El líder del PP, Pablo Casado, trata de virar la relación con Ciudadanos a las puertas de un largo ciclo electoral en el que ambas fuerzas pueden necesitarse para arrebatar gobiernos a la izquierda. En los últimos días el sucesor de Mariano Rajoy ha iniciado un giro en su discurso respecto al partido de Albert Rivera y ha rebajado el tono de las críticas a un partido que recoge gran parte de los votantes perdidos por el PP.
Desde que asumió la presidencia, Casado había convertido a Ciudadanos en su principal rival político que prácticamente había borrado del mapa al PP en Catalunya, donde ahora los populares son última fuerza, y que amenaza feudos históricos conservadores . El máximo dirigente popular había mantenido en los últimos dos meses una guerra cruzada con el partido naranja que incluyó duras descalificaciones en la pugna por electorado de derechas en temas especialmente sensibles a sus votantes: la crisis catalana y la inmigración.
Ciudadanos llegó a acusar al PP de haber asumido el discurso del independentismo y el partido de Casado pidió a Rivera que explicase los incidentes y la presencia de ultras en algunos de sus actos políticos.
El líder del PP trata ahora de relajar el discurso con su principal competidor. Casado es consciente de que para poder desbancar a la izquierda de las administraciones en el ciclo electoral que viene -y que podría empezar con el adelanto en Andalucía- el PP necesita a Ciudadanos. Más, si como insisten en reclamar los dos partidos, Sánchez convocase elecciones (algo que según todas las fuentes consultadas no está sobre la mesa). Encuestas como la última del CIS, que aventuró un triunfo del PSOE (con 10 puntos por encima de los populares antes de que estallasen las últimas polémicas y la dimisión de Carmen Montón) apuntan a un empate técnico entre los conservadores y el partido de Rivera.
Aparte de la confrontación entre ambos por el espacio de centro derecha, los sondeos dan por hecho que ambos tendrían que pactar para contrarrestar una previsible alianza entre los socialistas y Unidos Podemos. Por todo ello, Casado ha decidido apostar por la vía de la distensión y el entendimiento con la formación de Rivera, sabedor de que los ataques frontales no son el mejor modo de recuperar votantes que se fueron al partido naranja.
“Ciudadanos para mí no es un adversario. Puede ser un aliado”, aseguraba el pasado lunes el líder conservador en una entrevista en Onda Cero. Casado ha transformado el pesimismo de los últimos años por la pérdida de electorado del PP hacia el partido naranja en motivo de esperanza para el futuro de los conservadores.
“Que estos cuatro años Ciudadanos haya crecido nos beneficia. Recordemos que el PSOE, con el peor resultado de su historia, está gobernando muchísimo poder municipal y autonómico porque sumó con Podemos. Nosotros queremos ganar las elecciones de forma suficiente, pero podríamos sumar con Ciudadanos como ahora tenemos cuatro autonomías en las que hemos pactado. Por eso yo no me meto con Ciudadanos. Podemos discrepar en algunas cuestiones pero para mí la oposición la tengo que hacer con el PSOE” aseguraba el presidente popular a principios de semana.
La pugna por el “constitucionalismo”
Sus palabras contrastaban con el clima de guerra total que ha caracterizado la relación entre el PP y Ciudadanos en los últimos dos meses. Nada más ganar las primarias, Casado se lanzó a por el partido de Rivera, consciente de que en el conjunto de España, pero especialmente en la comunidad catalana, el tradicional votante popular había percibido que la formación naranja representaba mejor la defensa del constitucionalismo –en las elecciones autonómicas de 2017 los populares se quedaron con apenas 4 diputados en el Parlament, frente a la victoria en votos y en escaños del partido de Albert Rivera, liderado allí por Inés Arrimadas–.
Por eso el presidente del PP decidió iniciar en Catalunya su ofensiva para recuperar los apoyos que se marcharon a Ciudadanos en todo el país. Allí, en Barcelona, celebró su primer Comité Ejecutivo Nacional mandando “un mensaje inequívoco” de que “el PP va a dar la batalla por el constitucionalismo y por las libertades públicas”.
El primer choque de trenes importante entre ambas formaciones políticas se produjo a finales de agosto también por la crisis catalana y, en concreto, por la campaña puesta en marcha por Ciudadanos para la retirada de los lazos amarillos de los distintos espacios públicos de Catalunya en protesta por la situación de los políticos independentistas encarcelados. Rivera decidió protagonizar personalmente, junto a Inés Arrimadas, esa campaña de recogida de lazos, algo que no gustó a Génova.
También molestó al PP que en la concentración convocada por Ciudadanos en apoyo a Lidia, la mujer agredida en Barcelona por retirar lazos la portavoz de los conservadores en el Congreso, Dolors Montserrat, fuera abucheada e insultada por algunos asistentes. Al día siguiente, el líder del PP en Catalunya, Xavier García Albiol cargó con dureza contra Rivera, al que exigió que explicara esos ataques y por qué había personas en la concentración “con banderas de simbología nazi y de extrema derecha”.
Vinculación con el “separatismo”
Además, el vicesecretario de Organización del PP, Javier Maroto, criticaba con inesperada dureza a Rivera afirmando que “un político tiene que arbitrar las leyes para evitar que se pongan lazos y proteger a los que de forma voluntaria los quieran quitar”, pero no hacerlo él personalmente. Además, remachaba que “un político que aspire a la Presidencia del Gobierno” debe ser “parte de la solución y no del problema”. “Si el mensaje es hagan todos como yo, se puede buscar una confrontación”, decía.
Ciudadanos respondía acusando a la formación que preside Pablo Casado de “asumir el discurso de los separatistas” por criticar la campaña para retirar lazos amarillos de las calles catalanas.
La política migratoria provocó otra pugna entre los conservadores y Ciudadanos. A finales de julio, un salto a la valla de Ceuta en el que resultaron heridos agentes de la guardia civil, generó una pelea entre PP y Ciudadanos por representar el discurso más duro contra la inmigración entre críticas al Gobierno por provocar un supuesto “efecto llamada” desmentido por los datos. La reacción de Casado y Rivera fue tirar de simbolismo con visitas a la valla de la ciudad autónoma y al puerto de Algeciras para insistir en que, como dijo Casado, “no hay papeles para todos”.
Desde su llegada a la presidencia del PP Casado ha tratado de anular a Ciudadanos como interlocutor político de primer orden. “La irrupción de Ciudadanos y Podemos ha venido para quedarse, pero lo hará en mucho menos nivel si lo hacemos bien los partidos que han garantizado la alternancia política: PP y PSOE”, decía entonces. El presidente de los conservadores plantea “un sistema de bipartidismo imperfecto como el francés o el británico” en el que las grandes fuerzas políticas dependerían “de partidos que no van directamente contra la soberanía electoral”, pero en el que los dos grandes seguirían intercambiándose en el poder.
Esta misma semana la unión de los votos de Ciudadanos a los del PP en la Mesa del Congreso permitía al líder de los conservadores frenar la pretensión del Ejecutivo de tramitar una enmienda en una ley sobre violencia de género para sortear el veto del Senado a la aprobación de la reforma de la ley de estabilidad que permitiría ampliar el gasto en los Presupuestos de 2019. Ambos partidos lograban, además, reprobar a la ministra de Justicia, Dolores Delgado, en el Senado y prometen no dar tregua al Gobierno de Pedro Sánchez.
Tras dos meses tratando de distanciar a su partido de Ciudadanos apelando a las esencias del PP, Casado se ha resignado a aceptar que sus opciones de gobernar e incluso de hacer oposición dependen de acuerdos con el partido naranja.