Este jueves, se produjo una situación anómala en Madrid. El presidente del Parlament, Roger Torrent, dio una conferencia en un hotel de la ciudad y respondió a preguntas de periodistas en el Fórum Europa. Fue el mismo Torrent quien la definió en esos términos: “Esta misma conferencia es una anomalía”. Se refería a la falta de comunicación entre los centros de poder que residen en Madrid y Barcelona, los gobiernos español y catalán, los partidos separados por el abismo abierto por el proceso independentista y la respuesta del Estado.
Pedro Sánchez salió bastante escaldado de su viaje a Barcelona en diciembre de 2018. Los resultados fueron escasos o nulos. La polémica sobre la presunta figura de un intermediario o relator no le ayudó nada. El PP y Ciudadanos consideran que el diálogo es una palabra sucia en relación a Catalunya. En campaña, insistieron en el castigo permanente del 155, que a partir de ahora quedará bastante contenido por el Tribunal Constitucional.
Veintiún meses después del referéndum unilateral del 1-O, quizá no sea realista creer que el diálogo es la panacea para un conflicto irresoluble, pero la realidad parece aún peor. Pocos están interesados en negociar y algunos que lo han intentado han sufrido las consecuencias. Sánchez no muestra ningún interés por negociar con ERC para la sesión de investidura. “Sigue ausente en Catalunya”, afirmó Torrent. “No ha hecho absolutamente nada para solucionar el conflicto”.
No siempre son los rivales los que te sacuden por intentar crear espacios de distensión o por emitir opiniones, digamos, heterodoxas. A veces, son los aliados.
Por ejemplo, el diputado de ERC Gabriel Rufián sufrió el miércoles la reacción furiosa de muchos tuiteros independentistas por el mensaje “Más canciones de Rosalía y menos manifiestos Koiné”. A Rufián le gusta vivir al límite. Resulta que la cantante acaba de sacar una canción en catalán. El manifiesto citado reclamó en 2016 que el catalán fuera la única lengua oficial en una Catalunya independiente y que se pusiera fin al bilingüismo. La mezcla resultó explosiva, que es lo que pretendía Rufián.
En su intervención, Torrent, dirigente de ERC, hizo bandera del diálogo (“necesitamos liderazgos que sean capaces de sentarse en una mesa a hablar”), rechazó vías unilaterales, que no otra cosa fue el referéndum de 2017 (“la salida al conflicto será necesariamente bilateral y multilateral”), y destacó varias veces que la mano dura no servirá de nada (“si se apuesta por la represión, el independentismo pasará del 47% al 60%”).
Qué pasará después de la sentencia
En estos momentos, importa mucho saber qué harán los independentistas si en unos meses el Tribunal Supremo condena a los dirigentes del procés a largas penas de prisión. Para el president del Parlament, la prioridad es que la respuesta sea lo más “unitaria” posible: “Que incluya al 80% de Catalunya a la que no le gusta la represión y que apuesta por que los actores concernidos hablen”. Por lo que dijo, esa sentencia no sería recibida como una declaración de guerra, ya que la petición de diálogo continuaría estando sobre la mesa. No está claro que los dirigentes del partido de Carles Puigdemont piensen lo mismo.
Ese diálogo tiene, eso sí, una estación de término, desde su perspectiva: “Un referéndum que ponga fin al conflicto”. No contempla la posibilidad de que esa consulta propicie un enfrentamiento mayor, ni de que cuente ahora con escasos partidarios en España, precisamente a causa del 1-O. Reclamó que las condiciones del referéndum se hagan “con claridad”, quizá en referencia a la “Ley de la Claridad”, la norma canadiense que nunca se ha llegado a aplicar en ese país al no celebrarse ningún referéndum de independencia en Quebec desde su aprobación.
No se mostró muy interesado en hablar sobre indultos, porque “suponen aceptar que lo que se hizo el 1 de octubre fue un delito, y eso nunca lo vamos a aceptar”. Eso desactiva cualquier debate sobre medidas de gracia después del juicio si hay que concederlos a cambio de nada.
Casi a la misma hora en que Torrent hablaba en Madrid, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, estaba en primera fila en unas jornadas organizadas por Òmnium sobre la desobediencia civil. En el escenario, se leyó un mensaje de Jordi Cuixart, encarcelado desde hace 21 meses, que decía que “cuando una ley es injusta lo correcto es desobedecerla”.
Catalunya enlaza ya dos años de presupuestos prorrogados, con lo que es lógico preguntarse hasta qué punto el actual Govern está gobernando. Las relaciones de Torra con ERC no son especialmente profundas, pero Torrent no quiso hacer sangre con él en Madrid. Dijo que “el Govern trabaja intensamente con las herramientas que tiene” –una declaración que es dudoso que haga en privado–, pero que es “absolutamente necesario que tengamos presupuesto para 2020”. Quizá tampoco eso esté asegurado si las elecciones catalanas se adelantan al otoño cuando se conozca la sentencia del Supremo.
El intento por implicar a otros países europeos o a la UE en el conflicto catalán ha sido una constante en los últimos años. Los resultados han sido escasos. De las palabras de Torrent, como de las declaraciones de otros dirigentes, se desprende que tienen una cierta confusión sobre por qué las instituciones europeas no han defendido su causa. En el debate del jueves, el embajador holandés le preguntó si era consciente de que la independencia catalana supondría la salida de la UE. Torrent negó la premisa de que eso pudiera ocurrir –la salida, no la independencia–, sin decir cómo (el Estado español forma parte de la UE y abandonarlo supone quedarse fuera de la Unión).
Todo resultó más extraño cuando Torrent dijo que la UE debería tener muy en cuenta qué hacer con Catalunya como lección de cara al futuro. “Hoy es Catalunya y mañana puede ser cualquier otra sociedad la que exija tener voz propia”, dijo.
Eso es un gran incentivo para que los responsables de la Comisión Europea salgan corriendo despavoridos ante la simple mención del problema que existe en España. La idea de que la UE esté interesada en propiciar, aunque sea indirectamente a través del caso catalán, la secesión de un Estado miembro o una crisis interna de gravedad similar está tan alejada de la realidad que resulta singular que los dirigentes independentistas no sean conscientes de ello, incluido precisamente el que reside en Bélgica.
Pero también en ERC existen voces diferentes a la de Torrent. Le preguntaron por la elección de Josep Borrell como candidato al puesto de alto representante de la UE para su política exterior. “No representa un elemento esperanzador”, respondió, “pero para mí no es determinante”. Le interesa más la respuesta que dé la UE a la cuestión catalana.
Algunos dirigentes de su partido dan más importancia a ese nombramiento. Ernest Maragall, presidente del grupo de ERC en el Ayuntamiento de Barcelona, tuvo unas palabras sobre Borrell en la tarde del jueves. Lo llamó “el exponente más duro de las políticas reaccionarias, las fronteras cerradas y la vulneración de los derechos civiles y políticos”.
Esas palabras no suenan precisamente a una invitación al diálogo como la que Torrent trajo a Madrid.