Con seis pinturas representativas de las diferentes etapas de su trayectoria artística, Camille Pissarro es uno de los artistas con presencia destacada en el Museo Thyssen Bornemisza, que ahora dedica al padre del impresionismo la primera exposición retrospectiva que se organiza en España sobre su obra.
De estas pinturas, dos pertenecen al museo y cuatro a la Colección Carmen Thyssen Bornemisza, ya que a la baronesa siempre le ha “emocionado” este artista, por lo que ha apoyado la organización de esta exposición.
Este apoyo se ha manifestado también con su presencia en la rueda de prensa, en la que afirmó que el que se hayan conseguido para esta exposición préstamos tan importantes de museos y colecciones de todo el mundo se debe a que el Thyssen es un museo “completamente consolidado”.
Un total de ochenta obras, la mayoría de ellas no exhibidas hasta ahora en nuestro país, forman un paseo cronológico por la trayectoria de Pissarro y muestran que “hay mucho más en el impresionismo que Monet. Pissarro es inevitable”, en opinión de Guillermo Solana, director artístico del museo y comisario de la exposición.
“Es el primer impresionista y una figura fundamental para el movimiento. Fue el que redactó los primeros estatutos de los impresionistas y quien más hizo por mantener unido al grupo, siempre al borde de la ruptura”, recordó el comisario, quien destacó que fue el único que estuvo presente en todas las exposiciones del grupo.
Con esta exposición, “el público puede conocer en profundidad a Pissarro, figura con una gran personalidad, muy interesante y con fuertes convicciones. Anarquista con ideas muy claras, fue el único que mostró una genuina voluntad de enseñar”.
De una manera discreta, tuvo una influencia decisiva en los fundadores de la modernidad, “pero fue eclipsado por Monet, que era más seductor, más brillante y comercial, con una pintura más rápida de llegar al público”.
Las diferencias más destacadas entre ambos artistas, según el comisario, son que, a diferencia de Monet, “que era un torrente”, Pissarro era más tranquilo, no le interesaba tanto viajar, sino permanecer en un sitio y profundizar, por lo que su obra está ligada a pueblos concretos.
Además, su visión del campo nada tenía que ver con la de Monet, para quien se trataba de un lugar de ocio de los parisinos. “Para él, era un lugar de trabajo, de vida, en el que los protagonistas eran los campesinos”.
Otra diferencia radica en que Monet era “pintor del agua, mientras que Pissarro ofrece una imagen muy diferente, un impresionismo de tierra adentro; el de campos sembrados, huertas, coles. Es tan genuinamente impresionista como Monet, pero a su manera”.
Tras una introducción en la que se exhibe una autorretrato del artista fechado en el año en que murió, así como una paleta donde pintó una escena campestre combinando los colores del arco iris, la exposición se articula en orden cronológico en función de los lugares en que vivió y trabajó, con especial atención al paisaje, género que domina en su producción.
En este recorrido adquiere especial importancia la estancia en Louveciennes, desde 1869 a 1872, donde Pisarro inventó el impresionismo “codo con codo” con Monet.
A continuación, se muestra la obra realizada en Pontoise, 1872-1882, donde el dialogo fundamental lo mantuvo con Cezanne. Junto a sus paisajes se exhiben dos bellos retratos de su hija y de su mujer.
La siguiente etapa es la que vivió en Éragny, 1884-1903, pueblo más pequeño que supuso “el declive de su paisaje rural. Tiene ya problemas con la enfermedad ocular que padecía y empieza a mirar las ciudades. Hay un descenso de la innovación pictórica, son paisajes muy bonitos pero más limitados, menos ambiciosos”, según Guillermo Solana.
Para finalizar, se han situado las vistas de las ciudades, “en las que hace un trabajo más experimental” y por las que apuesta en sus últimos años.
Entre estas se encuentra “Rue Saint-Honoré por la tarde. Efectos de la lluvia”, pintura sobre la que la familia norteamericana Cassirer puso una demanda contra el Estado español y la Fundación Colección Thyssen-Bornemisza reclamando su propiedad.
En mayo de 2012, el Juzgado de California desestimó la demanda en una sentencia que ha sido recurrida por la familia Cassirer, por lo que el archivo del procedimiento no es definitivo.
Sea cual sea el desenlace del recurso, la Fundación asegura ser la única y legítima propietaria del cuadro, supuestamente expoliado en la Segunda Guerra mundial, por lo cual la familia Cassirer fue indemnizada en 1958.
Por Mila Trenas.