“La autodeterminación, el separatismo y las consultas que buscan el enfrentamiento sólo traerán mayor fractura a una sociedad ya de por sí divida. Son innegociables para el Partido Socialista y la renuncia a esos planteamientos es una condición indispensable para que el PSOE inicie un diálogo con el resto de formaciones políticas”. Esa frase, forzada por los barones para su aprobación en el Comité Federal del 28 de diciembre, fue la primera piedra de Pedro Sánchez en su intento de llegar a Moncloa tras el 20D mientras ahora ve cómo una de esas formaciones puede mantener a Mariano Rajoy en el poder.
En el momento de aprobar esa resolución, el PSOE había tenido los peores resultados de su historia pero ninguno de los poderes del partido se atrevió a mover ficha contra el secretario general, que se mostró desde el primer momento dispuesto a negociar con el resto de fuerzas para intentar formar Gobierno, aunque siempre consciente de que Mariano Rajoy tenía preferencia. Sánchez sumaba 161 diputados junto a Podemos e IU frente a los 163 del bloque PP-Ciudadanos. Necesitaba los seis síes de PNV y la abstención de Convergència y ERC para ser presidente. Pero no pudo ni intentarlo.
El empeño de los socialistas por vetar a los independentistas alejó a Sánchez de esa posibilidad que en el sector más crítico están convencidos que manejó. El candidato socialista llegó a viajar a Portugal para aprender del pacto de izquierdas que su homólogo luso logró pese a quedar en segunda posición. Pero Antonio Costas no dependía de fuerzas independentistas ni tenía a buena parte de su partido esperando a verle pasar como un cadáver político.
A Sánchez le examinaron con lupa tanto el PP como los medios de derechas pero también en sus propias filas. El préstamo de senadores a ERC y Democracia y Libertad para que tuvieran grupo propio en el Senado provocó un terremoto interno. En el sector más crítico vieron en ese gesto tradicional de “cortesía parlamentaria” el intento de Sánchez de allanarse el camino hacia Moncloa.
Pero ahora que el PP ha obrado igual –y ha ido un paso más allá al intercambiar el apoyo de Convergència y PNV para la vicepresidencia del Congreso en manos de Ciudadanos por un puesto en la Mesa del Senado para los nacionalistas vascos y la promesa de tener grupo propio para los convergente pese a que no cumplen los requisitos que establece el Reglamento de la Cámara Baja– el PSOE da el visto bueno. Solo reclaman que haya transparencia y que se den a conocer las condiciones en las que se ha producido el trasvase de apoyos.
“Por convicción”
Sin embargo, el sentir generalizado en las filas socialistas no es de arrepentimiento, ni siquiera de los miembros de la dirección más próximos a Sánchez. El propio líder del PSOE siempre ha presumido de no haber permitido ser presidente “a cualquier precio”.
“Nosotros intentamos una vía [la de Podemos y Ciudadanos] que era complicada pero que pretendía conseguir la estabilidad de un Gobierno”, expresa una destacada miembros de la Ejecutiva. “Sacar adelante la investidura es relativamente fácil pero lo difícil es gobernar”, agrega.
No obstante, también hay indignación en las filas socialistas por las “dos varas de medir” que se han utilizado. “Si somos nosotros nos matan”, reconocían varios dirigentes tras la sesión de constitución de las Cortes.
Aún así, desde el PSOE llevan casi un mes empujando a Mariano Rajoy a que se salte el propio veto que los socialistas se autoimpusieron y trate de recabar los apoyos que necesita entre sus “afines ideológicos”, entre los que incluye a PNV y Convergència. “Que busque todos los acuerdos necesarios con las complicidades ideológicas”, ha reiterado este miércoles Meritxell Batet: “Se pueden poner de acuerdo también en una investidura”. La cabeza de lista del PSC ha recordado que los convergentes votaron un 50% de las iniciativas con el PP pese a la mayoría absoluta de la que gozaba Rajoy. Los de Artur Mas secundaron la amnistía fiscal de Cristóbal Montoro y la reforma laboral.
El acercamiento del PP a las fuerzas nacionalistas ha dado un respiro a los socialistas, que ven rebajada la presión interna y externa para abstenerse como vía para evitar terceras elecciones. Ahora tienen el argumento de que Rajoy tiene que seguir la “senda” de los 179 apoyos que recabó para la Mesa del Congreso y mantenerlos en su investidura.
En el sector crítico analizan las palabras de Sánchez, que se congratuló de las conversaciones del PP con los independentistas, y temen que intente blanquear esas negociaciones para asumirlas en primera persona en una hipotética investidura si Rajoy fracasa.
El PSOE ya se mostró dividido entre quienes abogan por que lo intente y quienes le sitúan en la oposición. Y, a su vez, los que piensan que debe dar un paso al frente chocan en los apoyos que debería buscar Sánchez. Mientras que la presidenta balear, Francina Armengol, cree que el PSOE debe intentarlo con Podemos y los nacionalistas e independentistas, otro de los barones que apoyarían que el secretario general repitiera el intento de marzo, Luis Tudanca, lo descarta por completo: “No, pero por convicción, no porque nos lo digan. Un Gobierno no puede estar atado o condicionado por aquellos que no quieren pertenecer a este país”, respondió en una entrevista en eldiario.es.
De todas formas ese escenario ni siquiera ha llegado y buena parte del PSOE, incluidos importantes miembros de la dirección de Sánchez creen que ni siquiera llegará el momento: “Sería una locura”, confesaba hace unos días uno de ellos en el patio del Congreso.