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Entrevista Vicepresidenta tercera del Gobierno y candidata del PSOE a las elecciones europeas

Teresa Ribera: “Las llamadas leyes de concordia imponen la desmemoria”

Teresa Ribera (Madrid, 1969) admite que le hubiera gustado seguir como vicepresidenta del Gobierno y continuar al frente de la cartera de Transición Ecológica, el tema al que ha dedicado gran parte de una trayectoria profesional reconocida internacionalmente. Junto a María Jesús Montero, Luis Planas, Margarita Robles y Fernando Grande-Marlaska forma parte del reducido grupo de ministros que han sobrevivido a los vaivenes de seis años de Ejecutivo de Pedro Sánchez. Y ahora pone rumbo a Bruselas, donde se postula para la Comisión. El día que se reunía el Comité Federal del PSOE para proclamarla oficialmente candidata socialista a las elecciones europeas el cónclave se convirtió en un tributo a Sánchez. Según el propio presidente, esas muestras de afecto y la escenificación del drama por su posible marcha resultaron definitivas para decidir que se quedaba.

Justo el día que tenía que ser proclamada candidata va al presidente y le quita todo el protagonismo. 

¡Pobre! Él se encuentra en una situación muy humana. Ha sido capaz de aguantar un nivel de acoso dirigido a deshumanizar su figura y uno no siempre controla las emociones. No estamos acostumbrados a que se compartan con los ciudadanos los momentos de debilidad o las dudas y él hizo una propuesta de reflexión colectiva sobre cuáles son algunas de las grandes amenazas que tienen en este momento las reglas de convivencia.

Habíamos visto ya algún Comité Federal del PSOE extravagante, pero en este acabaron todos ustedes llorando abrazados a la gente en la calle.  

Fue un día muy especial, muy emocionante. Es importante sentirse arropados, sentir que lo que se está haciendo merece la pena. Con frecuencia se trabaja, se trabaja y se trabaja y nadie se para a poner de manifiesto todo el caudal de agradecimiento por las cosas bien hechas. Siempre destacan las cosas que no funcionan. Y ese día en el Comité Federal había un sentimiento muy profundo de orgullo, de convicción de hasta qué punto merece la pena hacer una defensa cerrada de la necesidad de mantenerse firmes y poner pie en pared frente a esas estrategias de acoso. Fue enormemente emotivo encontrarnos con tanta gente que le dijo [a Sánchez]: “No te dejes arrugar, estamos contigo”.

¿Usted llegó a pensar que se iba, no?

Hubo un momento en que todos pensamos que era una hipótesis posible, claro. Así se planteó. Era, evidentemente, uno de los escenarios que teníamos por delante.

El presidente pidió disculpas a algunos dirigentes por haber estado cinco días sin dar noticias, con el Gobierno y el PSOE en vilo. No sé si se expresó en términos parecidos en el Consejo de Ministros posterior y si usted personalmente comparte el malestar de quienes no comprenden que una decisión tan importante se haya abordado en privado y sin informar ni debatir con nadie. 

No me ha llegado ningún mensaje de malestar. Hemos aprendido que, como todos somos humanos, tenemos que estar siempre preparados para poder defender a las personas que están al frente de las instituciones. Sí me ha llegado el agradecimiento por haber estado con él, que es una de las cosas que han pesado a la hora de tomar su decisión final. Hay que entender que cada uno de nosotros somos una pieza en un engranaje más complejo. Le atacan a él y a su familia porque quieren destrozar a un gobierno progresista. Por eso es importante sentirse respaldado para tener la fuerza de seguir adelante. Del mismo modo que hay que cuidar las parejas o los afectos, hay que cuidar las instituciones. A veces creemos que las cosas vienen dadas y que se quedan para siempre pero hay personas que se manifiestan en Roma o en Milán con el brazo en alto recordándonos los viejos tiempos. Nada que no cuidemos es para siempre. Creo que esta es la lección más importante que debemos extraer de estos días. 

La reciente censura de la ONU por las “leyes de la concordia” del PP y Vox resaltan que España no es ajena, ni mucho menos, a la ola antiliberal que recorre Europa.

El movimiento de estos últimos meses es muy peligroso. Normalizar a la ultraderecha y su revisionismo –que suaviza o elimina la recuperación de la dignidad y del recuerdo de quienes defendieron su país y fueron humillados, maltratados o enterrados y abandonados en una cuneta– es peligroso. Y algunos están atrapados por ese pacto con la ultraderecha. Estas leyes de la concordia no son sino leyes de la imposición obligatoria de la desmemoria.

¿Cómo cree que debe ser la reacción a esta ola?

No nos podemos tomar a broma lo que está ocurriendo. Ha de ser una reacción democrática que se exprese en las urnas con razones y argumentos, pero es importante poner pie en pared. No puede uno quedarse tranquilamente en su casa pensando “bueno, son cosas que ya se pasarán”. No, no se pasan. La historia muestra que no siempre se da un progreso lineal, sino que hay regresiones y, a veces, las regresiones son muy importantes. Ahora estamos en uno de esos momentos de peligro real de regresión en las libertades, los derechos y la protección de los colectivos más vulnerables. Eso deriva en discursos xenófobos, la destrucción de los servicios públicos o ignorar situaciones de sufrimiento como los asesinatos machistas.

¿Desde dónde llegan las amenazas de ir para atrás?

Primero hay que defender las construcciones democráticas. Hay una amenaza real de desprecio al funcionamiento de los parlamentos, a la legitimidad de los gobiernos y al ejercicio de las responsabilidades públicas políticas que no busca sino cuestionar nuestro funcionamiento democrático. Una segunda agenda importantísima en la que también se hace batalla cultural son las mujeres. Se ha generado una manía persecutoria contra las mujeres, la defensa de sus derechos, su integridad física y sus oportunidades. Se hace de manera torticera y sibilina. Retorciendo el lenguaje, buscando expresiones tan violentas y desagradables como calificar los movimientos feministas como “feminazis”. ¿De qué estamos hablando? No busca sino devolver a las mujeres a la pata de la cama donde parece que deben estar atadas.

¿Y la agenda verde que usted ha impulsado? Porque parece haberse convertido en munición electoral de las posiciones más extremas.

Efectivamente, también se vuelca una manía persecutoria, una especie de batalla cultural novedosa contra la agenda verde que intenta identificar al mensajero como responsable de los males que están contrastados por la ciencia y por los datos. Y lo peor que podemos hacer es pensar que podemos bromear o tomarle el pelo o ganar una batalla contra el sistema climático, contra la naturaleza. Eso es imposible.

Sin embargo, algunas de las últimas decisiones tomadas en la Unión Europea parece que lanzan un mensaje en sentido contrario. Mejor esperar a otro momento más calmado ¿no?

La dinámica de los ecosistemas y del funcionamiento de los equilibrios de nuestro planeta no permiten esperar un momento mejor o recurrir a una especie de realismo mágico en el que podemos descartar las grandes amenazas que estamos viviendo ya. Por eso debemos darle la vuelta e intentar entender cuáles son las razones por las que ese tipo de discurso puede encontrar espacio en la opinión pública. Y, a mi juicio, las razones vienen por el miedo a tener que afrontar cambios tan importantes en la manera en la que producimos y consumimos.

Según dice, estamos en un momento de matar al mensajero.

El problema desde luego no es la agenda verde, sino la falta de agenda verde. Y esto requiere explicación y, por supuesto, poner a las instituciones al servicio de acompañar a esos colectivos que sienten que es un problema y un desafío que no son capaces de abordar.

Salieron los tractores a las calles y se llevaron por delante algunas condiciones ambientales de la Política Agraria Común. ¿Hubo una rendición?

Sería un enorme error dar la batalla por perdida. Al contrario, hay que intentar entender dónde están esos problemas: un papeleo y una burocracia difícilmente gestionables por las pequeñas explotaciones familiares que requieren un acompañamiento diferente. Pero la realidad objetiva que debemos afrontar es cómo puedo garantizar la calidad, la fertilidad del suelo, el acceso al agua, la posibilidad de producir de manera previsible y obtener unas rentas razonables.

También había quejas de que entran en Europa productos baratos porque no se respetan las mismas reglas ambientales y laborales en terceros países productores.

La diplomacia desde el punto de vista europeo es también importante para que no haya una situación de dumping. Pero no podemos quedarnos en la espuma de la superficie donde algunos están abonando en contra de las políticas verdes.

¿Y qué hay debajo de esa espuma?

El problema del campo español es la sequía, no la inversión en eficiencia en uso del agua o la digitalización del uso del agua o una planificación hidráulica compatible con los escenarios climáticos. El problema del campo español es el incremento de la frecuencia de olas de calor y temperaturas extremas, combinado con la pérdida de calidad de suelo por un uso excesivo de químicos. Es crucial no quedarnos en esa imagen superficial que algunos pretenden utilizar en contra de, precisamente, los remedios frente a los problemas que se están viviendo.

Insisto, el señor Feijóo y el señor Abascal coinciden al hablar de “dogmatismo ambiental” y la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ha hecho un guiño a la ultraderecha de la italiana Giorgia Meloni. No parece fácil de afianzar el discurso verde.

No me gusta el derrotero por el que está yendo una muy buena parte de la de la Democracia Cristiana, de la derecha tradicional europea. Desde hace algún tiempo vemos cómo coquetea cada vez con más frecuencia con la extrema derecha. Lo vemos en nuestro país claramente, donde no ha funcionado el cordón sanitario, pero lo hemos visto, efectivamente, para estupor de todos, en esas declaraciones de la señora Von der Leyen. Y lo vimos con el señor Manfred Weber [presidente del PP Europeo] cuando pretendía defender que restaurar la naturaleza va en contra de la agricultura. ¿Perdón? Un suelo no fértil, una falta de agua, de polinizadores y de los servicios ecosistémicos hacen completamente inviable –no cuestionable, sino inviable– el desarrollo agrícola. Por tanto, la restauración de ecosistemas debe ser una seña de identidad.

Si no hay Doñana, no hay fresas. Si hay un mar Menor contaminado, no hay agricultura que valga, ni turismo que valga. No son buenas noticias toda esta perversión en el enfoque con el que el Partido Popular está construyendo un discurso cada vez más parecido a la ultraderecha, negando la realidad y alejándose de las soluciones desde el punto de vista científico. Es de una absoluta demagogia y la demagogia es muy sencilla, pero no resuelve problemas.

¿Le han decepcionado las palabras de Úrsula von Der Leyen sobre la posibilidad de pactar con la ultraderecha?

Me han decepcionado enormemente. Me ha parecido que estaban fuera de lugar. Normalizar ese tipo de relaciones y ese tipo de comportamiento es enormemente peligroso para las mujeres, la democracia y el medio ambiente. Y, por supuesto, para el futuro de Europa.

¿Estamos a las puertas de una vuelta a la Europa de los recortes?

Esa combinación de desinformación con populismo es muy peligrosa y más en un contexto de guerra. Eso tensiona a la sociedad europea y genera dinámicas cada vez más individualistas, más agresivas, del sálvese quien pueda. Y frente a ese mantra 'austericida' de esos hombres de negro hoy sabemos que es mucho más eficaz una puesta en común de los recursos para sacar adelante vacunas o para invertir en las próximas generaciones de europeos. 

El recién aprobado pacto migratorio que refuerza los mecanismos de expulsión y endurece los de acogida, ¿no es en cierta forma una victoria de las posiciones más reaccionarias? ¿No hay un riesgo de que los partidos socialdemócratas también acaben impregnados de un cierto complejo ante la extrema derecha por endurecer posiciones de este tipo?

Creo que el enfoque no tiene nada que ver. Hay que consolidar una acción exterior mucho más responsable y favorecedora del codesarrollo con el resto de países del mundo y, en particular, con los países vecinos. No nos puede resultar indiferente ni lo que ocurra en Gaza ni lo que ocurra en África. Y la combinación de sequía, desertificación o pobreza en el Sahel a lo que lleva es a un incremento de la violencia y, por tanto, de los conflictos internos y de los flujos migratorios. Y solo se resuelve trabajando de una forma mucho más comprometida con nuestros vecinos. Hay una segunda derivada: Europa envejece. Y el mestizaje y la integración es una manera de enriquecernos colectivamente. Hay que hacerlo con responsabilidad y huir de ese enfoque belicista que en algunos contextos se tiene la tentación de reforzar.

Ha mencionado Gaza, que es un elemento divisorio ahora mismo dentro de la Unión Europea. ¿Estamos contemplando un genocidio en Gaza?

Lo que estamos contemplando es una situación absolutamente indecente y a la que hay que poner fin cuanto antes. La búsqueda de soluciones pasan por un reconocimiento del Estado palestino y por generar una presión suficiente para que esa parte de la sociedad israelí que se rebela frente a la manera de actuar de su actual primer ministro, consiga abrirse espacio. Por supuesto que hay una condena total y absoluta a cualquier forma de terrorismo y también a las violentísimas y terribles imágenes que vimos con el asalto de Hamás en un primer momento. Pero eso no puede ser utilizado como justificación para convertir la franja de Gaza en un desierto y condenar a una a la parte superviviente de la población a una muerte lenta y hacinada en las condiciones infrahumanas en las que se encuentran en este momento.

Mientras Europa es incapaz de hallar una postura unida, en EEUU los universitarios lideran una protesta que se está expandiendo.

Lo que estamos viendo en Estados Unidos es un reflejo del sentimiento de impotencia de una muy buena parte de la sociedad expresada, como suele ser habitual en la historia, a través de esa rebelión de los jóvenes. Es un un toque de atención muy importante para el gobierno de los Estados Unidos, pero también para los gobiernos europeos a los que les está costando más moverse en esa dirección.

¿Qué se le va a quedar en el tintero del Ministerio de Transición Ecológica que no va a poder ver completado cuando salga del Gobierno?

Hay una cosa que llevo marcada desde hace años que es no haber visto caer el Algarrobico [el hotel ilegalmente construido en el parque natural del Cabo de Gata en Almería]. Firmé un acuerdo con la Junta de Andalucía para repartirnos el esfuerzo del desmantelamiento de ese símbolo de la barbaridad en el litoral y restaurar ese ecosistema, pero el embrollo judicial ha impedido que se llevara a la práctica tantos años después. Y eso señala algo que viene a cuento en este momento: mirar para otro lado cuando toca hacer cosas acaba generando enormes dificultades para resolver los problemas.

Menciona el desmantelamiento simbólico del Algarrobico, pero también queda pendiente otra operación sin culminar como es la de la estación de esquí de Navacerrada.

Tiene también una carga simbólica importante. Mire, recibí en su momento una carta muy cariñosa del expresidente de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, agradeciéndome que pusiera en valor la restauración del puerto de Cotos que él realizó y que fue similar a lo que planeamos hacer en Navacerrada. Desgraciadamente, el número de días al año con nieve va cayendo y la posibilidad de mantener aquello abierto no tiene sentido, no tiene viabilidad. Y, a mi juicio, con cierta irresponsabilidad, ha habido una contestación –fuera de lugar– por parte de las dos administraciones autonómicas [la Comunidad de Madrid y la Junta de Castilla y León]. Ahora está en los tribunales y toca esperar a que se acabe este proceso. Nosotros asumimos un compromiso firme de generación de alternativas de desmantelamiento de las instalaciones en desuso, pero cuando se deja pasar el tren de las oportunidades y los recursos no siempre vuelve a haber recurso y oportunidad.

Si de usted hubiera dependido, ¿hubiese continuado como vicepresidenta y ministra?

Tengo la enorme suerte de estar donde creo que debo estar y donde me gusta estar. A mí me parece que ésta es la agenda de nuestros tiempos y me siento enormemente satisfecha de haber podido contribuir durante todo este tiempo. 

Se refiere al Gobierno.

Sí, aquí, en el Gobierno. Pero creo que esta agenda no se resuelve solo en las capitales de los Estados miembros de la Unión Europea. También se resuelve en Bruselas. Así que, como me habrán oído decir muchas veces, estoy a disposición de mi partido y estaré donde me digan con la misma convicción. 

Interpreto que le hubiese gustado quedarse aquí. 

Aquí hay muchas cosas que hacer, pero en Bruselas hay muchísimas también. 

¿Va a tomar usted el acta como europarlamentaria en verano o esperará a la Comisión en noviembre?

Inmediatamente después de las elecciones se empieza a negociar el reparto de las responsabilidades en las distintas instituciones. En ese momento habrá que tomar una decisión sobre qué es lo que voy a hacer.

Terminamos por donde empezamos. Se va usted a Europa tras seis años al lado de Pedro Sánchez. ¿Qué presidente del Gobierno cree que se queda aquí? ¿Aguanta la legislatura? ¿Cree incluso que se volverá a presentar como ya ha insinuado? 

Tenemos una gran suerte de tener un presidente del Gobierno enormemente resistente desde el punto de vista emocional y de las convicciones, a pesar de todos los intentos de deshumanizarlo. Lo que ha vivido este presidente no lo ha vivido ninguno. Es denostado por esos mismos que chillan contra la agenda verde y contra los impuestos que cubren desde los servicios geológicos que nos permiten saber cómo se está comportando un volcán a los servicios de salud pública. Él tiene una percepción de las vulnerabilidades sociales y de la importancia de sumar alianzas a nivel europeo que le hacen una persona extraordinariamente valiosa. Creo que aguanta, no tengo la menor duda.

Ahora ya no tiene la menor duda pero hace una semana no lo veía usted tan claro, ¿no?

Fue un ejercicio de transparencia. Podía no haber dicho nada y haberse quedado en su casa pensando. Todo el mundo hubiera podido entender que un día estaba indispuesto y no iba a dar un mitin y ya está. Y, sin embargo, él fue transparente sobre por qué se retiraba de la vida pública y cuáles eran las reflexiones que se estaba planteando. Y es importante trasladar de vuelta el afecto y el respeto que requiere cualquier buen gobernante para seguir sintiendo el estímulo de seguir. Porque si no, ¿esto en qué queda? ¿En un negocio de canallas? ¿De cínicos a los que no les importa nada lo que le ocurra al resto de la sociedad y que pueden recortar derechos, encontrar botines en el altillo de casa de los suegros y no pierden un voto? ¿De qué estamos hablando? Yo no quiero eso para mi país ni para mis hijas y esa ha sido la rebelión que hemos vivido estos días. Da igual que recortes, dejes a los viejitos en las residencias sin atender, que repartas prebendas. Da lo mismo. Ya lo dijo Trump, que podía salir a la Quinta Avenida y disparar a la gente y no pasaba nada. Yo no quiero ese país. Quiero una democracia en la que la gente vote pensando en qué es lo mejor para todos y no riéndose del cinismo y aplicando una doble vara de medir en función de si quien gobierna dice estar más sensibilizado y entonces lo ataco, o si quien gobierna dice que cada cual se las apañe y entonces nos acabamos hundiendo todos.

La entrevista completa a Teresa Ribera:

Vídeo: Javier Cáceres y Nando Ochando