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Los supervivientes de la bomba atómica temen que su legado muera con ellos
Durante más de medio siglo, la japonesa Michiko Kodama sintió que los espíritus de Hiroshima la culpaban por no haber muerto junto a ellos en los días de la bomba atómica. Pero ya no.
“Pienso que estoy recibiendo la fuerza de aquellas personas que murieron entonces. Desde hace 20 años yo estoy animada por ellos. Ahora siento que me piden que hable de su rabia, porque cada vez menos gente puede hablar de eso”, explica Kodama, que tenía siete años cuando la bomba cayó en su ciudad natal, el 6 de agosto de 1945.
Terumi Tanaka, por su parte, ya no intenta entender por qué ocurrió lo que ocurrió aquel 9 de agosto, cuando él tenía 13 años y lanzaron una segunda bomba atómica sobre la ciudad en la que vivía, Nagasaki.
“Algunos aceptan ese hecho y lo asumen, pero otros no pueden aceptarlo y están sufriendo. Mi postura es que no se puede hacer nada aunque no lo comprenda, como el maestro Lao Tsé”, reflexiona.
Ambos lograron sobrevivir a una bomba atómica cuando eran niños; pero, ya ancianos, temen que su relato y su legado de pacifismo contra la proliferación de armas nucleares muera con ellos, según expresan en entrevistas con Efe con motivo del 75 aniversario de la efeméride.
SOBREVIVIR TAMBIÉN AL OLVIDO
El año 2020 estaba señalado en rojo en la agenda de “Hidankyo”, la confederación nacional japonesa de “hibakusha” o supervivientes de las bombas atómicas, de la que forman parte Tanaka y Kodama.
“Tenemos muchos eventos porque es 2020, no por el 75 aniversario. Tuvimos el objetivo de erradicar las armas nucleares hacia este año en la época del nuevo milenio y no hemos podido hacerlo. Queremos señalar algo este año, por ejemplo, intentar ratificar ese tratado”, expone Tanaka, de 88 años, que fue secretario general de la asociación entre 2000 y 2017.
Los efectos de la COVID-19 han dejado en suspenso muchas de esas actividades y previsiblemente limitarán el aforo de los eventos de conmemoración durante los próximos 6 y 9 de agosto.
“Llevamos más de 60 años diciendo que se deberían abolir las armas nucleares, pero sigue existiendo más de 10.000 bombas atómicas. Esto nos produce un sentimiento inaguantable”, señala Tanaka, que asegura que “el único consuelo” es que no se han vuelto a usar contra seres humanos.
El veterano activista, que calcula que en unos diez años ya no quedarán supervivientes directos de las bombas de 1945, cree que las potencias nucleares deben deshacerse de sus arsenales atómicos para tener la certeza de que no se vuelvan a usar.
En 2016, Barack Obama se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos en visitar Hiroshima durante su mandato, pero no pidió perdón por el ataque y lo definió en su discurso como “la muerte caída del cielo”.
“Si nos pueden compensar de alguna forma, sería con la abolición de armas nucleares en su país y en el mundo. Esa sería para mí la indemnización”, propone Michiko Kodama, de 83 años.
Kodama, que quería ser maestra para leer libros a los niños, narró por primera vez su historia en una actividad en la clase de una de sus hijas y, desde entonces, considera su responsabilidad testificar frente a las nuevas generaciones.
“No tienen que copiar mis palabras, sino que deben comprenderlas primero y, si hay algo que les llegó, contarlas con sus propias palabras y junto a su opinión. A nosotros nos queda poco tiempo, pero ellos tienen tiempo”, plantea.
Kodama no quiere morir antes de ver un camino claro trazado hacia la desnuclearización, así que intenta cuidar su salud al máximo para dar más margen temporal a ese objetivo.
“Lo que más me temo que es que, si ya no existen los ‘hibakusha’, se pueda pensar que aquello no ocurrió. Después de 75 años, solo queda la historia de que cayeron las bombas atómicas los días 6 y 9 de agosto de 1945; pero si no hay nadie que cuenta lo que ocurrió debajo de esa nube, es como si no existiera”, afirma.
EL OLOR DE LA BOMBA ATÓMICA
En aquellos días de 1945, el joven Tanaka ya era capaz de distinguir la cantidad y los distintos tipos de aviones estadounidenses por el ruido que hacían al sobrevolar Nagasaki, por lo que no esperaba un ataque cuando escuchó el motor de un solo bombardero B29.
Repentinamente apareció una luz, un resplandor envolvente, y comprendió que estaba en peligro.
Bajó corriendo al piso inferior de su casa y, como le habían enseñado en caso de ataque, se tumbó boca abajo contra el suelo. Sintió que un viento le pasaba por encima. El buen uso que hizo de esos segundos entre la visión del resplandor de la explosión y la llegada de la onda expansiva probablemente le salvó la vida.
Tres días antes, en Hiroshima, Kodama se encontraba en la escuela, vio un esplendor y se resguardó debajo de la mesa. Muchos de sus amigos y profesores no lo hicieron y murieron.
Su padre fue a buscarla al colegio, la cargó a su espalda y la llevó de vuelta a su casa. En el trayecto, vio a moribundos que se les lanzaban a las piernas rogando por agua, a cadáveres que abrazaban bebés carbonizados, a otra niña con quemaduras en la cara que le devolvió la mirada.
“Vi un infierno en el camino a casa que no puedo quitarme de la cabeza. Quería quitarme el recuerdo, pero nunca se me iba. Ahora ya asumo que no debo olvidarme”, indica mientras muestra distintas láminas con imágenes de los heridos.
Terumi Tanaka prefiere no relatar lo que vio.
“No se puede comprender la situación extrema por mucho que exprese con palabras. No hay ninguna forma de hacerlo comprender a la gente. Se pueden ver fotos y vídeos de aquel paisaje, pero no puedes olerlo. No hay ningún ‘hibakusha’ que espere que le comprendan, pero aún así procuran hacerse entender”, opina.
UNA VIDA MARCADA
Si nunca hubiera caído la bomba, Tanaka no tiene claro si habría sido activista por la paz o militar.
“Mi padre fue militar y yo iba a trabajar en el ejército. Si hubiera acabado la guerra sin la bomba atómica, a lo mejor estaría haciendo algo de movimiento por la paz. Aunque Nagasaki estaba ilesa hasta la bomba atómica, así que tampoco sé hasta qué punto era consciente del daño de la guerra”, reflexiona.
Kodama tuvo que empezar a trabajar cuanto antes para poder cuidar a su padre, afectado por las secuelas de la bomba. El dinero que pudieron ahorrar lo dedicaron a pagar la enseñanza universitaria de su hermano menor, quien, al igual que sus padres, acabaría muriendo de cáncer en varios órganos.
Los supervivientes de la bomba atómica han cargado durante varias décadas con el estigma de ser débiles, contagiosos o estériles. Algunos sobrevivientes como Kodama fueron cuestionados en entrevistas de trabajo sobre si estaban en Hiroshima y Nagasaki en el momento de la catástrofe.
“Lo típico es que se difundía el rumor de que nacerían niños anormales o débiles. Hay casos tópicos de 'hibakusha' que no podían casarse o se casaban ocultándolo y luego les obligaron a divorciarse cuando se enteraron. Se decía que no servían para nada porque se enfermaban fácilmente”, cuenta Tanaka.
Kodama, que había sido rechazada por la familia de un antiguo novio por este motivo, ya había aceptado que viviría sola cuando una amiga le insistió en que conocía a alguien interesado en ella, que sabía que ella era “hibakusha”, que no le importaba.
Se casó con él, pero con su primer embarazo volvió su preocupación.
“Al final intenté convencerme de que aquellas personas que perdieron la vida me estaban ayudando a dar otras vidas a través de mi embarazo, así que me animé a tomar la decisión y tuve dos hijas”, relata.
Cuando creció, su hija mayor también fue rechazada por la familia de su novio por ser “hibakusha” de segunda generación, pero su pareja insistió y, pese al prejuicio, se casaron. Hoy, Michiko Kodama es abuela.
Su hija menor, por su parte, también contrajo matrimonio y, aunque no había tenido ningún problema de salud hasta entonces, le detectaron un cáncer en noviembre de 2010. Murió el 17 de febrero de 2011, con 45 años.
“Yo no esperaba vivir hasta tanto, he superado hace tiempo la edad de mi madre cuando se murió. Me hubiera gustado regalar parte de mi vida a mi hija. Pongo sus fotos en todas las partes de la casa y cada vez que salgo para contar mi experiencia, le hablo diciendo que voy a hablar de eso”, detalla Kodama.
“Puedo parecer muy saludable, pero mi cuerpo recibió la radiactividad entonces, mi gen está herido y ese gen dañado se lo di a mi hija. Siento profunda emoción”, sostiene.
Demófilo Peláez
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