“Ha llegado el momento de poner el punto final a esta etapa”. El expresidente del Gobierno Mariano Rajoy abría el pasado 5 de junio el proceso de su sucesión al frente del PP. Nada más conocerse la decisión del líder que acababa de perder el poder tras una sorpresiva moción de censura, los dirigentes populares se apresuraron en reclamar una regeneración y una transformación de la organización para poner fin a la debacle de los últimos años sacudido por la corrupción y por la pérdida sucesiva de apoyos elección tras elección.
Este viernes los 66.706 afiliados inscritos en las primarias irán a votar a su nuevo presidente sin conocer cuáles son las propuestas de los seis candidatos para esa ansiada renovación.
Soraya Sáenz de Santamaría, María Dolores de Cospedal, Pablo Casado, José Manuel García-Margallo, José Ramón García-Hernández y Elio Cabanes llegan a la votación de este 5 de julio sin explicar cuál es su modelo de partido y, sobre todo, sin clarificar en qué se diferencia el de cada uno de ellos del resto de sus contrincantes. No ha habido opción de contrastar sus opiniones en ningún cara a cara, ya que la Comisión Organizadora del Congreso que está pilotando las primarias renunció a organizar un debate entre los seis aspirantes o entre algunos de ellos, como solicitó el exministro José Manuel García-Margallo.
Los candidatos se han limitado a exponer sus logros personales y sus méritos para ocupar el despacho de presidente de la séptima planta de la sede de Génova 13. Todos han hecho girar sus estrategias en los habituales mantras del PP, presentándose como garantes de la unidad de España, defensores de la vida, contra el aborto y la eutanasia o relacionando al Gobierno del PSOE con ETA y reivindicando el papel de las víctimas del terrorismo. La sucesión de consignas ha explotado todos esos asuntos para tratar de despertar a un electorado desmovilizado y abatido tras los últimos escándalos.
Pero nada de cambios orgánicos ni de debates ideológicos entre las grandes familias del partido: liberales, conservadores y democristianos. Ni siquiera las posibles modificaciones de los estatutos que se podrían poner en marcha en la ponencia política del congreso de los días 20 y 21 han ocupado a los aspirantes a suceder a Mariano Rajoy en las últimas semanas.
La apertura de las primarias
El único consenso que parece existir entre varios candidatos es el relacionado con el propio sistema de elección del presidente que se prueba en estas primarias. Pablo Casado, Margallo, García-Hernández y Cabanes quieren que en próximos procesos la obligatoriedad de que los afiliados se inscriban para poder votar se pueda prolongar durante toda la campaña y no solo durante diez días, como ha sucedido en esta. O incluso que la inscripción deje de ser imprescindible. Margallo también ha propuesto la limitación de mandatos, de forma que ningún cargo pueda permanecer en el mismo más de ocho años, o la creación de una Secretaría General de dedicación exclusiva.
Pero no ha habido más propuestas de reforma de los estatutos, ni siquiera referidas a la respuesta que el partido debe dar a la corrupción, la lacra que acabó expulsando a Rajoy del Gobierno y que, tal y como reconocen internamente, es la que ha hecho que muchos de sus votantes se estén yendo a Ciudadanos o a Vox.
El problema, central en la historia reciente del partido, sí ha ocupado parte de la campaña, pero ha sido más para que cada aspirante se pusiera sus propias medallas que para plantear propuestas concretas que eviten nuevos casos. Ha sido también arma arrojadiza en una campaña plagada de ataques más o menos velados entre los rivales internos. “He dado la cara y he defendido a mi partido de temas que no tenían que ver directamente conmigo porque es mi partido”, decía Cospedal, nada más anunciar su candidatura, en referencia a su papel frente a las acusaciones contra el PP enmarcadas en los casos Gürtel o Púnica.
Casado le respondía: “A mí nadie me va a dar lecciones de lo que es defender este partido. (...) Cuando perdíamos elecciones autonómicas y municipales o de otra clase y había que bajar, bajaba yo, cuando se ganaba, bajaban otras personas”, aseguraba. Él ha sido el único que ha anunciado que, si llega a la Presidencia tomará nuevas medidas contra la corrupción, aunque no las ha concretado: se ha comprometido a “establecer los mecanismos de control y de alerta temprana” que sean “necesarios”.
Sáenz de Santamaría, por su parte, se ha dedicado en toda la campaña a poner en valor la acción del Gobierno del que ha formado parte en contra de la corrupción.
Los tres favoritos
Los tres, la exvicepresidenta, Cospedal y Casado, son quienes tienen opciones de victoria según han reconocido en los últimos días cargos y diputados del partido. Y entre los tres se ha producido el principal cruce de acusaciones durante la campaña, que empezaron prometiendo juego limpio y respeto mutuo y acabaron en una auténtica batalla campal. Era de sobra conocida la enemistad entre las dos primeras, que compartieron Gobierno y son compañeras desde hace lustros. La sorpresa la daba el vicesecretario, que también ha sido colaborador de ambas y con quien la tensión ha ido creciendo hasta el punto de que no se saludó con Sáenz de Santamaría en un avión en el que coincidieron haciendo campaña.
La batalla se caldeaba la semana pasada cuando Génova daba a conocer la cifra de inscritos, un irrisorio 7,6% de los 869.535 afiliados. Los aspirantes se repartieron las culpas. Sáenz de Santamaría se desentendió de unos supuestos censos inflados y animó a los periodistas a preguntar “a Pablo” o “a Dolores”; Casado aseguró que la baja participación beneficiaría a las dos candidatas; y Cospedal dijo que se conformaba: “Son las reglas y hay que respetarlas”. Los tres han acusado al resto de formar parte del aparato.
La irrupción de Aznar en campaña, –a diferencia de Rajoy, que se ha mantenido al margen–, volvía a provocar más roces. Cospedal relacionaba a Casado con el expresidente y le recordaba que “la edad por sí sola no supone regeneración”. “Creo que a nuestro afiliado le gusta que nuestra gente esté orgullosa de su historia y que no reniegue de ella. No entiendo por qué otros candidatos reniegan de Aznar”, respondía el vicesecretario. El propio Aznar acusaba a Cospedal de querer borrar la historia del partido.
Casado ha denunciado a lo largo del proceso la existencia de “presiones” a los líderes regionales. Y ha cargado contra sus dos adversarias, a cuyos equipos acusó de poner “zancadillas” a su candidatura, sin concretar más sus acusaciones, lo que llevaba al presidente de la Comisión Organizadora del Congreso (COC), Luis de Grandes, a hacer un llamamiento a los candidatos para que no desprestigiaran el partido. El martes, era Cospedal la que daba una idea de cómo están las cosas en el partido: “Espero que no se abran heridas imposibles de coser ni fracturas que no se puedan cerrar”.
Sin disimulo en sus ataques, el más duro ha sido el exministro José Manuel García-Margallo, que empezó la campaña manifestando su rechazo a la exvicepresidenta y que ha concluido refiriéndose a los tres favoritos como “las dos viudas y el hijo adoptivo”.
Recursos rudimentarios e improvisados
Los analistas coinciden en que las primarias han pillado al PP con el pie cambiado y que la falta de cultura democrática en la elección de sus cargos –hasta ahora han sido escogidos a través del llamado 'dedazo'– explica las improvisaciones de los candidatos y la bajísima participación. El politólogo Antoni Gutiérrez Rubí ha percibido cierta “desorganización”, que se ha reflejado, por ejemplo, en los vídeos de campaña o en los recursos gráficos de los candidatos, que a su juicio han sido rudimentarios e improvisados.
Ante la ausencia de propuestas, considera que los tres principales candidatos han supuesto una propuesta en sí misma. “Cospedal es el viejo PP, Sáenz de Santamaría el PP más pragmático y de Gobierno, el más institucional, mientras que Casado es la nueva derecha, con un perfil joven interesante para poder enfrentarse en las urnas a Albert Rivera, Pedro Sánchez o Pablo Iglesias”.
“Las primarias son para elegir presidente del partido y candidato a la Presidencia del Gobierno. Y la segunda de estas dos elecciones es la que más ha influido en los discursos y gestos de los candidatos, en especial en Soraya Sáenz de Santamaría, que hace valer su experiencia gubernamental, la de portavoz parlamentaria y el resultado favorable que le dan las encuestas entre votantes o simpatizantes del PP”, recuerda, por su parte, Carmen Lumbierres, profesora de Ciencias Políticas de la UNED.
Ella reconoce que “no ha podido haber grandes diferencias ideológicas sobre el modelo de partido, porque no las hay entre los principales líderes y corrientes”. Sí es verdad, añade, que Cospedal y Sáenz de Santamaría insisten más en la integración, “mientras que el candidato Casado ha ido acentuando un perfil más de confrontación, porque esa es su fortaleza para distinguirse en este proceso”.
La campaña ha sido, en su opinión, más de gestos que de propuestas: “Desde su inicio, Cospedal se presentó ante los militantes de Castilla- La Mancha para recordar su poder orgánico y su capacidad para ganar elecciones, y recordó a Rita Barberá EN su paso por Valencia para mostrar su lealtad a los líderes históricos. Santamaría lo hizo en la escalinata del Congreso, sola, para escenificar la legitimidad que le habían dado las urnas y su habilidad como portavoz de la oposición. Y Casado en la calle, pero en la puerta de Génova, en su dualidad de cargo directivo y militante de base. Este último es el que más se asemeja en estilo comunicativo a Pedro Sánchez y Albert Rivera, tendiendo hacia una homogeneización de los liderazgos masculinos en los partidos más votados en el país”.
La trascendencia del proceso
Javier Lorenzo, politólogo de la Universidad Carlos III de Madrid, apunta que cada candidato ha buscado su “electorado”. Margallo se ha lanzado a por “un sector más conservador pero liberal”, Sáenz de Santamaría ha optado por “la continuidad en cierta regeneración y experiencia de gobierno sólido”, Cospedal se ha decantado por “la gestión del apoyo de las estructuras locales del partido” y Casado ha apostado por “la regeneración y su enganche con Nuevas Generaciones”.
“No sé quién va a ganar, ni siquiera me atrevo a decir quién lo ha hecho mejor o peor o si el futuro presidente del partido va a tener una larga vida o vamos a vivir otro proceso estilo Hernández Mancha. La cuestión de las primarias es que, por mucho que las quieras controlar, el resultado electoral va a determinar el futuro y el éxito de este proceso y, en ese caso, la literatura nos dice que no tienen un gran impacto salvo que verdaderamente se celebren unas primarias abiertas y que consigan movilizar a un volumen significativo, no ya de los militantes, sino del electorado simpatizante”, concluye.