El 23J dejó a la derecha noqueada. El PP había instalado en Génova 13 el balcón de las grandes victorias, que acabó convertido en un expositor de caras largas y sonrisas forzadas. En Vox, aunque esperaban la caída en diputados, la fiesta preparada para celebrar que iban a ser decisivos para formar Gobierno acabó en una concentración de unos cuantos seguidores a los que, constatada la irrelevancia parlamentaria tras los resultados, solo les quedó gritar algunas consignas habituales contra Pedro Sánchez.
Esa misma noche empezaron los reproches entre ambas formaciones. “Voy a aprovechar para felicitar a [Alberto Núñez] Feijóo como ganador de las elecciones, como quería. Y además lo ha hecho no dependiendo de Vox, como también quería”, dijo Santiago Abascal. A la mañana siguiente el portavoz de campaña del PP, Borja Sémper, devolvió el golpe y señaló a la “fragmentación de voto en la derecha” como responsable de los resultados. Y un día más tarde dijo que Vox se lo había puesto “muy fácil” a la izquierda con gestos “estrambóticos”.
Desde entonces los de Feijóo y Abascal iniciaron un viaje incierto a ninguna parte. El distanciamiento entre ambas formaciones por la frustración compartida era solo una pose insostenible en el tiempo. PP y Vox se seguían necesitando; primero, si Feijóo tenía alguna intención de sumar algún voto a una investidura para la que ha sondeado a varios partidos sin éxito alguno; segundo, porque aún restaba cerrar los acuerdos de gobierno en Aragón y Murcia.
El primer asunto pendiente cristalizó en una comida secreta que mantuvieron los dirigente de PP y Vox en el reservado de un hotel de Madrid. El segundo concluyó el viernes con un acuerdo de Gobierno en Aragón que resume a la perfección la relación de los populares con la extrema derecha: han cedido a darles una vicepresidencia y dos consejerías, asumen sus postulados ideológicos en un documento que instaura el veto parental en las escuelas y promete la derogación de la ley de memoria y una rebaja de la ley trans. Eso sí, el líder del PP en Aragón, Jorge Azcón, rechazó acudir al acto de firma del acuerdo con Vox.
Pese a los distintos análisis internos que ha hecho el PP estas semanas para tratar de comprender por qué se les había escapado una victoria que daban por segura, los de Alberto Núñez Feijóo no tienen más opción que pactar con Vox. Da igual si un sector del partido cree que una foto conjunta perjudica y otro cree que hay que quitarse los complejos y abrazar a su escisión. El pacto de Aragón deja claro que el PP no tiene más opción que sumar con la extrema derecha. La tensión en Murcia entre ambos partidos también lo pone de manifiesto.
Ese es el único territorio en el que no se han entendido, pero donde no queda otra opción si quieren evitar la repetición electoral. Fernando López Miras ganó claramente las elecciones pero se quedó a dos escaños de la mayoría absoluta. Vox tiene nueve y exige entrar en el Gobierno para dar su apoyo. Tras el pacto en Aragón, López Miras ha querido enfriar la posibilidad de que se acelere el de Murcia: asegura que Azcón necesitaba el apoyo de más diputados de Vox que él, y que eso le ha obligado a cederles áreas del Ejecutivo. En su territorio, basta con que se abstengan.
Vox, por su parte, no cede en sus exigencias. El líder del partido en esa región lanzó un mensaje a López Miras el pasado jueves: “Hay que respetar la voluntad de las urnas. Sumamos 30 diputados con los que hay que conformar un gobierno de coalición. Nosotros no troceamos ni alquilamos diputados”. Tanto PP como Vox se mantienen en Murcia en sus posiciones iniciales y avisan de la posibilidad de repetir elecciones si la otra parte no cede.
Del sueño al enfrentamiento
La tensión posterior al 23J se produjo tras una campaña de guante blanco entre ambas formaciones. Feijóo no quería ver su imagen asociada a la de la extrema derecha, pero su partido no entró en confrontaciones con Vox. El pacto tácito entre ambas formaciones, que sabían que necesitaban cooperar para alcanzar el Gobierno, se evidenció en el debate de portavoces parlamentarios. Feijóo no acudió al debate a cuatro y Sánchez se lo reprochó: “Le da vergüenza aparecer al lado de Abascal”.
Las encuestas internas del PP y las que publicaban muchos medios de comunicación casi a diario, empezaban a vaticinar unos resultados para la candidatura de los populares por encima de los 160 escaños. En algunos círculos se fantaseaba ya con la idea de que el resultado de los de Feijóo fuese tan aplastante que Vox no tuviera capacidad para reclamar puestos en el Ejecutivo, algo que había hecho en todas las negociaciones autonómicas.
Convencido de que Sánchez vivía sus horas más bajas y que la victoria estaba al alcance de sus manos, Feijóo no paró de apelar machaconamente al “voto útil” con la esperanza de lograr una “amplia mayoría” que le evitara tener que meter en su Gobierno a Vox. Pero su ensoñación terminó de forma brusca al finalizar la jornada electoral y comprobar los resultados. El PP, pese a haber subido de 89 a 136 escaños, y Vox, que bajó de 52 a 33, no sumaban para alcanzar los 176 de la mayoría absoluta. Esa misma noche los dos partidos se enzarzaron en un agrio cruce de acusaciones sobre de quién había sido la culpa de no haber logrado obtener mayoría absoluta para gobernar y, como planeaban, acabar con “el sanchismo”.
En Génova 13, pese a la aparente euforia por haber logrado 47 escaños más –uno más tras el voto del CERA– , los dirigentes del PP pasaron en poco tiempo de dar tímidos botes ante sus simpatizantes desde el balcón por haber sido los ganadores de la contienda a asumir con tristeza y frustración que con los pobres resultados de Vox no llegaban al Palacio de la Moncloa. Paralelamente, en la calle Bambú, sede del partido de extrema derecha, el ambiente era terrible. Abascal y los suyos fueron pasando del estupor a la indignación al comprobar que se esfumaban sus sueños de ser decisivos para facilitar un gobierno alternativo al de Pedro Sánchez. El abatimiento era tal que el líder casi tuvo que ser empujado para que saliera a dar la cara y se encaramara al andamio que habían instalado para hacer una primera valoración de sus resultados. Un tenso momento que grabó la cadena Cope.
Abascal al final subió y no pudo ocultar su resentimiento contra Núñez Feijóo. En esa forzada comparecencia, el candidato de Vox aseguró que no entendía la alegría demostrada por el PP y el propio Feijóo, al que acusó de haber “desmovilizado” al electorado de derechas –especialmente al de Vox– con esos constantes llamamientos al “voto útil”. También le recriminó haber “vendido la piel del oso antes de cazarlo”, repartiendo “vicepresidencias” y “ministerios” como si fuera ya el presidente del Gobierno. Además, le afeó el hecho de haber contribuido a la “demonización” de su formación, ayudado por sus “satélites mediáticos”, así como de haberse creído “encuestas claramente manipuladas” que lo único que perseguían, a su juicio, era “desmoralizar” a sus votantes. Dicho todo esto, el líder de Vox alertó de la posibilidad de que haya un “bloqueo” en la investidura y se tengan que repetir las elecciones generales. O lo que para él es mucho peor, que Sánchez pueda volver a gobernar “con apoyo del comunismo, el golpismo separatista y los terroristas”.
Las “gilipolleces” de Vox
En el PP el análisis era otro y afirmaron que la responsabilidad de que no puedan materializar esa alternativa al sanchismo es de Vox, formación a la que acusan de haber estado lanzando durante la precampaña y la campaña mensajes exacerbados contra las mujeres, la violencia de género, el cambio climático, la inmigración... Pero sobre todo en relación a Catalunya, en donde el PSC ha ganado con creces las generales. El propio Abascal, en un desayuno informativo durante la campaña había alertado unos días antes de las elecciones de que si al final gobernaba Vox con el PP habría “tensiones” y se vivirían “situaciones peores que las del 2017”.
El análisis postelectoral del PP pasaba irremediablemente por su relación con Vox. Primero, por el descontrol de los pactos tras del 28M; mientras en Valencia se cerraba un pacto a toda prisa, en Extremadura la líder del PP, María Guardiola, escenificaba un distanciamiento de la extrema derecha y sus postulados ideológicos que apenas duró unos días. La dirección nacional del PP le torció el brazo, tuvo que desdecirse de todo y meter a Vox en su gobierno, la principal línea roja que había puesto.
El segundo error que señalaban dentro del PP en su relación con Vox era la permisividad con algunas de sus extravagancias. “Cada gilipollez de Vox era un punto más para el PSOE”, expresaban fuentes del PP andaluz a elDiario.es: “El folclore de Vox nos ha hecho mucho daño”.
Desde el propio PP andaluz, el presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla, pidió a Vox que hicieran “autocrítica por sus errores de bulto” en la campaña, mientras acusaba a la extrema derecha de haber sido “un instrumento muy útil para los intereses de Pedro Sánchez” y para la movilización del “independentismo” y “el socialismo”. Sus comentarios fueron respondidos por Jorge Buxadé, que los consideró “gravísimos” y “un error”.
No obstante, un reducido sector del PP dio parte de la razón a Abascal al considerar que el “mensaje del miedo a Vox” que no paró de lanzar Feijóo en la recta final de la campaña y el dar por segura una victoria del partido tan holgada fue lo que provocó la movilización del electorado de izquierdas. La propia Esperanza Aguirre cargó contra Feijóo por haber dicho que “prefería pactar antes con el PSOE que con Vox”.
El debate interno en el PP sobre qué hacer con Vox, si distanciarse o abrazar a su escisión, se ha cerrado por la vía de los hechos. En Aragón se ha impuesto la necesidad de pactar pese a que Azcón no quería integrarles en su Gobierno; en Murcia el PP no tiene otra opción si quiere evitar la repetición de las elecciones; a nivel nacional, y pese a los esfuerzos de Feijóo por aparentar que existen otros escenarios, su único apoyo de cara a una hipotética investidura serían los 33 diputados de la extrema derecha.
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