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Sánchez a Iglesias, al final de una negociación que no pudo ser: “En noviembre, ya hablaremos”

Cuentan que en el teléfono móvil de la vicepresidenta del Gobierno en funciones aún permanece un mensaje de WhatsApp del 24 de julio. El destinatario era Pablo Echenique y en el texto se lee: “Dime exactamente de qué hablamos. ¿Igualdad tampoco os vale?”. El mensaje no recibió respuesta. De ahí que Carmen Calvo lo intentara con Ione Belarra: “¿Podemos hablar?”.

La respuesta igualmente fue el silencio. Lo que vino después de aquellos últimos días de julio previos a la investidura fallida de Pedro Sánchez todo el mundo lo recuerda. Las crónicas dieron cuenta del desastre en directo, después de una oferta “in voce” de Pablo Iglesias durante el pleno para que los socialistas cedieran a Unidas Podemos las políticas de empleo dentro de la oferta del Gobierno de coalición. Demasiado tarde.

La negociación ya había saltado por los aires horas antes en el momento en que los de Iglesias rechazaron una vicepresidencia y tres ministerios que consideraban vacíos de competencias. El PSOE no aceptó ya que la configuración del Gobierno de España se convirtiera en una especie de “chalaneo” desde la tribuna del Parlamento y prefirió que Pedro Sánchez no fuera investido. Sostienen que fue “una cuestión de principios, no de encuestas”, como se ha dicho ante los datos que supuestamente beneficiaban a los socialistas en el caso de una repetición de las elecciones.

En Podemos, su versión es completamente distinta. De hecho, su relato sobre lo que ocurrió en julio añade compromisos incumplidos, palabras dadas que se llevó el viento y varios intentos para romper la unidad dentro del Grupo Confederal de Unidas Podemos. El primero que recuerdan es precisamente el que justifica los silencios de Echenique y Belarra a los mensajes de Calvo con los que arranca este reportaje: “No es que no respondiéramos a la vicepresidenta, es que llevábamos horas pidiendo las políticas de Igualdad y nos las negaban. Pasado un tiempo decidieron meter a Alberto Garzón en la negociación para hacerlo partícipe, concederle a él lo que nos negaban a nosotros y quebrar la unidad interna”. Ahí se rompió para siempre la confianza dentro de la comisión negociadora.

Cuentan, en este caso ambas partes, que hay que remontarse a aquella mañana del 24 de julio, unas horas antes del pleno de la investidura fallida, para entender la segunda parte de esta historia que va más allá de una guerra por el reparto del poder entre dos partidos de izquierdas. Una batalla de egos, filtraciones interesadas por ambos lados, verdades a medias, mentiras enteras y demasiados recelos. Todo aderezado con la construcción de sendos marcos mentales para prepararse ante un eventual fracaso mucho antes de que empezaran a sonar los tambores de unas nuevas elecciones, que ahora ya zumban con toda la intensidad.

Qué lejos queda aquél 7 de mayo en que Sánchez e Iglesias mantuvieron la primera reunión en La Moncloa tras el 28A y acordaran comunicar a la prensa que se habían puesto de acuerdo en ponerse de acuerdo. La frase la pronunció el líder de Podemos, Pablo Iglesias, después de que, según su versión, el presidente le ofreciera la presidencia del Congreso y tres “ministerios de perfil bajo” en el Consejo de Ministros y él lo rechazara 24 horas después bajo el argumento de que la tercera autoridad del Estado le correspondía al ganador de las elecciones y de que ellos aspiraban solo a tener competencias en materia de Trabajo y Medio Ambiente para desarrollar sus compromisos electorales.

Cuentan aquí los interlocutores de Podemos que, desde las elecciones y hasta la segunda reunión que mantuvieron ambos líderes, Sánchez estaba de acuerdo en compartir la mesa del Consejo de Ministros con quien había sido su socio preferente durante los últimos diez meses. Y que hasta tal punto era así que le pidió expresamente a Iglesias cambiar la semántica del Gobierno de coalición por el de Gobierno de cooperación para no despertar recelos entre los socialistas más renuentes al acuerdo.

Iglesias recuerda que atendió la sugerencia, pero que en el mismo momento en que explicaba a los periodistas que lo importante era estar dentro del Gobierno y no cómo se llamara, el PSOE empezó a telefonear a algunos periodistas para decir que no habría ministros de Unidas Podemos. A partir de ahí empezaron a sucederse posicionamientos políticos sobre el papel de los de Iglesias en el Ejecutivo fuera del marco de la coalición: que si independientes vinculados al partido, que si militantes pero no dirigentes, que si dirigentes pero no de primer nivel… El tira y afloja acabó cuando el presidente se plantó en La Sexta, le dijo al periodista Antonio García Ferreras que el problema se llamaba solo Pablo Iglesias, este dio un paso atrás al día siguiente y arrastró al PSOE a una negociación en la que el grupo confederal elevó el precio del acuerdo.

Cuentan los socialistas que si el líder de Podemos se declara humillado porque el presidente vetara su presencia en el Gobierno, Sánchez se sintió igual cuando, en contra del criterio de todo su equipo, ofreció una vicepresidencia para Irene Montero, además de tres ministerios y Unidas Podemos lo rechazó. En aquel instante, aseguran en su entorno, Sánchez decidió que era mejor asumir el riesgo de unas elecciones que el de estar sometido al desgaste continuo de un socio no fiable que se creía garante y propietario único de las esencias de la izquierda.

Hasta aquí lo que en Unidas Podemos identifican como la primera parte de un tiempo “fake”. La segunda podría empezar el 20 de agosto, después de que Echenique e Iglesias permanecieran en Madrid durante las vacaciones a la espera de una llamada de Sánchez que nunca llegó, y el secretario general de Podemos decidiera enviar al presidente, unos minutos antes que a la prensa, una propuesta con 120 medidas para un Gobierno de coalición con cuatro fórmulas, siempre reservándose las carteras de Trabajo o Transición Ecológica

“Gracias. Lo leo con detenimiento y te digo algo”, le respondió por WhatsApp Sánchez. Media hora más tarde, el PSOE rechazaba la propuesta, cerraba la puerta a una entente al no ver ningún avance en el documento e invitaba a Iglesias a explorar otras fórmulas de gobernabilidad para España.

Desde entonces, los socialistas han querido que Unidas Podemos renunciase a un gobierno de coalición y los de Iglesias han buscado a toda costa retomar la negociación de la coalición donde derrapó en la investidura fallida. La llegada de septiembre preocupó en las filas de Unidas Podemos porque los socialistas seguían sin responder a las continuas llamadas públicas de Iglesias para que Sánchez le recibiera en La Moncloa.

Podemos había decidido, pese a la presión de algunas confluencias y de IU que plantearon dar un apoyo gratis a Sánchez, que sólo podía ceder en el marco de la coalición. Así lo hacía constar el partido en todos sus mensajes a los medios de comunicación mientras recordaba que el PSOE se dedicaba a filtrar a la prensa las posibles consecuencias que tendría para el grupo confederal la llamada “vía Errejón” si el ex número dos de Iglesias presentaba una candidatura nacional en el marco de una repetición de elecciones.

El PSOE ya había pasado de la cooperación a una propuesta para un acuerdo de legislatura que, en lugar de remitir a Podemos, el presidente presentó el día 3 de septiembre en un acto rodeado de militantes y cargos del PSOE más propio de un arranque de campaña que de cualquier otra cosa. Podemos seguía empeñado en la coalición.

Aún así el 5 de septiembre, tras una llamada de Calvo a Pablo Echenique las comisiones negociadoras volvieron a sentarse en torno a una mesa. Las tres primeras horas de la reunión de aquel 5 de septiembre transcurrieron en términos de reproche mutuo y la negativa de Podemos a aceptar el marco de negociación que pretendía el PSOE, que no era otro más que el de un gobierno de colaboración parlamentaria sobre la base de un programa progresista de 370 medidas y unos cuantos cargos en órganos del Estado al margen del Consejo de Ministros. Unidas Podemos se empeñaba una y otra vez en retomar el diálogo donde quedó en julio, esto es, una coalición con ministros suyos.

“Que no, que no y que no… No habrá Gobierno de coalición”, espetó María Jesús Montero, a primera hora de la tarde del 5 de septiembre. Era la primera cita, después del verano, que la delegación socialista –la ministra de Hacienda, Carmen Calvo y Adriana Lastra– mantenía con Unidas Podemos para un segundo intento de alcanzar un acuerdo de investidura. De un lado, tres mujeres. De otro, cuatro hombres y dos mujeres –Pablo Echenique, Ione Belarra, Yolanda Díaz, Juancho López Uralde, Enrique Santiago y Jaume Asens–, en una composición que trataba de evitar fisuras en el grupo confederal dando representación a todos los actores, algo que no había ocurrido en julio.

Cuentan sobre esta segunda parte que Montero pidió disculpas por la contundencia y el tono utilizado ante la delegación de Unidas Podemos, pero que no se movió un ápice de su posición y que rechazó todos los argumentos esgrimidos por sus contrarios.

Lo mismo hicieron de forma coordinada la portavoz parlamentaria, Adriana Lastra, y Carmen Calvo. Y eso que tanto María Jesús Montero como Lastra fueron hasta julio, en contra del criterio del presidente y su sanedrín monclovita, de las más firmes defensoras de hacer de Podemos un socio de gobierno. “Nadie más que yo defendió la coalición hasta julio. Pero la rechazasteis y ahora esa pantalla ya no existe. Y no nos vais a dar lecciones de cómo ser de izquierdas”, llegó a decir Lastra a sus interlocutores.

En el bando opuesto sostienen que el PSOE intentó buscar grietas desde el minuto uno entre Podemos y las confluencias hasta el punto de que Echenique tuvo que decir en un momento de la reunión: “Pablo es Podemos y Podemos es Pablo” para hacer constar la unidad entre los negociadores de ese lado de la mesa. A lo que Carmen Calvo respondió: “…Y nosotras somos militantes del PSOE, donde uno no es nadie si tus compañeros no te han volado la cabeza unas cuantas veces”.

Las fuentes consultadas añaden que la estrategia socialista de dividir a sus interlocutores quedó en evidencia cuando en la segunda reunión el 10 de septiembre el portavoz de los Comunes, Jaume Asens, se dirigió a Calvo en los siguientes términos: “¿Cómo has podido filtrar a la prensa que yo defendí una posición soberanista en la primera reunión, si no intervine en ningún momento?”.

La vicepresidenta, que según los negociadores de Unidas Podemos, achacó el incidente a una mala interpretación de la prensa, reprochó en todo momento a sus interlocutores que hubieran cerrado el paso a un presidente socialista por dos veces y que “además fueran llorando por los platós de la televisiones haciéndose las víctimas”. Pero, además, se dirigió en tono airado a Asens con estas palabras: “Estoy harta de vuestro coqueteo con el soberanismo. ¿Sabes por qué yo no soy independentista? Porque la región más rica de España quiere mandar a la mierda al

resto“.

“La factura de los errores y las derrotas de Pablo Iglesias no las pagará el PSOE. Eso no va a pasar”, añadió la ministra de Hacienda en funciones para hacer saber a sus interlocutores que el líder de Podemos se equivocó al no aceptar la oferta de julio –una vicepresidencia y tres ministerios– después de haber sido derrotado en las urnas, donde obtuvo 81 diputados y 3.700.000 votos menos que los socialistas.

Una y otra vez los socialistas advirtieron que no iban de farol y que Sánchez no cedería a un gobierno de coalición. Y hoy dan por hecho que la inexperiencia y la juventud de sus dirigentes les llevó a no creer en su palabra y a instalarse en todas las reuniones en “lamentos emocionales, y no políticos, con los que justificar su cerrazón”. Por su parte, la delegación morada sostiene que en todo momento, tanto el 5 como el 10 de septiembre, los socialistas insistieron una y otra vez en que a ellos les iban bien unas nuevas elecciones y en que “nosotros éramos una fuerza en declive”. La demostración de que “no querían negociar nada en aquellas dos reuniones, fueron los reiterados intentos por dividirnos”, ha contado estos días Juan López de Uralde. Su objetivo era “quebrar” al grupo confederal y que este “tragase con el gobierno de partido único”.

Los socialistas interpretaron que Yolanda Díaz, la única que preguntó por los cargos institucionales que el PSOE estaba dispuesto a ceder a Podemos fuera del Consejo de Ministros, era partidaria de aceptar la última oferta de Sánchez sin entrar en el Gobierno. “¿De qué puestos estáis hablando”, le preguntó a Calvo. “Empieza por el Defensor del Pueblo y puedes hacer tú misma la lista, pero primero hablemos de los contenidos”, le respondió la vicepresidenta.

Echenique zanjó acto seguido la cuestión al trasladar a la delegación socialista que no buscaran diferencias y que la posición de Podemos era inamovible. “Al ver que no consiguieron dividirnos, fueron ellos los que decidieron levantarse de la mesa, y nosotros los que les advertimos que así lo haríamos saber a los periodistas”, sostiene ahora Echenique.

“Ya vale de este peliculón. Lo que quedará es que habéis cerrado el paso a un presidente de izquierdas por segunda vez en la historia”, respondió Montero. La reunión se dio por concluida y lo que siguió al 10 de septiembre fue una sucesión de públicos llamamientos mutuos a la responsabilidad hasta que Pablo Iglesias llamó por teléfono a Sánchez para pedirle una entrevista en la Moncloa y este se la negó con el argumento de que el marco de negociación era la mesa de diálogo y que no iba a verse con él si no renunciaba a que los suyos entraran en el gobierno.

No sería el último contacto entre socialistas y dirigentes de Podemos, ya que alertado por la evolución de los sondeos y la desmovilización de la izquierda social, el ministro en funciones de Fomento y secretario del Organización del PSOE, José Luis Ábalos, intentó, con la negociación ya rota, mediar con los de Podemos para buscar un punto de encuentro. En una conversación con Rafael Mayoral llegó a hablar de ministerios para Unidas Podemos, dejando claro que Vivienda no estaría entre las competencias que asumieran. El ministro no hablaba en nombre del presidente del Gobierno y él mismo aclara que lo que los de Iglesias consideraron una mediación fue de un simple intercambio de opiniones, pero no de encuentros formales.

Los líderes estaban enrocados y ni sus segundos o terceros niveles eran ya capaces de convencerlos para que cedieran un solo milímetro en sus posiciones.

La última vez que han hablado Sánchez e Iglesias ha sido este martes por la mañana antes de que ambos fueran a ver a Felipe VI en la Zarzuela. Durante la conversación, el presidente preguntó al líder morado cuál era su posición final y este le respondió que sin ministros no se saldría de la abstención, salvo que el PSOE alcanzara un acuerdo con Ciudadanos para que se abstuviera como había propuesto en los minutos finales y por sorpresa Albert Rivera.

“La oferta de Rivera es solo en clave electoral. Es un paripé mediático”, respondió el presidente en funciones, a lo que Iglesias añadió: “¿Eres consciente de que el mapa que resulte del 10N puede quedar idéntico y tengamos que volver a la pantalla de inicio y hablar de lo mismo?”. “Pues en noviembre, ya hablaremos”, se despidió Sánchez.

Game over.