El siempre sosegado y tranquilo presidente del Congreso, Jesús Posada, lleva unos días que no gana para sobresaltos.
Cuando la torrencial gotera que inundó ayer la tribuna de prensa parecía que se había secado sin más consecuencias, Posada se ha topado hoy con otro feo contratiempo, fruto de las obras que tienen medio empantanado el Congreso desde hace casi un año.
Así, como por arte de magia, una media docena de impactos de bala, recuerdo de la intentona golpista del 23-F, se han volatilizado.
Nadie se había percatado de su ausencia hasta que apareció la célebre gotera y algunos miraron con detenimiento el techo del hemiciclo, lugar en el que hasta ahora se podían contar hasta una treintena de balazos.
Además de la cúpula del salón de plenos, la escayola de la tribuna de prensa, a la izquierda de la Presidencia de la Cámara, también lucía las marcas de los hombres del coronel Tejero.
Unos vestigios de fuerte carga simbólica que ahora simplemente ya no están.
Las imágenes de archivo no engañan y donde antes había una ráfaga de metralleta ahora hay una anodina rejilla de ventilación.
“Esta chapuza es de Pepe Gotero y Otilio”, comentaba con enfado un diputado, recordando que los responsables de la Cámara Baja habían dado órdenes taxativas de que no se borrara ningún impacto de bala durante las obras de rehabilitación que se llevan a cabo en el Palacio.
Lo ha confirmado también el propio Jesús Posada, que ha abierto una investigación para esclarecer por qué alguien se ha tomado la libertad de borrar para siempre algunos de estos disparos golpistas, símbolo para muchos de la Transición de España a la democracia.
Al parecer, la empresa constructora Dragados, encargada de las obras de la cubierta, nada tiene que ver en la chapuza, efectuada presuntamente por operarios de mantenimiento de la propia Cámara.
Es verdad que todavía quedan otros muchos impactos para la posteridad, los más visibles en las pinturas de la cúpula, aunque nadie entiende cómo se ha podido reparar el techo sin darse cuenta de que se estaba eliminando al mismo tiempo un vestigio histórico, curiosidad ineludible para todos los que visitan la Cámara.
Por eso, Posada, que era gobernador civil de Huelva durante el 23-F, no ha ocultado su contrariedad por lo ocurrido.
“Si alguien tiene interés de que no se borre nada de ese día soy yo”, ha afirmado a los sorprendidos periodistas.
Le ha quitado importancia la vicepresidenta de la Cámara Baja, Celia Villalobos, que ha recordado que todavía quedan muchos disparos y que a veces le resulta difícil explicarle a determinados políticos extranjeros “que no tienen ni elecciones democráticas” lo que ocurrió el 23 de febrero de 1981.
Pero como la realidad a veces supera a la ficción, este chusco episodio ya fue vaticinado en un relato que mereció el primer premio de la Asociación de Periodistas Parlamentarios (APP) en 2009.
En esa historia, escrita por el periodista de EFE Antonio del Rey hace cuatro años, unos albañiles deciden por su cuenta y riesgo dejar sin mácula el techo de la tribuna de prensa y, a golpe de brochazo y paleta, borran los tiros.
Descubre el desastre un ujier que pone el caso en manos de sus jefes que, ni cortos de perezosos, deciden resolver el conflicto por las bravas antes de que se haga público y se organice un escándalo mayúsculo.
En una escena de vodevil, y ayudados por una maza y un escoplo vuelven a agujerear la pared en una historia surrealista que ahora, descubierto el pastel, nadie se atreverá a repetir en la vida real. ¿O sí?.