorífica” violencia machista.
La sentencia explica que los dos jóvenes habían empezado una relación en julio de 2021 y que un lunes del mes de octubre de ese año el joven le hizo una propuesta: ir a casa de sus padres en Fuenlabrada. Ella aceptó y ni siquiera avisó a sus progenitores, convencida de que solo iban a pasar allí un día. Únicamente se llevó la mochila del colegio. Ese mismo día empezó lo que los jueces describen como un “verdadero tormento” infligido por el joven a la adolescente para “anular su libertad” y “conseguir que dependiera solo de él” por un único motivo: “El hecho de ser mujer”.
Las primeras dos semanas de “terror”, según las palabras de la propia víctima, transcurrieron en el domicilio paterno del condenado. Este prohibió a la joven volver al colegio o salir a la calle si no iba con él y, si salía, debía hacerlo con la cabeza agachada o tapada. Dentro de la casa no podía salir de su habitación. Todo bajo la amenaza de hacer daño a su hermana pequeña. Ella, explican los jueces, “actuó por miedo”. Tuvo que vestirse con la ropa de su captor, que además registraba su móvil en busca de conversaciones con otros hombres.
En esa primera parte del secuestro empezaron ya los golpes, los insultos y las agresiones sexuales. Fue en noviembre de 2021, casi tres semanas después, cuando el agresor decidió alquilar una habitación en un piso compartido de otra zona de la misma localidad del sur de Madrid, adonde la pareja se trasladó a vivir con otras tres personas. La víctima volvió a quedar recluida en una habitación donde los tormentos subieron de intensidad en la escala del sadismo.
A las palizas diarias y los insultos se sumaron torturas y vejaciones, como tener que ingerir comida con colillas de cigarro o recibir golpes con cualquier objeto que encontrase por la casa, a veces también en sus partes íntimas. En otras ocasiones no le permitía ir al baño y tenía que hacerse sus necesidades encima. Y el agresor nunca ocultó el motivo de tanta violencia: que pudiera estar con otros hombres o pensara en ellos. Los interrogatorios sobre los chicos con los que había estado eran tan violentos y constantes que, en un momento dado, la joven empezó a inventarse nombres de parejas ficticias, sitios y situaciones “creyendo que iba a parar, pero no paró”. “De la cárcel se sale, de la tumba no”, llegó a decir. Si ella pedía que parase, él golpeaba más fuerte. Con los puños, pero también con todo tipo de objetos de la casa.
La liberación llegó 35 días después de desaparecer. La joven consiguió salir de la habitación y pedir ayuda a gritos tras una paliza con la que el secuestrador casi acaba con su vida. Las tres personas que vivían en el piso entraron en la estancia llena de sangre, vieron el horror y llamaron a la Policía. Los agentes que entraron en la casa fueron muy claros durante el juicio al relatar lo que vieron. “Era dantesco”, dijo uno de ellos. Llevaba semanas con la nariz rota y apenas podía ver por los golpes en la cara. La acumulación de las agresiones hizo imposible cuantificar los moratones. El agente explicó que al principio pensó que estaba viendo un cadáver, no una persona viva. La joven estaba en shock hipovolémico y al borde de la muerte.
Medio siglo de cárcel
El acusado entró en prisión provisional poco después de ser detenido y fue finalmente juzgado el pasado octubre por la sección 26ª de la Audiencia Provincial de Madrid. Ante los jueces no han prosperado ni sus alegatos de inocencia ni sus explicaciones de que, en realidad, era adicto a las drogas y no controlaba sus impulsos violentos. El resultado es una condena, todavía recurrible, de 50 años de prisión por siete delitos distintos además de la obligación de indemnizar a la víctima con más de 200.000 euros.
Los jueces hablan de “verdadero tormento” para describir lo que sufrió esta joven de 16 años de edad durante más de un mes de cautiverio. El acusado, explican, “no mostró ni el más mínimo asomo de compasión” mientras torturaba diariamente a su víctima bajo el pretexto de los “celos”. Todo, añaden, “por el hecho de ser mujer”. La sentencia necesita una decena de páginas solo para exponer las consecuencias tanto físicas como psicológicas del cautiverio y todas las veces que tuvo que pasar por quirófano una vez liberada.
En total, los jueces imponen 50 años de prisión entre un delito intentado de asesinato y otro de agresión sexual a razón de 15 años cada uno. El resto de la condena se reparte entre ilícitos de malos tratos, trato degradante, lesiones, amenazas y detención ilegal. Y los magistrados dejan la puerta abierta a que el acusado, de nacionalidad húngara, sea expulsado de España cuando su condena sea firme.
A lo largo del juicio, el joven se limitó a negar el maltrato, los golpes y las violaciones, afirmando que mantenían relaciones sexuales “fuertes” y que “no pensaba que podría acabar con su vida” con las palizas. Para el tribunal esas explicaciones son “ciertamente inverosímiles” por las páginas y páginas de pruebas sobre las “brutales palizas” que el acusado propinó a la víctima hasta casi matarla. “Poco le faltaba, de no ser atendida inmediatamente”, explican los jueces.
“Nunca sospeché que pasara algo tan grave”
La víctima no estuvo absolutamente aislada durante sus 35 días de cautiverio. En su primera fase, mientras estuvieron en la casa familiar del agresor, convivieron con el padre y la pareja del padre del condenado, aunque apenas existieran interacciones. En la segunda, compartían piso con otros tres adultos, aunque la joven estuviera constantemente encerrada en la habitación. El captor siempre se las ingenió para que la víctima no saliera de la casa.
Durante las primeras semanas, la madre de la víctima acudió a casa de los padres del acusado a buscar a su hija. La adolescente contestaba a sus mensajes, pero lo hacía de forma “diferente, era muy violento”, relató al tribunal. Una vez allí vio que la chica tenía arañazos en el cuello y la chica dijo que no era “nada”. Detrás, explicó posteriormente la joven, estaban las amenazas del secuestrador para que no dijera nada.
La madre de la víctima denunció la desaparición de su hija ante la Policía Nacional, que en un momento dado contactó con la chica por correo electrónico. “Estoy muy bien y en comunicación con mis padres”, respondió ella cuando ya estaba cautiva en la casa de Fuenlabrada. Ese email, en realidad, lo redactó el condenado, según explicó una vez liberada. La madrastra del joven, en un “vano intento” de defenderle en el juicio, intentó demostrar que la convivencia fue normal durante esas semanas.
Los tres adultos que vivían en la segunda casa explicaron que escuchaban ruidos procedentes de la habitación que ellos atribuían a relaciones sexuales y al movimiento de muebles. “No eran sino las continuas palizas”, explican los jueces. Para que no se oyeran, el procesado ponía la televisión “muy alta” y movía la cama. “Nunca sospeché que pudiera estar pasando algo tan grave”, dijo uno de los chicos. Su pareja, que también vivía en el piso, es enfermera y rompió a llorar en el juicio cuando le tocó describir lo que vio en la habitación tras liberar a la víctima. No podía ni tomarle el pulso.
La sumisión que consiguió el secuestrador de 19 años sobre la adolescente de 16 años, explica el tribunal, también se convirtió en total mientras se desarrollaba “la situación de terror y las agresiones salvajes continuas”. Hasta tal punto que, cuando sus compañeros de piso abrieron la puerta, él pidió que no llamaran a la policía porque “me buscáis la ruina”, y ella también pidió que no le hicieran nada, “lo que pone de relieve ese grado de sumisión conseguido por él”.
La Audiencia Provincial, en una sentencia que todavía no ha sido recurrida, pero puede ser impugnada ante el Tribunal Superior de Justicia, describe a lo largo de medio centenar de páginas el infierno que sufrió la joven. “Numerosas agresiones físicas y psíquicas, sexuales muy violentas, humillándole, vejándole y amenazándole para evitar que pudiera huir de sus aviesas intenciones, hasta el punto, insistimos, de llegar a perder la vida de las palizas sufridas de no ser atendida sanitariamente”.
“Nos encontramos ante una relación desigual y de control, sustentada en el género”, dijeron las forenses que atendieron a las jóvenes durante la investigación. La víctima, con 19 años cuando se celebró el juicio, se dirigió al tribunal para dar una última explicación: “Aunque yo lo cuente, nadie puede llegar a saber lo que es. Lo que pasé”.
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