Mariano Rajoy no quiere problemas y ha jugado todas sus cartas para evitar el escenario de una investidura fallida. Desde Moncloa, el candidato conservador comunicó este jueves que aceptaba el encargo del rey para intentar la presidencia, pero con condiciones. Si durante el proceso que ahora se inicia el del PP no consigue los apoyos necesarios para ser presidente podría bajarse del tren y dejar las cosas en el mismo punto en el que estaban antes del encargo del monarca. “No adelantemos acontecimientos”, ha dicho Rajoy a los periodistas para sacudirse la polémica cuestión del nombramiento a medias.
El escenario que dibuja el candidato popular no tiene precedentes pero tampoco los tenía su decisión de enero de declinar el ofrecimiento del rey sin siquiera intentar empezar a negociar con nadie. Según fuentes jurídicas consultadas por esta redacción, la decisión del 23 de enero fue mucho más grave que la que acaba de tomar ahora, aunque ambas llevan al límite una Constitución que no ha previsto los equilibrios en los que el del PP quiere encontrar seguridad.
La sorprendente solución que el rey y Rajoy han encontrado para que el segundo se animase a aceptar el encargo no es de recibo para casi nadie en el arco parlamentario. Según fuentes de la dirección socialista, “el candidato popular no tiene derecho a declinar más adelante el encargo que hoy ha aceptado si eso no lo acompaña con su carta de dimisión”. En Ciudadanos han pedido explicaciones y en Podemos el formato impreciso tampoco ha caído con agrado.
En caso de que Rajoy lleve adelante su amenaza, la situación política volvería al punto de partida del bloqueo y el reloj de dos meses para convocar elecciones no empezaría a moverse.
Entre la primera renuncia de Rajoy y la que ahora anuncia como posible para un futuro han pasado muchas cosas y algunas significativas. En la primera ocasión el político del PP no contaba con la tranquilidad de tener al frente del Congreso a una persona bajo su mando. En aquellas circunstancias Rajoy no se atrevió a dejar en manos del socialista Patxi López la gestión de los tiempos para convocar el pleno de investidura y por eso declinó en primera instancia. Ese reloj está ahora en manos del PP, y más concretamente de Ana Pastor, una de sus principales colaboradoras, además de amiga personal.
En este control del escenario se ha cimentado la decisión de Rajoy de dar un paso al frente, pero el político gallego quería más garantías. En Génova 13 son conscientes de su incapacidad para encontrar apoyos y llegar al Gobierno, por eso Rajoy no quiere ir a una investidura sin llevar en el bolsillo el boleto ganador.
La amenaza de declinar en diferido sitúa al PP en una posición de ventaja de cara a las negociaciones. El candidato del PP pretende hacer del as en la manga que se ha traído de Zarzuela un elemento de peso para negociar.
La historia dice, sin embargo, que para negociar hay que hacer otras cosas. El caso más cercano es el de Aznar en 1996, cuando necesitó un mes para convencer a nacionalistas catalanes y vascos de que le hicieran presidente. En aquella negociación, además de partidas presupuestarias, Aznar tuvo que ceder y eliminar el servicio militar (como le pedía CiU) o borrar del mapa la figura de los gobernadores civiles (como pedía el PNV).
Al finalizar su esperada rueda de prensa, Rajoy ha bromeado al recomendar a los demás líderes políticos que no viajasen a playas demasiado lejanas de Madrid. El presidente en funciones cree que la responsabilidad que le ha otorgado el rey ni siquiera es toda suya: “Haré cuanto esté en mis manos pero no depende exclusivamente de mí”.