Aún reinaba Juan Carlos I, no existían ni Vox, ni Podemos, ni Ciudadanos y tenía representación en el Congreso UPyD. Era noviembre del año 2011 cuando el PP de Mariano Rajoy arrasó en las urnas con una mayoría absoluta abrumadora de 186 escaños. “Los españoles han confiado al PP su voto para gobernar España”, dijo Mariano Rajoy al finalizar la noche electoral en la sede de la calle Génova. Y aquella fue la última vez que la derecha obtuvo en las urnas una mayoría parlamentaria suficiente para poder gobernar. Han pasado 12 años.
Al final de aquella legislatura los populares volvieron a ser la fuerza más votada pero sufrieron un duro retroceso hasta quedarse en 123 escaños, un resultado que ni siquiera les permitió ahormar una mayoría conservadora con los 40 diputados de Ciudadanos. En mitad del bloqueo político, el país volvió a elecciones y arrojó un resultado similar, con la suma de las dos fuerzas conservadoras lejos de alcanzar los 176 diputados.
Hizo falta que el PSOE saltara por los aires y facilitara la investidura de Rajoy para que el PP siguiera en el Gobierno, a pesar de que ya entonces existía una mayoría alternativa similar a la que ha sustentado al Ejecutivo de Pedro Sánchez esta última legislatura.
Luego llegaría la moción de censura a Rajoy que sí propició esa mayoría alternativa de las fuerzas de izquierdas y los partidos nacionalistas que puso en pie la investidura de Pedro Sánchez en 2019 ante la debacle del PP de Pablo Casado, que solo logró 88 escaños. Y el pasado 23 de julio la historia se volvió a repetir: Alberto Núñez Feijóo obtuvo en las generales una amarga victoria muy alejada de sus propias expectativas e insuficiente para tener aspiraciones de Gobierno, consolidando un ciclo de casi una década de la derecha en minoría en el Congreso y sin capacidad de tejer alianzas más allá del bloque conservador en el que ahora convive con la extrema derecha.
“Ortuzar ha trasladado a Núñez Feijóo la negativa de EAJ-PNV a iniciar conversaciones de cara a facilitar su investidura como presidente del Gobierno español”, rezaba un comunicado oficial del PNV la semana siguiente de los comicios. El portazo al intento forzado de Feijóo de poner de acuerdo en torno a su investidura a formaciones tan dispares como Vox y los nacionalistas vascos sonó estruendoso y vino a retratar la soledad parlamentaria del PP, atado de pies y manos a su alianza estratégica con los de Abascal. “A la derecha la ha frenado el PNV”, alardeó el propio líder del PNV, un aliado clásico de los populares en la gobernabilidad del país junto a la Convergència de Jordi Pujol.
Después fue el vicesecretario de Coordinación Autonómica y Local del PP, Pedro Rollán, el que el último fin de semana de julio se abría a iniciar un diálogo con Junts “dentro de la Constitución”. Y eso que, tras el 23J, desde las filas populares se ha acusado al PSOE de querer que España dependa de un “prófugo de la justicia”, en alusión a Carles Puigdemont, por la necesidad de la izquierda de lograr algún acuerdo con los soberanistas catalanes. La secretaria general del PP, Cuca Gamarra, dijo después que esa opción de acordar con Junts “no está encima de la mesa”.
Catalunya y Euskadi, los problemas del PP
En realidad, la orfandad de los populares a la hora de buscar aliados en el Congreso tiene casi todo que ver con el giro de la derecha española respecto a la política territorial con Catalunya y Euskadi. Tanto los nacionalistas vascos como los catalanes han jugado tradicionalmente el papel de partidos bisagra en la gobernabilidad del país, también con los gobiernos del PP.
Así ocurrió durante la primera legislatura de José María Aznar y así ocurrió también en la práctica durante el último mandato de Mariano Rajoy, cuando el PNV se convirtió en un socio estratégico para sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado y gran parte del paquete legislativo de los conservadores. Pero la irrupción de Ciudadanos al albur del conflicto independentista en Catalunya terminó por inclinar la balanza política en la derecha en favor de posiciones recentralizadoras, una línea roja para formaciones como el PNV y, por supuesto, el nacionalismo catalán.
Como ahora pasa con Vox, que este domingo se abrió a apoyar la investidura del PP sin exigir entrar en el Gobierno, los de Albert Rivera se convirtieron en socios de gobierno fundamentales para el PP en muchos territorios de España en los que hacía bandera del choque lingüístico en Catalunya o de la lucha contra el cupo vasco. Unos posicionamientos que paulatinamente fueron arrinconando al PP en el Congreso hasta llegar a la situación que le explotó esta semana a Feijóo: la necesidad de pedir ayuda al PNV para conformar gobierno con un partido que defiende su ilegalización y que denomina a Euskadi “las vascongadas”.
“Lo que de verdad es una anomalía democrática es que la primera fuerza política no sea capaz de ponerse de acuerdo con nadie para gobernar”, responden en el PSOE a las acusaciones del PP a los socialistas por emprender un Ejecutivo sin haber sido el partido más votado.
Durante toda la campaña electoral Alberto Núñez Feijóo reclamó a Pedro Sánchez un compromiso de gobierno para la lista más votada, algo que llegó a ofrecer por escrito en el debate cara a cara que ambos mantuvieron en Atresmedia a pesar de que el PP ha formado ejecutivos autonómicos y municipales allá donde ha podido, como el caso de Extremadura o Canarias, incumpliendo su propia norma.
Y de los ataques indiscriminados contra los socialistas todos los dirigentes del PP han pasado a rogarles que les dejen gobernar. Feijóo llegó a enviar una carta a Sánchez el pasado 30 de julio en la que, tras meses de insultos, se dirigió a él como “estimado Pedro” y le pidió una reunión con el único fin de pedirle que le deje gobernar. El actual jefe del Ejecutivo en funciones le dijo que sí al encuentro pero enmarcado en la ronda de contactos que se pongan en marcha a partir del 17 de agosto, día de la constitución de las Cortes.
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