Los equilibrios de Casado con Ayuso: de ser ejemplo de lo que haría en la Moncloa a marcar distancias con sus polémicas

Iñigo Aduriz

17 de enero de 2021 21:40 h

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El Gobierno de la Comunidad de Madrid lleva el sello personal del presidente del Partido Popular, Pablo Casado. Su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, fue una dirigente colocada a dedo como candidata por el líder del PP para las elecciones autonómicas del 26 de mayo de 2019, en las que el partido obtuvo el peor resultado de su historia en la comunidad, aunque pudo volver a gobernar gracias a los acuerdos logrados con Ciudadanos y Vox. El consejero de Hacienda y responsable de las cuentas, Javier Fernández-Lasquetty, es un hombre de la máxima confianza del líder del PP, que lo convirtió en su jefe de gabinete a los pocos meses de hacerse con la presidencia del partido. Otros cuadros relevantes del gabinete de Ayuso también han sido elegidos desde Génova 13 para tratar de reforzar a una dirigente sin experiencia en la gestión que está al frente de la principal institución en manos del PP: la Comunidad de Madrid, con 20.000 millones de euros de presupuesto cada año y 6,7 millones de habitantes.

Pero aunque Ayuso es una de sus apuestas más personales y su gobierno lleva el inconfundible sello de Casado, durante el convulso año y medio que la dirigente madrileña lleva en el poder, que ha estado marcado por la pandemia, el líder del PP ha evitado manifestar su apoyo a algunas de las decisiones más polémicas. El bipartito de Madrid está roto por las malas relaciones que mantienen PP y Ciudadanos, no tiene presupuestos, está partido a la mitad y acapara titulares sobre su controvertida gestión de la crisis sanitaria y algunas salidas de tono de su presidenta. Casado había puesto a Ayuso de “ejemplo” de lo que haría al llegar a la Moncloa pero ahora que incluso algunos compañeros de partido y presidentes autonómicos cuestionan las actuaciones de la presidenta madrileña, el líder nacional trata de tomar distancia con algunas de sus decisiones.

El último ejemplo se dio esta misma semana: ante la cuestionada gestión del temporal de nieve que azotó especialmente a Madrid, Casado tardó cuatro días en mostrar públicamente su respaldo al trabajo de Ayuso frente a una nevada que comenzó el viernes 8 y que provocó el caos en la región. No fue hasta el martes cuando el presidente de los populares habló por primera de una “gestión muy acertada” de la máxima dirigente madrileña.

La relación de Casado y Ayuso es irregular, se ha movido entre la sintonía que ambos líderes han tratado de escenificar buscando la foto en múltiples escenarios y la indiferencia con la que Casado trata de poner tierra de por medio sobre algunas de las actuaciones controvertidas de la presidenta. De momento el líder del PP evita respaldarla como candidata para presidir el PP de Madrid en el congreso que el partido celebrará a finales de este año o a principios del que viene para acabar con la situación de provisionalidad en la que vive tras la dimisión de Cristina Cifuentes a raíz del escándalo de su falso máster y la creación de una gestora. Y cuando en agosto, en pleno intento por girar al centro, tuvo que elegir un portavoz nacional del partido, Casado optó por el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, con un perfil mucho más conciliador que el de Ayuso y menos estridente, al menos hasta aquel momento.

“El congreso no será antes de otoño y serán los militantes los que elegirán a sus representantes como pasó en el caso del congreso nacional donde yo fui elegido por primarias por primera vez en la historia de este partido”, se limitó a responder el jefe de los populares en su última rueda de prensa, el pasado 29 de diciembre, cuando se le preguntó por la posibilidad de que Ayuso presida el partido en Madrid como hicieron sus predecesoras al frente de la Comunidad, Cristina Cifuentes y Esperanza Aguirre.

Aunque en público los principales dirigentes del PP aseguran que “no es el momento” de abordar el proceso de elección de la nueva cúpula del PP de Madrid, que lleva más de dos años gestionado por una gestora, en privado no descartan una bicefalia y admiten que la presidenta madrileña no tiene por qué ser también la máxima responsable del partido en la región, como ha ocurrido en el pasado.

Son de la misma generación

Ayuso lleva décadas en la fontanería del partido. Trabajó en puestos menores con Aguirre y Cifuentes, pero emergió con gran protagonismo tras la victoria de Casado en las primarias del PP. Fue una de las personas que lo acompañó a depositar los avales para presentarse a las primarias y terminó como la escogida por él para luchar cuerpo a cuerpo con Vox, pese a que su experiencia de gestión se reducía a unos meses como número dos de la Consejería de Presidencia con Cristina Cifuentes. Su misión era conservar la joya de la corona de los conservadores en España, el Gobierno de la Comunidad de Madrid y además situar a una persona de la máxima confianza del líder en uno de los bastiones del partido. Lo consiguió, aunque necesitando para ello pactar con Ciudadanos –con el que mantiene una tensísima relación en su Ejecutivo de coalición– y Vox.

La hoy presidenta madrileña comparte generación con Casado –ella nació en 1978 y él, en 1981–, a quien conoció en Nuevas Generaciones, y con quien conectó por afinidad ideológica, ya que los dos provienen del sector más derechista del PP, apadrinado por el expresidente del Gobierno José María Aznar. Ambos formaron parte de la Fundación FAES que preside Aznar, y consiguieron ascender en política gracias a Esperanza Aguirre. Él, como presidente de las juventudes del partido en Madrid durante casi dos lustros, y ella, formando parte del equipo de redes de la expresidenta.

El último año y medio transcurrido desde que Casado la nombrara a dedo como candidata a presidir la Comunidad de Madrid se ha caracterizado, en cambio, por un constante vaivén en las relaciones entre ambos dirigentes, sobre todo por las diferencias en la gestión de la emergencia sanitaria provocada por la COVID-19. A principios de abril, cuando Madrid –que siempre ha mantenido intactas las competencias en Sanidad–, era el epicentro de la pandemia en España, al registrar un porcentaje de contagios y fallecidos muy superior al de otras comunidades autónomas –además de haber registrado un récord de fallecimientos en las residencias de ancianos–, el líder del PP trató de desvincularse de la labor de Ayuso al frente de la región.

En el peor momento de la pandemia, cuando se registraban más de mil muertos al día y Madrid encabezaba todos los rankings, Casado obvió en todas sus intervenciones la realidad epidemiológica de la autonomía y centró sus críticas en el Gobierno de Pedro Sánchez, al que acusó de “mentir” en las cifras de fallecidos, una estrategia que sigue manteniendo ahora, cuando arrecia la tercera ola, a pesar de que durante toda la emergencia esos datos han sido facilitados al Ministerio de Sanidad por las propias comunidades autónomas.

La estrategia de mano dura de Casado con el Gobierno por la gestión de la pandemia se ve lastrada por tener en Madrid las peores cifras en número de muertes y el escándalo de las residencias en una crisis donde la región siempre ha mantenido intactas sus competencias y que ha enseñado las costuras de años de privatizaciones de los hospitales y los servicios públicos.

Un “ejemplo a seguir”

Con todo, a finales de abril Casado inició una campaña para tratar de blanquear la gestión de Ayuso, que consideró un “ejemplo a seguir”. “Es lo que haríamos a nivel nacional”, apuntó el líder del PP durante el acto oficial de la comunidad con motivo de la festividad del 2 de mayo, para sorpresa de otros presidentes autonómicos. Una semana después, ese “laboratorio” de las políticas de Génova 13 saltaba por los aires daba nuevas señales de colapso por las diferencias entre los dos socios de gobierno de la región, PP y Ciudadanos, en la gestión de la pandemia, que provocó una serie de dimisiones, como la de la entonces directora general de Salud Pública, Yolanda Fuentes, que se negó a firmar un documento que solicitaba al Gobierno acelerar la desescalada.

Mientras la mayoría de los dirigentes políticos españoles cumplían a rajatabla el confinamiento decretado por la crisis del coronavirus, realizando ruedas de prensa desde sus domicilios y limitando al máximo sus salidas, Casado programó una gira a a lugares tan dispares como el hospital de campaña improvisado en IFEMA –una visita por la que el líder del PP llegó a plantar al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que le había convocado a una reunión en la Moncloa–, Mercamadrid, un hotel, una granja de ovejas y hasta la sede de la principal asociación de fabricantes de vehículos, donde siempre se fotografió al lado de Ayuso y de otra de sus apuestas personales, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida.

La presidenta madrileña siempre ha dado trato de autoridad institucional a Casado, cuyas responsabilidades públicas no van más allá de la presidencia de su propio partido, y prolongado la tournée del líder nacional del PP en los últimos meses. Ayuso se fotografió con él en la inauguración del polémico hospital de pandemias Isabel Zendal o, esta misma semana, llevándole a la sede del centro de Emergencias de la región para supervisar el operativo desplegado para hacer frente a los estragos del temporal de nieve. Ese papel institucional que Ayuso quiere otorgar a Casado ha suscitado muchas críticas entre los partidos de la oposición en Madrid, que se quejan de que la presidenta madrileña no quiera reunirse con ellos mientras pasea al líder de su partido por la región.

Casado, en cambio, quiso marcar distancias con Ayuso cuando, a mediados de mayo, se conoció que la presidenta madrileña estaba pasando la pandemia en un apartamento de lujo valorado en unos 6.000 euros al mes y que pertenecía al empresario hotelero Kike Sarasola, que tiene intereses en la región. Aunque sin exigir responsabilidades directas a la presidenta madrileña, el líder del PP recalcó entonces que seguía vigente el código ético de la formación conservadora que prohíbe a los cargos del partido recibir regalos. “Estoy convencido de que todos lo están siguiendo y si hubiera que hacer cualquier indagación así lo haremos”, señaló.

En verano, Casado decidió volcarse de nuevo en apoyar a Ayuso, a pesar de la polémica gestión de las residencias de ancianos realizada por el Ejecutivo autonómico durante la pandemia. En las primeras semanas de la emergencia sanitaria esos centros en los que solo en la región han muerto más de 6.000 ancianos recibieron una orden de la Consejería de Sanidad pidiéndoles restringir el traslado de residentes contagiados por la COVID-19 a centros hospitalarios, que la comunidad dijo después que se envió “por error”. “A día de hoy el responsable único de las residencias de ancianos tiene nombre: Pablo Iglesias, el gran desaparecido”, apuntó entonces la dirección del PP en un argumentario interno enviado a todos los dirigentes del partido, en el que se les pidió explícitamente que respaldaran la gestión de las residencias en la Comunidad de Madrid.

Los problemas de gestión de la pandemia

En septiembre, en pleno inicio de la segunda ola de la pandemia, Casado responsabilizó en exclusiva al Gobierno de Sánchez del agravamiento de la pandemia en España y, evitando un respaldo directo a la Comunidad de Madrid, donde volvían a registrarse más contagios y fallecidos que en ninguna otra comunidad autónoma, trató de excusar la responsabilidad de Ayuso ante el caos sanitario. “La crisis del COVID no está siendo simétrica en contagios y fallecidos, se está ensañando con los gobiernos nacionales que peor lo están gestionando, y con el de Pedro Sánchez a la cola de todo el mundo. Y digo gobiernos nacionales porque las epidemias y pandemias son responsabilidad exclusiva de los gobiernos estatales por mucho que la coalición de PSOE y Podemos pretenda derivar su negligencia a las comunidades autónomas y por mucho que aliente que la opinión pública solo ponga el foco en las que gobierna el centro derecha”, dijo entonces Casado.

Pese a esas palabras, el líder del PP desterró de su discurso las alabanzas que había dedicado meses atrás a la presidenta madrileña, tratando de evitar que el desgaste que sufría la dirigente autonómica afectara al plan que se había fijado el líder nacional del PP para el nuevo curso político, que pasaba por presentarse como “alternativa” de gobierno, poniendo en valor la “capacidad de gestión” de la derecha frente a la izquierda.

Los errores de planificación, la falta de recursos y la tardanza en la adopción de medidas en Madrid en la segunda ola no facilitaron la difusión de esa visión que el líder del PP pretendía trasladar al conjunto del país de que el PP era el “único” partido capaz de arreglar los supuestos desaciertos del Ejecutivo progresista. Esos fallos dificultaron, además, la permanente estrategia fijada por Casado desde su triunfo en las primarias para intentar aunar en su partido al electorado que en los últimos años se habían marchado a Vox o Ciudadanos.

El enésimo giro en la relación entre Casado y Ayuso se dio cuando, ya entrado el otoño, el Gobierno quiso consensuar con la Comunidad de Madrid el escenario para afrontar el agravamiento de la pandemia, con un estado de alarma de seis meses –de octubre de 2020 a mayo de 2021–, que finalmente fue aprobado en el Congreso de los Diputados a pesar de la abstención del PP. Cuando el Ministerio de Sanidad trató de consensuar con los consejeros de Salud de todas las comunidades autónomas un plan acordado previamente con el Ejecutivo madrileño –que precisamente había exigido un pacto a nivel estatal como condición para endurecer las restricciones dentro de su territorio–, Casado se alineó con Ayuso para para situarse en contra del Ejecutivo, al que una y otra vez acusan de tomar decisiones “discrecionales”.

El conflicto con la “propaganda”

Las medidas para hacer frente a la segunda oleada de la pandemia evidenciaron, no obstante, el doble discurso del PP que, por parte de Ayuso mostró muchas reticencias a cerrar la Comunidad de Madrid, uno de los principales focos del virus en España, y por parte de Casado reivindicó las medidas puestas en marcha por la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Emmanuel Macron, mucho más restrictivas que las planteadas por el Gobierno progresista.

Casado y Ayuso se alinearon también el mes pasado para hacer del inicio de la vacunación en España una nueva batalla política contra el Gobierno. El mismo líder del PP que el pasado domingo difundió a través de todos los medios a su alcance sus fotografías retirando nieve tras el paso de la borrasca Filomena, acusó al Ejecutivo de hacer “propaganda” por colocar una pegatina con el logotipo del Gobierno en uno de los primeros lotes de vacunas llegados a España.

Ayuso, que al inicio de la pandemia llegó dos horas tarde a una Conferencia de Presidentes por hacerse fotos con el material sanitario que llegó al aeropuerto de Barajas, suscribió esas acusaciones de Casado y, además, consideró que el equipo de Pedro Sánchez “discriminaba” a Madrid por el número de vacunas asignadas, 48.000 a la semana. Hasta este jueves, la Comunidad de Madrid se situó en cambio a la cola de España en la inyección de esas vacunas, y Ayuso presumió de haber suministrado tan solo 1.000 al día.