Sánchez logra con reservas un apoyo mayoritario al plan contra la guerra y recibe la crítica unánime por el Sáhara

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La historia está llena de grandes discursos para una guerra. Épicos. Solemnes. Determinantes. Motivadores. Elocuentes. Está el de Federico el Grande a las tropas prusianas antes de entablar combate. Está el que Isabel I dirigió a los soldados que mantenía en Tilbury para repeler a la Armada Invencible que Felipe II envió para destronarla. Están los que en plena Guerra Fría y con una diferencia de apenas tres días, hilvanaron Eisenhower y J.F.Kennedy. Y está la arenga por excelencia de Churchill, tras la caída de Chamberlain, durante la segunda Guerra Mundial y con Holanda a punto de caer bajo el yugo nazi. 

Pedro Sánchez no es hombre de grandes discursos y el de este miércoles ante el Parlamento para explicar el Plan Nacional de Respuesta a la Guerra en Ucrania no se puede decir que fuera imponente, pero sí correcto, institucional, solemne, grave y cargado de realismo. “Nuestras vidas y nuestra economía advertirán los efectos de la guerra” y “la seguridad y el bienestar de nuestro país están en riesgo si no actuamos con determinación” fueron frases que tronaron en un hemiciclo en el que esta vez, al menos, no hubo llamadas al orden, ni abucheos, ni interrupciones. Algo que es de agradecer dada la coyuntura y viniendo de la política del ruido y el improperio de la que venimos desde que empezó la Legislatura.

El presidente del Gobierno subía a la tribuna en el mismo instante en que trascendía el dato del INE correspondiente al indicador adelantado del IPC de marzo. De nuevo, una cifra histórica y una escalada hasta el 9,8% en los precios, la mayor desde 1985. Un mal dato que achacó en gran parte al precio de la energía  y los alimentos no procesados, dos elementos directamente relacionados con la guerra de Rusia. 

Sánchez no intentó poner paños calientes a la situación, pero sí pidió reiteradamente “unidad política” y dejar de lado “el sectarismo” para apoyar las medidas que el Gobierno ha implementado para paliar las consecuencias de la guerra. “Por el bien de España y de Europa. No me parece que pedir apoyo y unidad en medio de una pandemia y una guerra en Europa sea demasiado pedir. Hagámoslo posible esta vez”, reclamó con firmeza antes de reiterar que el nuevo orden político supone una amenaza de la desestabilización global, que puede llevar a Europa al “peor de los escenarios”, que puede ser “una larga posguerra”. 

 “¿Qué más tiene que ocurrir para que respondamos unidos?”, se preguntó quien durante su mandato, además de a una pandemia y a las consecuencias de esta guerra, se ha tenido que enfrentar a la erupción de un volcán y hasta a una tormenta de arena del desierto. De nuevo, una llamada a la “inteligencia, a la capacidad y al sentido común” de todas las fuerzas políticas “para entender bien el momento que vivimos”. Un reclamo que combinó con la puesta en valor del “patriotismo europeo” frente a retos “tan colosales” como la invasión rusa. 

Ni por esas. Con PP y Vox predicó en el desierto. Este Gobierno no ha tenido ni un minuto de tranquilidad y tampoco el mejor de los escenarios desde que llegó a La Moncloa. Por la irrupción de una pandemia, por la erupción de un volcán, por una mayoría precaria, por una oposición virulenta, por la difícil cohabitación entre sus socios, por el precio de la electricidad, por la espiral inflacionista, por una guerra en el corazón de Europa y, cómo no, también por sus errores propios. 

Con Casado o con Feijóo, la derecha no parece dispuesta a darle tregua, a tenor de la intervención que enhebró la actual coordinadora del PP, Cuca Gamarra, quien no sólo calificó de “insuficiente” el plan de Sánchez, sino que restó relevancia a la llamada “excepción ibérica” que el presidente logró en el Consejo Europeo para desacoplar el precio del gas de la factura eléctrica. “La única excepcionalidad de España es su Gobierno”, afirmó al tiempo que incidió en que su “colapso como gobernante es la decadencia del país y la ruina de los españoles”. Para el PP, el único problema de España y de los españoles se llama Sánchez.

Un PP que arrastra los pies tras Abascal

Poco más que añadir sobre una intervención inflamada, desordenada, sin una sola aportación que discurrió en parecidos términos a la que después entonaría Santiago Abascal. El malestar del Gobierno con los populares va más allá de su sintonía con la ultraderecha porque para quienes han protagonizado la ronda de consultas con los grupos parlamentarios antes de la redacción del decreto de medidas frente a la crisis es un clamor que el PP, pese a su inflamado discurso y su reiterada petición de una bajada de impuestos generalizada, no haya hecho llegar ni una sola propuesta a La Moncloa. Y esto pese a que Gamarra, durante el debate, se quejó ufana de que el decreto anticrisis no hubiera sido negociado, sino impuesto en una especie de  “esto son lentejas, si quieres las tomas y si no las dejas”.

Soflamas aparte, la sombra de Vox sigue siendo alargada para un PP que arrastra los pies y también su estrategia de oposición ante su principal competidor de bloque, cuyo líder se perdió en la tribuna con frases grandilocuentes sobre la paciencia de los españoles, las “trampas” y el “fanatismo ideológico” del Ejecutivo  y las “obsesiones ideológicas” del presidente del Gobierno.

Con todo, esta vez no parece que cuando llegue, antes de 30 días, la votación para convalidar el decreto de las medidas contra la espiral inflacionista, vaya a haber sobresaltos como con la reforma laboral. Sánchez salió del Parlamento con una mayoría amplía asegurada que vendrá, sobre todo, de los grupos que hicieron posible su investidura. Ninguno hizo explícito el sentido de su voto, pero sí dijeron que “será difícil” votar contra el decreto. Con esas palabras lo afirmó Aitor Esteban (PNV) y en parecidos términos Gabriel Rufián (ERC), más allá de su reproche al carácter coyuntural y no estructural de las medidas y de la posibilidad de que el texto se tramite como proyecto de ley para poder introducir mejoras. Un escenario que descartan en La Moncloa con los siguientes argumentos: “Ni esto es un concurso de ideas ni tiene sentido dilatar el debate dado el horizonte temporal de las medidas”. 

Mucho peor parado salió el jefe de Ejecutivo de la respuesta unánime de la Cámara al giro en la posición histórica sobre el Sáhara. Ahí no encontró ni apoyo ni comprensión de la derecha, pero tampoco de sus socios de investidura ni de gobierno. A diestra y siniestra la crítica fue unánime a una decisión que Sánchez, en su primera intervención, primero atribuyó a “un asunto de Estado” alineada con la de “nuestros socios europeos”  y minutos después, atribuyó a una decisión propia que “he tomado con plena voluntad de dar un paso adelante”. 

Más tarde, enmarcó el apoyo a la vía autonomista de Marruecos en las últimas resoluciones de la ONU que buscan soluciones aceptadas por todas las partes implicadas y, sobre todo, a las cartas y manifestaciones públicas de los Gobiernos de Francia, Alemania y el alto representante de la UE, si bien evitó mencionar que esa misma línea  fue la defendida por Donald Trump y ha mantenido también Joe Biden. Para Sánchez, acabar con la que ha sido la posición histórica de España durante 47 años, es “una ventana de oportunidad”  para pasar a ser “un actor activo y no pasivo” y empezar a encauzar de otra manera el conflicto. 

La popular Cuca Gamarra, de hecho, dedicó mucho más tiempo a hablar del “giro unilateral” que achacó a Sánchez que a las consecuencias de la “brutal inflación” que padecen empresas y particulares. En su opinión, se ha roto “un consenso” sobre el Sáhara que habían defendido hasta ahora, según su criterio, los anteriores seis expresidentes que precedieron a Sánchez. Y esta vez el PP no se quedó sólo porque ERC, PNV, EH Bildu o BNG, pero también Unidas Podemos  afearon al presidente esa ruptura de la neutralidad histórica. El republicano Rufián entendió que “hay razones que no se pueden explicar”, pero rogó que al menos “no se nos tome por memos”. Todos coincidieron de uno u otro modo en la “falta de respeto” a la Cámara, “la traición” al pueblo saharaui o “a humillación” de Marruecos al filtrar la carta que el presidente envió a Mohamed VI.

Echenique y los “amigos narcotraficantes” de Feijóo

 Pablo Echenique, que minutos antes había soliviantado a la bancada popular al decir que Feijóo “tiene amigos narcotraficantes”, tampoco aceptó las explicaciones de Sánchez sobre el Sáhara que, en su opinión, hacen seguidismo de la posición fijada por el expresidente estadounidense Donald Trump y además son “poco compartidas y entendidas por la sociedad española”, más partidaria de la autodeterminación. Eso sí, aclaró que su rechazo era desde una crítica leal como socio de coalición y mientras varios diputados de su grupo se manifestaban frente al Congreso en apoyo del pueblo saharaui mientras el presidente comparecía ante el pleno.

En La Moncloa defienden que el cambio de posición responde a razones de Estado –que aún no se han dado– y que el malestar político y social se diluirá con el tiempo. “No estoy restando importancia a la decisión, pero es oportuno señalar que cuando los presidentes del Gobierno se han encontrado con esta cuestión han entendido su enorme complejidad y yo les pido que valoren también esa complejidad”, pidió Sánchez sin ningún éxito al resto de grupos parlamentarios. Unos porque es una cuestión de derechos humanos y de una deuda moral y otros, porque cualquier cuestión es buena para atizar a Sánchez.