Adolfo Suárez ha fallecido este domingo en Madrid a los 81 años de edad tras una larga enfermedad neurológica degenerativa. El portavoz de la familia, Fermín Urbiola, lo ha anunciado hace escasos minutos. El expresidente se encontraba ingresado desde el pasado lunes en la clínica Cemtro por una neumonía que complicó su estado de salud, deteriorado desde hace años por la enfermedad de alzhéimer. Su hijo, Aldolfo Suárez Illana, anunció en una rueda de prensa el pasado viernes que el fallecimiento era “inminente”.
Sus familiares tomaron la decisión de retirarle este viernes el apoyo mecánico para respirar, según fuentes cercanas a la familia. Adolfo Suárez Illana expresó ante los medios de comunicación que la enfermedad degenerativa del expresidente había “avanzado mucho” y que, pese a la mejoría en la neumonía, el fallecimiento podía producirse en las siguientes 48 horas, como así ha ocurrido.
Adolfo Suárez fue designado por el rey en 1976 como sucesor de Carlos Arias Navarro al frente del Gobierno tras las muerte del dictador Francisco Franco. Su nombramiento salió de una terna de candidatos preparada por Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, cumpliendo los deseos del monarca. Los otros dos nombres eran Federico Silva Muñoz y Gregorio López-Bravo, dos exministros del franquismo con una amplia experiencia política.
La elección de Suárez fue una completa sorpresa para los políticos y periodistas de la época. La reacción más recordada fue la del historiador Ricardo de la Cierva en un artículo con el titular “¡Qué error, qué inmenso error!”. Se creía que Suárez, un político con una carrera gris dentro de las trincheras del franquismo, representaba la opción más continuista. Algunos dirigentes de la extrema derecha del régimen mostraron su alborozo por la elección.
Los planes preparados por Fernández Miranda, la confianza del rey y la ambición de Suárez marcaron los primeros pasos. El primer paso era dinamitar las instituciones del régimen desde dentro. Las Cortes aprobaron su muerte política con una mayoría superior a la esperada por Fernández Miranda, y Suárez certificó ese paso con un referéndum que diera legitimidad popular a la Ley de Reforma Política en diciembre de 1976.
La legalización del Partido Comunista, hecha posible por los acuerdos pactados en secreto por Suárez y Santiago Carrillo, fue la medida más espectacular antes de las primeras elecciones democráticas. El regreso del PCE a la legalidad se convirtió en la primera fricción grave del presidente con la cúpula militar, lo que sería una constante en toda la Transición.
Suárez dejó claro que no iba a ser una figura de transición y puso en marcha lo que se llamó un “partido del presidente” frente a las suspicacias que sentían el rey y Fernández Miranda ante un proceso de esas características. Manuel Fraga se tuvo que conformar con reunir a un grupo de exministros del franquismo para formar Alianza Popular. En un escaso periodo de tiempo, Suárez formó UCD, una coalición de pequeños, y en algunos casos hasta insignificantes partidos, que se basaba en el carisma de su líder y en todos los recursos de la Administración.
Ganó las elecciones de 1977, aunque no con mayoría absoluta, y repitió la victoria en 1979. El consenso básico entre los grandes partidos de esa época permitió la aprobación de la Constitución de 1978. Sin embargo, Suárez nunca pudo formar un auténtico partido político. La derecha económica, liderada por la CEOE, siempre confió más en Fraga, y la Iglesia, ya desde la legalización del divorcio, nunca escondió su malestar por las decisiones del Gobierno. El Ejército se dividió entre los que aceptaron la legalidad o la monarquía, o ambas cosas, y los que conspiraron contra Suárez desde el primer momento.
Las desavenencias en el seno del partido, el alejamiento del rey Juan Carlos de Borbón y la presentación de una moción de censura por parte del PSOE fueron incrementando la soledad del presidente, hasta que este decidió presentar su dimisión en 1981. Casi un mes después, durante el debate de investidura de su sucesor, Leopoldo Calvo-Sotelo, se produjo el intento de golpe de Estado perpetrado por Antonio Tejero.
En las siguientes elecciones generales Adolfo Suárez se presentó con una nueva formación, Centro Democrático y Social (CDS), con el que sufrió una estrepitosa derrota al conseguir solo dos diputados en el Congreso. Como líder de CDS mantuvo su escaño hasta que presentó su dimisión en 1991 y abandonó la esfera política. En 1996, la Fundación Príncipe de Asturias le concedió el premio de la Concordia, con el que galardonaron el papel que tuvo durante la Transición.
En el plano personal, sufrió después dos grandes reveses: los fallecimientos de su esposa, María Amparo Illana, en 2001 y de su hija Marian tres años después, ambas como consecuencia del cáncer.
La última aparición pública de Suárez fue en 2003 durante un mitin del PP al que fue a apoyar a su hijo Adolfo, que se presentó a las elecciones autonómicas de Castilla-La Mancha como candidato de la formación que entonces lideraba José María Aznar. En el discurso aparecieron los primeros síntomas del alzhéimer, enfermedad que padeció durante más de diez años y que reconoció su hijo por primera vez en una entrevista concedida a TVE en 2005. “Tengo un lío de mil diablos con los papeles”, ironizó Suárez tras leer dos veces seguidas el mismo folio.
El silencio se mantuvo desde entonces y, en 2008, trascendió su última imagen con el rey, que fue a visitarle a su domicilio en la urbanización madrileña de La Florida para entregarle el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro, que le fue concedido por ser el primer presidente de la democracia. Como le ocurría con otras personas, Adolfo Suárez no reconoció al monarca.