Con todo esto del último debate parlamentario de la ley de amnistía, el reconocimiento de Palestina, Taylor Swift y el Real Madrid, se va a terminar la campaña electoral de las europeas sin habernos enterado de que había comenzado. Casi mejor, porque estamos consumiendo elecciones por encima de nuestras posibilidades mentales. Estas son las cuartas elecciones este año, del que no hemos atravesado ni la mitad, y en cada ocasión se decía que eran esenciales para lo que iba a pasar después. Luego, no tanto.
No se vayan todavía. Aún hay más. Se ha cumplido el primer año desde la convocatoria electoral que hizo posible la cita del 23 de julio. Ya es legalmente posible repetir la jugada. Eso es suficiente para el Partido Popular, que tenía puesta una alarma que le recordara el día. Automáticamente, pasó a exigir que se convoquen cuanto antes para que los ciudadanos puedan opinar sobre la ley de amnistía. Lo que viene a ser un referéndum camuflado. Estos antisistema no conocen ningún límite en su ofensiva contra la Constitución.
Puestos a dejar a la opinión pública con la boca abierta, es difícil encontrar mejores ejemplos que los que ofrece Alberto Núñez Feijóo. En su mitin de O Pino del sábado, estaba tan contento con tener cerca a Ursula Von der Leyen que se le fue la pinza al referirse a los comicios del 23 de julio, “donde ganamos las elecciones y no nos dejaron gobernar”.
¿No les dejaron gobernar? Pero esto es muy grave. ¿Quién? ¿El Tribunal Supremo? ¿La Guardia Civil? No se referirá a los otros partidos, porque ninguno estaba obligado a prestarle su apoyo, sobre todo si otro candidato conseguía la investidura con los votos necesarios. Tantas ganas de endosarles a los estudiantes lecciones sobre la Constitución y el sistema político y resulta que el líder de la oposición ni siquiera conoce el funcionamiento de un sistema parlamentario.
Pero a lo importante. Ursula había venido a España a verse con Alberto. Prácticamente, una cita. En Galicia, nada menos. Permitió que Alfonso Rueda se lanzara a pronunciar varias frases en inglés para que ella lo entendiera. Digamos que la intención del presidente de la Xunta estuvo muy por encima de la calidad idiomática. “We are going to eat octopus, listening to the pipers and enjoying very much”. Ahí estamos, Rueda, livin' la vida loca en O Pino a ponerse ciego de octopus. No se oía nada parecido desde Ana Botella y su café con leche. Feijóo ni lo intentó.
En la legislatura anterior, el PP no ocultó su descontento con la actitud de Von der Leyen hacia Pedro Sánchez. La presidenta de la Comisión tiene la obligación de trabajar con los jefes de Gobierno y alcanzar acuerdos con ellos. Ser amable con ellos y estar contenta con sus éxitos, sobre todo si redundan en beneficio de la UE. No tenía tiempo ni ganas de hacer de altavoz de los intentos del PP de anunciar que la llegada de los fondos europeos estaba en peligro o que la democracia española había tocado a su fin.
Pero en campaña tienes que remar a favor de los tuyos y aceptó venir a España. A fin de cuentas, si está enamorada ahora de alguien como Giorgia Meloni, qué menos que le haga unos cariñitos a Feijóo.
Algo tenía que decir Von der Leyen para complacer al PP y lo hizo. “Sé que hay preocupación en Europa por el imperio de la ley. Déjenme ser muy clara: la Comisión Europea como guardiana de los tratados, tiene la tarea de defender esos valores”. Se comprometió a que la Comisión actuará para proteger a sus ciudadanos cuando esos valores “estén en peligro”. Es lo menos que puede decir la presidenta de la Comisión. No va a decir lo contrario.
Siempre dispuesto a tropezar cada día en la misma piedra, el PP dio por hecho que esta vez sí conseguirá que las instituciones europeas colaboren con su intento de deslegitimar a Sánchez. Es el capítulo 89º de la serie 'Europa frenará a Sánchez'.
Al final, pasará lo de siempre. No hay nada más importante para la UE en estos momentos que la guerra de Ucrania y la Comisión Europea sabe que Sánchez es un activo valioso en el apoyo a Kiev.
El globo que había hinchado el PP antes de la campaña se ha ido desinflando. Estas europeas contaban con un horizonte muy marcado. Sin la movilización lograda en julio de 2023, era improbable que el PSOE pudiera aspirar a ganar en junio de este año. Con la derecha tan excitada que malamente podría superar un control antidoping, una ventaja de cinco puntos no era descartable y hasta se podía sospechar que fuera mayor muy poco después de la aprobación de la ley de amnistía.
El PP dejó correr el tiempo en el Senado para que la ratificación definitiva en el Congreso de la ley coincidiera exactamente con la campaña de las europeas. De guarnición, sirvieron en otro plato la cabeza de Begoña Gómez, con lo que en sus sueños más húmedos ganar por entre cinco y diez puntos se antojaba como el escenario perfecto. Felipe González se había unido con entusiasmo al frente antisanchista. El PP confiaba en que sirviera para que se hiciera realidad su profecía nunca cumplida, la que dice que los votantes del PSOE abandonarían a Sánchez por las cesiones a los independentistas.
Lo que ha ocurrido no estaba en sus planes. Las encuestas que habían previsto una mayoría absoluta para la suma del PP y Vox en julio y que suelen primar en exceso al PP ofrecen un panorama que permitirá a Sánchez sobrellevar el resultado. Tanto Sigma 2 como GAD3 prevén una ventaja del PP en torno a tres puntos. No sería precisamente una victoria arrolladora. Esa diferencia entre ambos partidos era de casi nueve puntos en enero y de 8,4 en marzo en el caso del sondeo de Sigma 2.
Las razones pueden ser muchas, no sólo la capacidad del PP de autoengañarse. Quizá el PP no haya perdido apoyo electoral a chorros. Quizá todo se deba a que el electorado socialista no estaba muy motivado a principios de año. Quizá la cocina de esas encuestas estaba tan mal hecha como las del CIS. O también es posible que el PP haya fracasado en su intento de desangrar a Vox.
El partido de Santiago Abascal perdió 700.000 votos en julio y ahí se quedó. En las elecciones autonómicas vascas y catalanas, no se hundió, como el PP había hecho creer a algunos medios que pasaría.
Por si acaso, Abascal multiplica sus mensajes racistas. Es triste decirlo, pero él cree que son su seguro de vida a la hora de mantener el apoyo electoral. Puede que no esté totalmente equivocado.
Mientras tanto, Pedro Sánchez ya no es el tipo deprimido y demacrado que escribió la carta de su no dimisión. Se ve que las campañas le ponen en punto de ebullición. Hasta niveles perrosanxianos. Frente a los que dicen que España se hunde, esto es lo que dijo el viernes en un mitin en Los Alcázares, Murcia: “Pero si estamos creciendo más que la media (de la UE), si estamos creando más empleo que nunca en nuestro país. ¡Si España es la Taylor Swift de las economías europeas!”.
Se pasó tantos pueblos que casi cambia de provincia. Como le cuenten lo que dice la letra de 'Shake It Off' –“the haters gonna hate”–, se pone a cantarla vestido de lentejuelas en el próximo mitin.
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