Recibe en la casa que comparte con sus familiares a pocos kilómetros de Lugo, en la aldea de Bascuas. Las paredes de la vivienda están forradas con decenas de fotografías, pinturas y dibujos. Una mínima parte de su extensa obra.
Baldomero Pestana (Castroverde, 1918) es fotógrafo, pintor y dibujante. Su cámara ha retratado a personalidades de la talla de Pablo Neruda, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Bryce Echenique o Roman Polanski.
Enmarca su obra en un estilo “clásico y realista”. Describe su expresividad en pocas palabras: “Tengo como meta el renacimiento, aunque soy contemporáneo”.
Atrás han quedado los días en los que publicaba sus instantáneas en revistas como Time o Life. Baldo, como le gusta que lo llamen, guarda miles de negativos, retratos con los que intentó captar el alma de sus personajes. También conserva su talento. Sigue pintando “por placer”.
En su taller, entre libros y recuerdos, cobran vida a diario sus lápices y pinceles. Con noventa y cinco primaveras, espera “cumplir muchos más años” y seguir haciendo cosas. Nació el 28 de diciembre, el Día de los Santos Inocentes. “Me vino muy bien, porque sigo siendo inocente”, dice con sorna.
Su familia no era rica y tuvo que buscarse un porvenir en la emigración. “Galicia es un hoy un paraíso. No lo era cuando me fui. Había mucha miseria, analfabetismo y la Iglesia dominando la conciencia de todo el mundo”, lamenta.
A Buenos Aires llegó siendo un niño. “Argentina en aquella época era un país interesante, democrático”, recuerda. “Fue así hasta los años 30, cuando la dictadura militar lo transformó todo y desde entonces nunca hubo una tranquilidad política. La escuela era muy buena, el país estaba alfabetizado completamente”.
Uno de sus tíos quiso formarlo como sastre. Con su ayuda y magisterio, llegó a oficial, pero no quiso continuar. No era lo suyo. “Me aburría, ya tenía amigos intelectuales y toda la parte artística me interesaba mucho más”.
En todo caso, algo sacó en limpio para la vida de aquella enseñanza temprana. “Ese oficio me dio disciplina y, además, me dio libertad. Nunca más tuve patrón, siempre trabajé por mi cuenta”.
“Cuando todavía era sastre, se abrió una academia de fotografía en Buenos Aires, con los mejores profesionales que había. Salí el mejor de la escuela. Eso me animó a lanzarme a la fotografía”. Ahí comenzó el trayecto de una carrera profesional que tuvo su siguiente parada en Perú, a donde se marchó en el año 1957. “Porque no pude irme más lejos”, puntualiza.
Aunque ya había “empezado en Argentina a hacer buenos retratos”, en Perú llegó a fotografiar “a toda la intelectualidad” y a los artistas de la época. “Soy retratista”, añade, “las fotografías eran buenas y eso me dio prestigio”. Guarda un grato recuerdo del país, donde vivió durante nueve años. “Me fue muy bien, magnífico. Cuando me fui había dos fotógrafos buenos, el otro y yo”.
En París, encontró la oportunidad para fotografiar “a otros muchos artistas”. Su llegada en plena madurez a la ciudad, con cuarenta y ocho años, le dio “cierto aire como fotógrafo”. Habla con devoción de la “capital del mundo”, en la que vivió durante casi cuatro décadas. “Pasaron tan rápido”, suspira, porque “la vida allí es otra cosa”, especialmente para “tipos con inquietudes”.
Fue en la capital francesa donde se inició profesionalmente como artista con los pinceles. Aunque siempre había dibujado, “en París se contagia uno fácilmente”, por lo que empezó a desarrollar su talento como dibujante y pintor a partir de la fotografía.
Apoyado en el conocimiento de los volúmenes que atesoran los retratistas, precisa.
A pesar de que ha querido a todos los países en los que ha vivido, confirma que su legado artístico se va a quedar en Galicia. Serán los familiares con los que convive desde hace un lustro los que se encargarán de gestionarlo. Opina que “queda en muy buenas manos”.
El día 5 de junio Baldo Pestana inaugura una exposición de fotografía y pintura en el Museo do Pobo Galego, en Santiago de Compostela. No puede ocultar su emoción. Por la casa se ven cuadros empaquetados y preparados para su traslado. “Con mis noventa y cinco años, mis proyectos son cada vez más estrechos”, afirma con ironía.
En Lugo, en el Museo Provincial, ya mostró parte de su obra, y con “mucho éxito”, añade. A la pregunta de si le gustaría contar con una exposición permanente, contesta con una sonrisa: “Sería mucho lujo”.
José Luis Ramudo