En el primer día en el que el Metro de Madrid ha abierto sus puertas a viajeros acompañados por su perro, pocos han sido los que han decidido poner en práctica la medida y la mayoría de los usuarios coincide en que si surge un problema no será por culpa del perro, sino del dueño que no se responsabilice.
Desde de hoy, los canes pueden moverse bajo tierra, junto a sus portadores, siempre que lo hagan en el último vagón del tren, estén atados con una correa de una longitud no superior a los 50 centímetros, utilicen bozal, estén correctamente identificados a través de un microchip y respeten la limitación horaria establecida.
En el estreno de la iniciativa parece que los dueños han retenido “el titular” de que se les abre la veda a utilizar este medio de transporte con sus compañeros, pero pocos conocen los requisitos que supone la medida aprobada ayer por el Gobierno de la Comunidad de Madrid.
Entre ellos se encuentra Concepción, quien viaja en la Línea 3 del suburbano madrileño con un Yorkshire Terrier sin bozal porque, según explica a Efe, “pensaba que al ser tan pequeña no era necesario”.
Según Paola, que durante su trayecto se ha cruzado con dos perros, los portadores “no se han enterado” ni de la obligatoriedad de que sus mascotas lleven bozal, ni de que solo pueden viajar en el último vagón.
Esta usuaria del Metro, dueña de un can, confiesa que “llevaba mucho tiempo” esperando esta noticia, porque lleva a su “mejor amiga” a “todas partes” y hasta ahora lo hacía en transportín, lo que implicaba cargar con diez kilos de peso.
Un empleado de Metro de Madrid explica que durante la jornada no ha visto ningún perro, aunque muchos se han acercado a interesarse y a preguntar por las “condiciones de uso”.
Viajeros preguntados por Efe han asegurado que han “echado en falta” una campaña publicitaria que informara sobre las limitaciones de acceso.
Miguel, por ejemplo, dice que “hay publicidad de mil cosas en el Metro, pero no de las importantes”.
Aquellos que no son tan “amantes” de los animales no rechazan la idea de cruzarse con usuarios de cuatro patas, pero admiten que el buen funcionamiento “dependerá de lo educado que esté el perro y sobre todo su dueño”, como bromea Iván.
Desde el punto de vista de Davinia, alérgica a los perros, “está bien” que se implante en Madrid y “si solo van en el último vagón”, le parece “perfecto”.
En opinión de Marta, hay que darle “un voto de confianza” a la propuesta y asegura que no habrá problemas “si la gente es civilizada y recoge las deposiciones de sus mascotas”.
A juicio del presidente de la protectora El Refugio e impulsor de la iniciativa, Nacho Paunero, es “una maravilla” y le parecen “lógicas” las restricciones que conlleva incluir a los perros en el reglamento de viajeros.
Entre las limitaciones se encuentra la horaria que prohíbe a las mascotas utilizar el metro de lunes a viernes en horas punta. El acceso, en cambio, será libre los fines de semana, festivos y en los meses de julio y agosto.
Paunero vaticina que no se va a producir “una avalancha” y simplemente supone ofrecer una facilidad a los propietarios que necesiten desplazarse “en un momento determinado” con sus mascotas y no dispongan de otro medio de transporte.
El presidente de El Refugio explica que se trata de “copiar algo que es normal” en otras ciudades. Desde que se empezó a aplicar en Barcelona, en 2014, se han producido “cero incidentes”, añade.
En opinión de Paunero, es obligación de las administraciones crear el marco legal necesario para establecer “normas de convivencia” que permitan compatibilizar los derechos de todos.
La modificación reglamentaria que hoy ha sorprendido a los usuarios madrileños, no es una cuestión solo española y ya se aplica en ciudades como Bruselas, París o Londres.
Una jurista que está realizando unas prácticas en Inglaterra explica a Efe que en Reino Unido “puedes ir con tu perro a todas partes: taxis, pubs, tiendas , supermercados, es lo más normal”.
Desde París, Javier y Patricia, españoles que trabajan desde hace dos años en la capital francesa, aseguran que no es habitual cruzarse con un can, pero “existe la opción” y se vive con “normalidad”, explican.
En Madrid o en Lisboa, la clave no es dónde, sino cómo se desarrolle una medida que, a veces, puede exigir más educación del dueño que del perro.