El exsenador y exdiputado en el Congreso por el PSOE, Ignacio Urquizu, presentará el 22 de septiembre en Madrid su cuarto libro en solitario, Otra política es posible. El sociólogo, actual alcalde de Alcañiz, se centra esta vez en relatar su recorrido político en el Parlamento español.
Adelantamos el capítulo 'Hacer política en la España vaciada':
Hacer política en la España vaciada
Decía Michael Ignatieff en su libro Fuego y cenizas que una de las lecciones que obtuvo de su paso por la política es que había una desigualdad de la que se hablaba muy poco, pero que estaba detrás de muchos fenómenos sociales: la desigualdad territorial. En España, hace un tiempo que somos conscientes de ello. No hay más que leer la novela clásica de Julio Llamazares, La lluvia amarilla, para hacernos una excelente idea de lo que es la España despoblada o vacía, como la ha bautizado Sergio del Molino.
Eso sí, comienzo con una advertencia al lector: no pretendo entrar en ningún tipo de debate nominalista. Es cierto que la España interior o la España rural no están vacías. En ella no sólo viven personas, sino que además se atesora un rico patrimonio, una historia por descubrir y muchos recursos naturales. Y, además, ha sido «vaciada». Es decir, esta parte de nuestro país no siempre ha estado despoblada. Lo cuento con un ejemplo. En 1900, Teruel tenía mucha más población que Guipúzcoa. Mientras que la provincia vasca no alcanzaba los 200.000 habitantes, en Teruel había 246.000. Hoy, ciento veinte años después, las diferencias son abismales: Guipúzcoa cuenta con más de 713.000 habitantes y en Teruel hay apenas 134.000. Cada uno de estos territorios ha seguido estrategias de desarrollo muy distintas, donde han influido factores como la salida al mar, las inversiones realizadas por el Estado o el papel que han jugado las élites locales. Desde luego que no hay un único factor tras tendencias tan diferenciadas. Teruel, en cierta forma, ha sido vaciado, pero no está vacío.
La cuestión es que España se ha desarrollado de forma muy desigual desde el punto de vista territorial y, al igual que sucede en otras sociedades, se ha producido una acumulación de población en grandes ciudades, dejando un porcentaje muy elevado del territorio con baja densidad de población. De hecho, cualquier análisis nos muestra un mundo de grandes ciudades.
A esto se añade algo que he mencionado en el capítulo anterior. El País Vasco y Cataluña, especialmente, han desarrollado unas identidades propias que se han traducido en el surgimiento de partidos nacionalistas. Esta defensa identitaria viene del siglo xix, ante la incapacidad que manifestaba España por desarrollar un Estado nación como el resto de sociedades europeas. En la democracia actual, los partidos nacionalistas han sido determinantes en la formación de muchos de los gobiernos, algo que han aprovechado para aumentar las competencias autonómicas y obtener una mejor financiación. La sensación de agravio se ha extendido por muchas partes de nuestro territorio, especialmente en la España interior.
Fruto de estas sensaciones de agravio y abandono ha surgido una nueva forma de expresión política: la plataforma ciudadana provincial. Su máximo exponente es Teruel Existe, hasta el punto de concurrir a las últimas elecciones generales, convirtiéndose en la fuerza política más votada en esa ciudad y obteniendo un diputado y dos senadores. Pero Teruel Existe tiene una larga trayectoria detrás. Como movimiento ciudadano surge en 1999 y sus principales reivindicaciones han girado en torno a las infraestructuras y la prestación de servicios públicos en la provincia de Teruel, aunque no es menos cierto que su mayor arraigo está en la capital de la provincia.
Durante todo este tiempo ha protagonizado numerosas movilizaciones en las que los agentes sociales y las plataformas ciudadanas eran los principales protagonistas. De hecho, en casi todas las convocatorias conseguían el respaldo de todos los partidos políticos. Pero en 2019 algo cambió. Decidieron adentrarse en la arena electoral con su propia candidatura y tal fue el éxito que lograron ser la primera fuerza política de la circunscripción, siendo además determinantes en la sesión de investidura del Congreso de los Diputados.
En aquellos días de noviembre de 2019 publiqué un artículo en elDiario.es un tanto crítico con la nueva dimensión del debate territorial. Los argumentos eran los siguientes: en primer lugar, la imagen de la provincia que traslada Teruel Existe no me parece la más idónea. Su relato mezcla la añoranza por el pasado con un profundo pesimismo respecto del futuro. Y lo cierto es que ni el pasado era tan ideal ni el futuro es tan oscuro. Es cierto que, décadas atrás, las provincias de la España interior estaban mucho más pobladas. Pero ¿en qué condiciones vivía la gente? ¿Qué modelo económico imperaba en aquellas provincias? La población apenas tenía acceso a los servicios más básicos y la economía era de subsistencia. Además, soy de los que creen que esta parte de España tiene mucho futuro si se lo cree, puesto que tiene mucho que ofrecer. Caer en la melancolía y el pesimismo no aportará mucho a la España vaciada, y sobre la base de ese tipo de discurso es donde han hecho una mayor fortuna plataformas ciudadanas como Teruel Existe.
En segundo lugar, el proyecto político de estas plataformas ciudadanas provinciales no consiste en defender un modelo de sociedad, sino que casi todas sus reivindicaciones pivotan sobre inversiones e infraestructuras. Como dije entonces: «Esto implica una jibarización del debate democrático. Los grandes ideales y las políticas públicas desaparecen de la deliberación, para dar paso a una discusión sobre autovías, estaciones de trenes o vías ferroviarias». En el fondo, este tipo de acción política ya la hemos observado en otras democracias. En Estados Unidos recibe el nombre de pork barrel («barril de cerdo»). Consiste en dirigir algunas partidas presupuestarias sobre ciertos distritos muy representativos por razones electorales. Así, no serían la redistribución, la eficiencia o el interés general los principios rectores de las inversiones, sino las contrapartidas electorales.
El tercer problema que denuncié en su día era de tipo democrático. Como hemos señalado en otras partes del libro, la democracia consiste en asignar responsabilidades. Es decir, en evaluar la gestión de los gobiernos y premiarles o castigarles. Pero este tipo de plataformas electorales no aspiran a gobernar, sino que buscan contrapartidas. Así, cuando alcanzan algún logro, se presentan como los responsables de la inversión. En cambio, si las infraestructuras no llegan, es culpa de los demás. Su estrategia siempre es vencedora: son responsables de los éxitos y eluden la responsabilidad en los fracasos. Desde la perspectiva ciudadana, no será fácil asignar responsabilidades a este tipo de políticos.
El cuarto problema está en el posible efecto de imitación. Si es percibido como un éxito, ¿qué impedirá que en otras provincias se reproduzcan fenómenos similares? Ya hay plataformas ciudadanas como Soria Ya, Viriatos Plataforma Ciudadana (Zamora) o Cuenca Ahora. Si deciden seguir los pasos de Teruel Existe, no sólo el grupo mixto será enorme, sino que además la gobernabilidad de España se complicará mucho más. De ser así, los gobiernos ya no serían el resultado de un pacto entre partidos, sino que habría que negociar diputado a diputado por algunas provincias, siendo la llave de la gobernabilidad las inversiones territorializadas. ¿Dónde quedarán algunas cuestiones como las becas, las pensiones o la discapacidad? ¿Acaso las personas de renta baja de las grandes ciudades no necesitan de la redistribución? Si los recursos públicos se reparten por criterios territoriales y no de renta, la izquierda se enfrentará a numerosos dilemas.
Con todo ello, no quiero quitar mérito a fenómenos como Teruel Existe. En medio de la crisis política, han alzado la voz y han puesto sobre la mesa un conjunto de reivindicaciones para una parte de la población que ha estado bastante olvidada durante décadas. Las ciudades vienen disfrutando de un grado de desarrollo un tanto desigual frente a las pequeñas poblaciones. Pero reconocer su mérito no obsta para ser prudentes ante algunas de sus consecuencias. Seguramente, los partidos tradicionales no han prestado suficiente atención a esta parte de nuestro país. Siempre se vio a la España interior como un lugar donde obtener representantes que luego se sumarían a los grupos parlamentarios.
De hecho, mi experiencia como diputado por Teruel en el Congreso se enmarca un poco en esa actitud hacia las pequeñas provincias. El problema de la España interior no es que estemos infrarrepresentados en las instituciones. Más bien es todo lo contrario, tenemos más representantes de los que nos correspondería por población, algo que nos permite una cierta sobrerrepresentación en las cámaras del Congreso y el Senado. Nuestra dificultad más bien se encuentra dentro de las organizaciones políticas. Y aquí no señalo a uno u otro partido, sino que todas las formaciones políticas se comportan de la misma forma. Los diputados de las pequeñas circunscripciones tienen más dificultades para hacer oír su voz dentro de los grupos parlamentarios.
En mi caso, llegamos a crear un grupo de compañeros y compañeras preocupados por la despoblación. Pero nuestras propuestas siempre acababan enmarcadas dentro de los temas de agricultura, como si la España interior no fuera algo más que campos de cultivo y ganadería. Además, al ser pocos, apenas podíamos «colocar» nuestra agenda en los grandes debates.
Una visión en positivo de la España interior
Como acabo de señalar, una de las discrepancias que he tenido con movimientos como Teruel Existe es que no comparto su imagen de la España interior. Ni creo que el pasado fuera tan idílico, ni considero que estemos condenados al fracaso. Sin embargo, la literatura que se ha desarrollado al respecto coincide en parte con el discurso que han defendido estos movimientos. Libros como el de Sergio del Molino o el de Paco Cerdà son un ejemplo de ello. Ambos destacan un pasado idílico que no volverá y, al mismo tiempo, ponen especial énfasis en los problemas que tiene el mundo rural. Una perspectiva distinta es la novela de Daniel Gascón, Un hipster en la España vacía, quien a través del humor pone en un espejo al mundo urbano frente al mundo rural para manifestar que no todo lo que sucede en las grandes ciudades es elogiable y que quizá en la España interior predomina un cierto sentido común.6 Por no entrar en la imagen que se ha construido en el mundo del cine o del teatro de la España rural, siendo su máximo exponente Paco Martínez Soria y los personajes que interpretaba, asociados siempre al papel del «paleto» que era timado nada más pisar la estación de Atocha de Madrid.
Sea como fuere, el discurso dominante de la España interior, ya sea a través de la literatura, del cine o de los movimientos ciudadanos, siempre se ha caracterizado por la queja, la reivindicación, el pesimismo y la idealización de los tiempos pasados. Es un relato que no encaja con lo que se espera de un político que aspire a solucionar los problemas de la gente. Por ello, cuando decidí implicarme en el desarrollo de esta parte de España a través del municipalismo, mi primera reflexión es que debíamos huir de este tipo de discursos. ¿Por qué? Como he señalado antes, la mejor definición de la actividad política la ha establecido Felipe González: hacerse cargo del estado de ánimo de la gente. Y es difícil hacerse cargo de su estado de ánimo cuando uno se recrea en los problemas, sin plantear soluciones, haciendo énfasis en lo oscuro del futuro. Nuestra primera decisión como equipo político que aspiraba a gobernar un ayuntamiento como el de Alcañiz fue trasladar a un lema nuestra visión de la España interior, huyendo de los discursos catastrofistas, implicando además a la gente. Y de ahí salió nuestro eslogan de campaña: «Contigo, Alcañiz tiene futuro». Y ello usando de fondo la imagen del candidato, la mía. Como acabo de señalar, la idea era hacer partícipe a la gente del nuevo proyecto político —contigo— y, al mismo tiempo, señalar una esperanza —hay futuro—. Cuando uno tiene un proyecto político, no sólo debe defenderlo y convencer a una mayoría, sino que además debe implicar a la ciudadanía en ese proyecto.
Por lo tanto, el primer paso para gobernar la España vacía o vaciada era que la gente se sintiera parte del futuro. Pero no de un futuro cualquiera, sino de un futuro de esperanza, de ilusión y de posibilidad de desarrollo. Muy distinto, por cierto, al futuro oscuro y lleno de incertidumbre que anuncian muchos. Pero nuestro eslogan era algo más que un lema de campaña. La credibilidad de un político depende de dos factores: saber de lo que habla y creerse lo que dice. Quizá por eso muchos políticos actuales tienen un problema de credibilidad. Una parte importante de la ciudadanía asiste atónita a cómo un mismo representante político puede cambiar de opinión varias veces en un corto espacio de tiempo. De hecho, la misma persona puede decir una cosa y más tarde la contraria sin inmutarse. Esto, sin duda, mina su credibilidad a ojos de la gente. Pero no sólo eso. La política se ha profesionalizado tanto, en el sentido negativo de la palabra, que los asesores y los técnicos tienen un papel más importante en la definición de los proyectos políticos que los mismos representantes. De este modo, cada vez que una formación política realiza una convención ideológica, su primera decisión es convocar a expertos externos, como si dentro de los partidos no hubiese personas con amplios conocimientos técnicos. La imagen que se traslada es que los partidos carecen de conocimientos.
En nuestro caso, nosotros sí que creíamos en lo que defendíamos. Somos un grupo de hombres y mujeres jóvenes que sí creemos en el futuro de la España interior. De hecho, cada uno de nosotros, por razones distintas, había decidido establecer su residencia en Alcañiz a pesar de que podía haberlo hecho en otros lugares. Y eso da credibilidad. Además, es importante tener un modelo de sociedad que defender y hacerlo con conocimiento de causa. Por ello, gran parte de los integrantes de la candidatura procedían de diferentes espacios de la sociedad y los conocían ampliamente: comercio, sanidad, educación, grupos de desarrollo local, gestión pública... Por lo tanto, no era una candidatura como resultado de los apoyos internos que se podían haber conseguido en su momento para ganar unas primarias, por ejemplo, sino que trataba de representar a amplios espacios de la sociedad. El objetivo, como vengo remarcando, era tener la credibilidad suficiente para ganarnos la confianza de la mayoría.
Y todo con una visión optimista del futuro, presentando nuestra comunidad como un lugar donde vivir. Era ir a contracorriente de los discursos dominantes, desde luego. Pero liderar a la sociedad no consiste en dar la razón a los relatos que predominan, sino contraponer un modelo de sociedad y seducir a una mayoría. De nuevo, aparecían las dos concepciones de la política que ya he descrito en otras partes del libro. Cualquier dirigente político se enfrenta a un dilema: o bien «escuchar» a la mayoría —o el discurso que dicen que mantiene la mayoría social— y hacer suyo lo que piden; o bien defender un proyecto político y convencer a una mayoría para que confíe en él. Son dos concepciones muy distintas de la actividad política. En la primera es la «gente» la que establece las prioridades, la agenda... Lo cierto es que es un tanto presuntuoso pensar que es la «gente», en realidad, quien hace el encargo. En el fondo, sería la opinión pública y publicada quienes realmente establecerían las demandas y, como hemos visto, esto es muy difícil de articular. De hecho, es un argumento un tanto tramposo eso de que las demandas vayan de abajo arriba. Sabemos que hay grupos de interés y de presión que tienen una amplia ventaja con esta visión de la política a la hora de condicionar muchas cuestiones.
La segunda concepción de la política funciona de forma diametralmente opuesta: serían los dirigentes políticos quienes establecen el modelo de país y lo defienden ante la opinión pública. El desafío ahora es convencer a una mayoría de que es la mejor opción. Desde luego que es más complicado este segundo modelo, puesto que implica tener argumentos y defenderlos, llevarles la contraria a algunos grupos de presión y de interés... Exige un mayor esfuerzo, pero es el camino más corto hacia la credibilidad. Como vimos en capítulos anteriores, seguir los designios de la opinión pública es un camino lleno de trampas.
Nuestra visión y nuestro proyecto, por lo tanto, eran optimistas y no eran el resultado de los discursos dominantes. Eso hacía de nuestra tarea un desafío mayor, puesto que en ocasiones deberíamos llevarle la contraria a una parte de la sociedad. Es una forma de entender la política un tanto alejada de lo que observamos desde hace unos años en nuestro país. En el fondo, algunos pretendíamos, de nuevo, demostrar que había otra forma de hacer política. En los últimos tiempos, la actividad política en España hace un seguidismo excesivo de las encuestas, de los grupos de presión... Cada vez que se propone alguna medida, la comunicación de ésta y la reacción que pueda tener en la sociedad son mucho más importantes que sus consecuencias para el modelo de país. Por ello, si hay una excesiva contestación, se renuncia a defender la medida con mucha facilidad. Apenas se dan batallas, algo que acaba generando una política un tanto líquida. Frente a esta política líquida, algunos creemos en la solidez de los argumentos, de los principios y de las convicciones. Es una visión bastante diferente. De ahí esa defensa de otra forma de hacer política. La España interior me ha permitido ponerla a prueba. El primer paso era contraponer un modelo de sociedad distinto al discurso dominante. Ahí nace esa visión optimista de la España vacía o vaciada, muy diferente al de los relatos de la literatura, del cine y de las plataformas ciudadanas. Y una vez presentado el proyecto político, el siguiente paso sería convencer a la mayoría. No se trata sólo de vencer en unas elecciones, sino que además hay que seducir, hay que convencer. Y para seducir se necesitan razones y argumentos.