No es aconsejable en política que te tiemblen las rodillas cuando se acerca una cita electoral trascendental. Mucho menos, admitirlo en público. Todo termina adquiriendo un aire un poco fraudulento, porque nadie reconoce que las expectativas sean pesimistas. Todos están seguros de que van a ganar. Es mejor eso que aceptar la realidad y decir a tus seguidores que no se exciten demasiado.
En el PP, Alberto Núñez Feijóo ha dado de repente un giro a gran velocidad y vulnerado esos principios con la intención de apagar cualquier euforia inminente. Mientras tanto, su partido y la derecha en general aún no han finalizado el manual que les servirá para hacer frente al artefacto electoral llamado Yolanda Díaz.
Sobre lo primero, el Partido Popular ha optado finalmente por aceptar que es vulnerable de cara a las elecciones autonómicas y municipales. Se acabó la euforia que señalaba que la mejor moción de censura contra Pedro Sánchez se produciría en las urnas de mayo. Fin a la idea de que los españoles han decidido ya sepultar a los socialistas y sus aliados.
No era suficiente con contarlo de forma anónima, recurriendo al socorrido fuentes del PP, como había ocurrido en las últimas semanas, con el mensaje de que el partido no tiene garantizada la victoria, como algunos creían.
Fue el líder en persona el que anunció en público el lunes que el emperador no estaba tan elegante como parecía. “El 28 de mayo, el partido de Sánchez aguantará mejor que en las generales”, dijo Feijóo en la Junta Directiva Nacional del PP. Para que nadie sufriera un ataque de pánico, también les dijo que se hará “corresponsable de los resultados”.
La argumentación consiste en pensar que los alcaldes y gobiernos autonómicos de izquierda resistirán mejor el desafío de las urnas que Sánchez. No era eso lo que decían hasta hace bien poco, cuando alardeaban de que el “sanchismo” iba a hundir al PSOE en toda España de forma irremisible.
Las elecciones de mayo ya no son la primera vuelta del año electoral, sino una simple estación intermedia para el PP.
A este paso atrás hay que sumar las dudas del partido sobre su nuevo peor enemigo. ¿Qué hacer con Yolanda Díaz? ¿Es sólo un apéndice de Sánchez, un brazo articulado del robot con el que llegar más lejos? ¿O es un peligro real porque coge el testigo de Podemos y representará el ala más radical del bloque de izquierda?
Inicialmente, la derecha se sintió más segura incidiendo en la primera idea. Como si la vicepresidenta fuera un producto de marketing para vender más champú o más Sánchez. Hablaron de Sumar como de “la marca blanca del PSOE”, una elección cuestionable, porque los consumidores no tienen una mala opinión de esos productos. Servía al menos para resaltar el plan maligno del presidente y en la práctica sobrevalorarlo, como si fuera un gran estratega que va moviendo los hilos a su antojo.
En la prensa, la idea tuvo varios adeptos. “La maniobra lleva el 'copyright' del laboratorio de Moncloa, su impronta, su sello”, escribió un columnista de ABC que insistía en la idea de “marca blanca” y afirmaba que Díaz se presentaba “como el mirlo blanco de un renacer político”.
En un plano más esotérico, estaba Elías Bendodo, habitual en los ranking de las frases más delirantes y hasta humorísticas del día. “Yolanda Díaz es Pedro Sánchez a las cuatro de la mañana”, dijo en un mitin. Será que imagina que Sánchez se levanta por la noche para lanzar proclamas revolucionarias desde el balcón de Moncloa. O estaba pensando en las cosas que pasan por la cabeza del propio Bendodo a esas horas.
Después de una legislatura llena de dramáticos augurios, sería extraño que el PP se terminara conformando con esas frases tan escasas de pegada para ocuparse de la líder de Sumar. Al final, tenía que aparecer Isabel Díaz Ayuso con su espada llameante contra los herejes. En el desayuno informativo del lunes en el que Feijóo le hizo de telonero, la presidenta de Madrid que recicló en 2021 el eslogan berlusconiano “comunismo o libertad” más de treinta años después de la caída del Muro de Berlín puso las pilas a su partido con el argumentario que hay que utilizar.
Nada de marcas blancas ni otras metáforas de nivel bajo de adrenalina. Ayuso alertó contra “una ultraizquierda populista vestida de blanco que susurra con palabras infantiles a los pobres que ella misma provoca con sus decisiones”. Señaló a Yolanda como responsable de la mitad del desastre causado por el Gobierno, un escenario espeluznante que reúne jóvenes marcados por la soledad, familias “desestructuradas” y el consumo de drogas “más alto que nunca”.
Sobre estas y otras realidades funestas que describió Ayuso –vaya forma de encajar el lunes para la audiencia sólo con un café en el cuerpo–, hizo una advertencia extra: “Todo está relacionado”. Y después: “Todo está sincronizado”. Vaya, vaya, vaya, parece que estamos ante una conspiración diseñada en secreto con intenciones sombrías. ¿Para qué? Para atacar a España, desde luego.
Con independencia de su efectividad inmediata más allá de los ayusobelievers, es probable que una forma más agresiva de enfrentarse a Díaz irá poco a poco inoculándose en el PP a nada que Díaz Ayuso insista en ponerla en el punto de mira. Núñez Feijóo comentó hace unos días que los integrantes de Sumar eran un poco los que cambian de siglas en cada elección, los del “populismo de siempre”. Eso suena muy flojo, en la línea poco incisiva que caracteriza al líder del partido a ojos del PP de Madrid.
En caso de un mal resultado en las elecciones de mayo o por debajo de las expectativas que han ayudado a crear los dirigentes del PP en los últimos meses, al partido no le quedarán más dudas sobre si tiene que elevar la potencia de fuego. Para entonces, quizá tengan más claro cómo deben atacar a Yolanda Díaz. No hay que ser un belicista para sospechar que emplearán el enfoque de Díaz Ayuso: fuego a discreción sobre la mujer que susurra vestida de blanco. Esas son las peores.