Cristina Cifuentes está enrocada, prosigue en su huida hacia adelante, intentando escapar de la sombra de un máster que le persigue día y noche. “No estoy imputada”, repite en público y en privado. “Si sale adelante la moción y Cifuentes se presenta en 2019, gana”, insisten sus colaboradores más próximos. “No he cometido ninguna ilegalidad”, reitera Cifuentes. Pero el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, ya le ha sugerido que dé un paso atrás. Sin embargo, Cifuentes se resiste hasta el punto de que le recordó a Rajoy que no dimitió por el caso Bárcenas, según fuentes próximas a Rajoy y conocedoras de la conversación. Las mismas fuentes afirman que la reacción de Cifuentes molestó mucho al presidente del gobierno. Otras fuentes, no obstante, matizan los términos de esa conversación: “Está pendiente. Rajoy simplemente ha aplazado la conversación y la decisión”.
La estrategia de la presidenta madrileña pasa por aguantar y aguantar. Por poner a prueba el código Mariano, célebre por administrar los tiempos a ritmos de opositor; y por usarlo a la interna y hacia afuera. A la interna, frente al propio Fernando Martínez Maillo, ante quien fuentes próximas al Gobierno de Madrid dicen que Cifuentes se negó a dar un paso al lado –como también lo ha hecho ante la sugerencia del propio Rajoy–. Y hacia afuera: confiando en que haya un día en que las cadenas de televisión cambien el foco informativo; y confiando en la encrucijada ante la que se encuentra Ciudadanos: votar una moción de censura de la mano de Podemos –el partido que hace campaña con Leopoldo López, aliado con aquellos a los que califica de chavistas– para echar a uno de los suyos –Cristina Cifuentes– mientras aguarda a que el voto del PP vaya pasando uno a uno a sus filas.
Pero el aguante de Cifuentes, quien se aferra al cargo más importante que ha tenido en tres décadas en la política, supone un pulso para Mariano Rajoy; a quien no le gusta que nadie le administre sus tiempos. Rajoy no quiere perder la Comunidad de Madrid, pero Ciudadanos le ha dejado claro que la perderá si no mueve a Cifuentes. Lo que no tiene claro el PP es que Ciudadanos lleve hasta el final esa amenaza: están jugando todos a quién frena antes, confiando en que el otro ceda. Y lo que no termina de poner nervioso a Rajoy es que Ciudadanos ha circunscrito su ultimátum a Madrid: de momento, su apoyo a los Presupuestos Generales del Estado no corre peligro.
En todo caso, de una manera o de otra, Rajoy tiene que ejecutar una decisión que ya parece tomada: dejar caer a Cifuentes, o no; ceder ante la presión de Ciudadanos, o no. Y en esa decisión, está tomando partido por una de las familias del PP: por la que representa su coordinador general, Fernando Martínez Maíllo, y la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría; en detrimento de la de su secretaria general, María Dolores de Cospedal.
Cospedal representa a quienes no quieren entregar más cabezas. Es la máxima con la que el Partido Popular afrontó el escándalo protagonizado por Cifuentes en la convención de Sevilla. La secretaria general impuso en el cónclave su estrategia de no ceder a la presión, con la convicción de que un signo de debilidad o duda evita problemas a corto plazo pero a largo tiene una única consecuencia: reforzar las posiciones electorales de Ciudadanos y de Albert Rivera.
La número dos del PP lanzó un mensaje claro a su partido: queda solo un año para volver a medirse en las urnas y ha empezado “la cuenta atrás”. Cospedal considera que ahora sería un error entregar la cabeza de Cifuentes. “Cerremos filas frente a las malas artes (...) y volveremos a ganar las elecciones”, aseguró durante el discurso inaugural de una cita que reunió el fin de semana pasado en Sevilla a 2.500 cargos del PP de toda España.
La otra familia es la que representa Fernando Martínez Maillo, más próximo a la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. “Nadie está por encima de las siglas del partido”, ha dicho este jueves. El lunes, el propio Martínez Maillo desautorizó a Cifuentes y tomó las riendas para recomponer la situación con Ciudadanos, aún maltrechas. La estrategia de Génova fue sustituir al equipo de la presidenta madrileña en las negociaciones con Ciudadanos e intentar que la comisión de investigación sobre el escándalo se produzca a cualquier precio.
El número tres del PP también ha reconocido que la crisis que se vive en Madrid es tanto “personal” como de “partido”, y ha asegurado que “hay tiempo” hasta el 7 de mayo, fecha límite para celebrar el debate de la moción de censura que ha presentado el PSOE. Eso sí, Maillo ha subrayado: “Nadie está por encima de la siglas del partido. Es muy importante la estabilidad en Madrid. La decisión habrá que tomarla, pero hoy por hoy no está tomada ninguna decisión”, un mensaje para reiterar que siguen “abiertos” a negociar con el partido de Albert Rivera.
Rajoy, que acaba de regresar de Argentina sin fecha para reunirse con Cifuentes, tiene que elegir, está obligado a elegir. Sabe que se juega mucho: dar un trofeo a su principal rival electoral, Albert Rivera, a cambio de conservar Madrid; debilitar a Cospedal a costa de reforzar a Martínez Maillo y Sáenz de Santamaría.
Pero Rajoy lo hará a su ritmo, con sus tiempos, sin las urgencias de unos y otros. Y con eso juega Cifuentes, con que los ritmos y tiempos de Rajoy refuercen su enroque y vayan de la mano de los mediáticos; y que para cuando vaya a ejecutar su decisión, las televisiones ya no estén con su máster y su currículum, y hayan vuelto a mirar a Catalunya, por ejemplo.