Triunfo, el icono de la prensa antifranquista

26 de octubre de 2024 22:00 h

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El centenario del nacimiento del periodista y escritor republicano Eduardo Haro Tecglen (Pozuelo de Alarcón, Madrid, 1924-Madrid, 2005), nos permite rememorar el emblemático semanario Triunfo, pues fue uno de los pilares más reconocidos de la desaparecida revista antifranquista. Hace 42 años, 36 después de su nacimiento el 2 de febrero de 1946 y ya asentada la democracia por la que tanto luchó, en julio de 1982 salió a los quioscos el último número de Triunfo. ¿Por qué desaparecía un medio de comunicación para el que nunca estará mejor aplicado el gastado adjetivo de emblemático de una época? Entre otras razones, quizá pueda resumirse en esa palabra: época: Triunfo desapareció con una época, la suya, que también desapareció.

Una de las peculiaridades de la Transición de la dictadura de Franco a la monarquía constitucional y democrática de Juan Carlos I, acaso la más cruel, fue su comportamiento saturnal: Triunfo fue solo uno de sus muchos hijos que devoró. Su voracidad engulló a prácticamente el único partido que combatió al régimen de Franco, el Partido Comunista de España (PCE), durante muchos años el partido por antonomasia, que en los años 60 puso en pie “asociaciones tan importantes como Comisiones Obreras, la Asamblea de Cataluña, los clubs de amigos de la Unesco, el Sindicato Democrático de Estudiantes, numerosas asociaciones profesionales y círculos de barrio, etcétera”.

Lo dice un historiador de ocasión, Pío Moa, que entonces militaba en la banda terrorista Grapo y que hoy, desde una posición ferozmente derechista, no tiene empacho en juzgar “positivos” los secuestros que perpetró la banda, el del magnate Antonio María Oriol y Urquijo, presidente del Consejo de Estado y Consejero del Reino, el 11 de diciembre de 1976, y el del teniente general Villaescusa, el 23 de enero de 1977; menos aún al explicar con caradura el supuesto beneficio: “obligar a la oposición antifranquista a moderarse”. Como a Saulo, a Moa lo salvó la caída. Aquel fue del caballo; este, “de la teoría marxista de la tendencia a la caída de la tasa de ganancia”. Gracias a Marx, pues, hubo un terrorista menos en el mundo, lo que, a pesar de la dichosa teoría, es preferible un historiador ful más en el mundo. Y es que los caminos del Señor son tan inextricables, que diría mi profesor de filosofía, don Paulino Garagorri, como inescrutables.

Por aquel entonces del crecimiento de la efervescencia antifranquista, el 9 de junio de 1962, Triunfo iniciaba su tercera, penúltima y más exitosa etapa de su existencia de 78 años. La revista, inicialmente de cine y espectáculos, había aparecido en Valencia el 2 febrero de 1946, fundada por dos jóvenes periodistas, José Ángel Ezcurra(Orihuela, Alicante, 1921-Madrid, 2010) y Vicente Coello (Valencia, 1915-Madrid, 2006), aficionados al cinematógrafo –Coello fue el primer director de la revista y sería guionista de Atraco a las tres (José María Forqué, 1962), entre una cincuentena de filmes españoles de los 60–. Tuvo un éxito inmediato y para que creciera, Ezcurra la trasladó a Madrid en 1948, rodeado de un equipo de jóvenes cineastas, teatrales y críticos como Berlanga, Bardem, Monleón, Azcona..., que serían punteros en su oficio en las décadas siguientes y con los que fundaría otras revistas: el mensual de teatro Primer Acto (1957) y Nuestro Cine (1961), dos memorables revistas especializadas que le impulsan a progresar en su idea de hacer de Triunfo un semanario “de interés general”.

El éxito despertó las ambiciones del aparato mediático del Movimiento, cuyos prebostes de Prensa y Propaganda ofrecieron integrarla en la cadena, precisamente de lo que Ezcurra quería liberarse, pues planeaba convertir la revista de cine en una de la información más o menos general que podía hacerse, pero comprende que ha de buscar capital que de alguna manera blinde una empresa más fuerte que la suya personal.

A la vanguardia de mano del fascismo

Dinero y blindaje que encontró en otro gran empresario de la comunicación, en este caso de la publicitaria: Jo Linten, un belga rexista, el partido fascista de León Degrelle colaboracionista con los nazis, que tras la guerra mundial se había exiliado en España, como su líder, y que será uno de los publicitarios que con Moro, Pomés, etcétera, abordó desde finales de los 50 la renovación de la publicidad española y fundó Movierecord, una de las primeras empresas en utilizar a fondo los medios audiovisuales y que marcará un hito en la modernización del mensaje publicitario para una dictadura que comenzaba una etapa de desarrollismo económico: “A market named Spain”, como rezaba el eslogan que Ezcurra le regaló a Linten: “Un mercado llamado España”.

El 9 de junio de 1962 comienza la segunda época de Triunfo, editada por una nueva empresa, Prensa Periódica, S.A., con una nueva numeración, aunque este número 1 se acompaña de “Año XVI”, recordando los orígenes. Ezcurra trató de cambiar el nombre por el polisémico Objetivo, título de una revista de cine creada en 1953 por Juan Antonio Bardem, Luis García Berlanga, Eduardo Ducay y Ricardo Muñoz Suay, que Ezcurra dirigió desde 1955 hasta su cierre gubernativo, junto con las universitarias del SEU Alcalá y Haz e Índice e Ínsula como consecuencia de la crisis universitaria de 1956, que terminó con la política aperturista del ministro de Educación Joaquín Ruiz-Giménez. Pero Linten no quiso prescindir del prestigio acumulado por la marca; los grafistas de Movierecord cambiaron el punto de la i de Triunfo por una estrella asimétrica que remitía al mundo del cine (y que, más adelante, sería denuncia reiterada del fascismo, que, ignorantes como suelen, la identificaban con el símbolo comunista). 

La idea era hacer de Triunfo un magacín ilustrado, en la línea del exitoso Paris Match francés, versión europea del mítico Life norteamericano. Pero, claro..., con medios a la española, es decir, poca Redacción, pocos gastos, poca inversión en producción y publicidad..., por lo que la revista evoluciona más hacia un semanario de opinión que de información, tendencia que se afianzará definitivamente cuando Ezcurra recupere en 1969 el control total de su empresa. Y también de contenidos ‘a la española’ de los siniestros tiempos que se vivían: eludiendo la información nacional. 

Y aún distaba de ser la vanguardia cultural que será. A ese respecto, al reaccionarismo social arrastrado desde la postguerra, se refiere el cantante Camilo Sesto con una anécdota significativa fechada en 1962: “La gente mayor no solo no nos entendía, sino que tampoco les gustábamos. En un recorte de la revista Triunfo, de diciembre de 1962, leía esta tontada: «Se levantan, chillan, marcan unos compases, se vuelven a sentar; silban cuando un número les gusta; la tradicional costumbre de la ovación española para premiar una actuación que ha sido de nuestro agrado, es sustituida en esta ocasión por el silbido ululante, por el pateo rítmico, en la mejor tradición del show americano». Se referían las noticias y las fotos escandalosas a lo que estaba ocurriendo en el Circo Price, de Madrid [las populares matinales musicales]”.

La atención a toda innovación o avance en la política, la sociedad y la cultura, el convertirse en un medio de comunicación abierto a todas horas, como el poema de Alberti, será un proceso gradual a lo largo de la década 1965-1975. Especialmente, el último lustro, cuando, con la incorporación de señalados periodistas, como el propio Haro Tecglen, Manuel Vázquez Montalbán, el trío de economistas que firma Arturo López Muñoz, Enrique Miret Magdalena, Luis Carandell, Ramón Luis Chao, etcétera, la información nacional crítica encuentra su sitio en las páginas del semanario. La mítica serie de Vázquez Montalbán “Crónica sentimental de España” (septiembre, 1969) hace crecer no solo el prestigio de Triunfo sino, lo que es más importante en ese momento, las ventas, pues Movierecord quiebra y cae en las ávidas fauces bancarias del Opus Dei.

Pero antes, el gobierno ya sabe que Triunfo no es partidaria (del franquismo): en 1966, un Manuel Fraga que, al frente del ministerio de Información y Turismo desde julio de 1962, ya ha hecho una limpia de las publicaciones más o menos oficiales a las que teme que se amparen en la nueva ley de Prensa e Imprenta para maquillar los estrechos límites de la expresión, pide a Ezcurra que, con vistas al referéndum de los XXV Años de Paz (Ley Orgánica del Estado, 14 de diciembre de 1966), Triunfo publique una foto “del caudillo” en portada: “como todos los demás semanarios”, les advierte. Ezcurra le da excusas –“Pude improvisar un par de pretextos”, recuerda, “para rehusar tan apremiante petición: «nuestros lectores podrían entenderlo como una imposición política»”– y Fraga, consciente de que no se van a plegar a sus caprichos propagandísticos, levanta airado la reunión: “Esperaba otra respuesta. No tengo más que decir”. Pero la afrenta queda apuntada y guardada por los funcionarios del totalitarismo.

El Opus editaba otro semanario ilustrado, La Actualidad Española, y los sueños húmedos de los nuevos propietarios de Movierecord traman la fusión de ambos para desactivar Triunfo, al que odiaban principalmente por los artículos del teólogo seglar Enrique Miret Magdalena, cuya idea de una Iglesia católica progresista era absolutamente contraria a la que predicaba la secta integrista.

“El Triunfo de las luces”

Ezcurra logra desbaratar la operación del Opus y convertirse en dueño único de la revista y de sus deudas, gracias a la inesperada ayuda de un insólito admirador de Triunfo, el acaudalado Arturo Fierro Viña, presidente de un poderoso grupo financiero y bancario fundado por su padre Ildefonso Fierro. Triunfo se convierte en el referente mediático de unas generaciones que advierten al franquismo: somos los protagonistas del inmediato futuro. Bajo el principio del “predominio de la razón ideológica sobre la razón económica” que mantendrá el semanario a lo largo de su existencia, comienza lo que los directores del semanario califican de “el Triunfo de las luces”. 

Con unos funcionarios de la dictadura empeñados en fundir esas luces.

A la sombra del ominoso artículo 2 de la ley de Prensa de Fraga –que, como el artículo 33 del Fuero de los Españoles, permitía convertir en papel mojado la supuesta libertad que manifestaba–, Triunfo será salvajemente represaliado con expedientes y secuestros “por aquella autoridad de entonces, tan implacable como incompetente...”, escribió Ezcurra, “el Poder, lo sabíamos, vigilaba a Triunfo que avanzaba con creciente éxito en la realización de su proyecto”.

1971 fue un año de grandes agitaciones sociales –el diario Madrid cerrado y camino de ser dinamitado, loa coletazos del Proceso de Burgos, las luchas obreras y estudiantiles, la creación de la Assemblea de Catalunya...–. El semanario, atento a las inquietudes sociales, editó un número extra sobre la crisis del matrimonio y en el que se reivindicaba el divorcio (artículos de Jesús Aguirre, Lidia Falcón, Carmen Martín Gaite...). A propuesta del nefasto ministro de Información Alfredo Sánchez Bella, de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas y del Opus Dei, el consejo de Ministros dictó una multa bárbara de 250.000 pesetas e impuso cuatro meses de suspensión, máximas sanciones que contemplaba aquella ley de Prensa que aún nos rige hoy, con sus casi 60 años y su pinta de zombi de carnes desgarradas cubiertas de harapos.

La esperanza de la dictadura era quebrar la revista, más que por el importe de la multa cortando los ingresos por ventas y publicidad. Ezcurra se alzó contra la arbitrariedad y sacó a la calle una revista de humor, Hermano Lobo, que palió la angustia económica con su gran éxito instantáneo y ayudó a salvar el bache del castigo autoritario. La ciudadanía progresista se volcó, además, en lograr la supervivencia de la que ya era una de sus señas de identidad y las suscripciones subieron de 2.000 a 10.000.

La ‘generación Triunfo’ fue un fenómeno político de honda trascendencia sociológica y política en los últimos años de la dictadura. El citado Enrique Miret Magdalena cuenta una anécdota estremecedora: “Estaba yo trabajando en una oficina que tenía en la industria de mi familia y me entregan una carta que había traído una señora. Abro la carta, la empiezo a leer y digo que pase esta señora. La carta era de un condenado a muerte en la que me decía lo siguiente: «Estoy condenado a muerte, cuando usted reciba esta carta ya me habrán fusilado, pero le voy a decir una cosa para su satisfacción: Mi mujer me traía escondida entre la ropa, recortados, los artículos de la revista Triunfo y a mí me han ayudado a morir con dignidad, y se los pasaba a otros condenados y a todos les ayudaba. De manera que sepa usted que éste es mi testamento, que esto les ha ayudado”. “En muchos lugares de España”, dijo Vázquez Montalbán, “llevar Triunfo debajo del brazo era una manera de reconocerse y pensar que no se estaba solo”.

El profesor Gabriel Plata denomina la etapa de 1962 a 1968, la etapa que el semanario aparece asociado a Movierecord, como la de “despegue y crisis de la cultura progresista”: estando prohibido hablar sobre política nacional si no era de manera sumisa, se acude a la política internacional y al análisis de sus sociedades más que con objeto de conformar la cultura política democrática –lo que sería atribuir un afán pedagógico a Triunfo a lo que no fue sino uno de los efectos de su trabajo– con el de trazar paralelismos y reivindicar libertades propias. Y de “la madurez de la cultura progresista” al periodo que abarca desde finales de los 60 hasta 1975, en el que Triunfo acercó a los lectores españoles desde las nuevas tendencias –la liberación de la mujer y de la sexualidad, la evolución de los modelos tradicionales de la familia– a los conflictos bélicos y sociales y los grandes debates políticos y filosóficos..., en su mayor parte del extranjero, claro (La razón romántica: la cultura política del progresismo español a través de Triunfo (1962-1975), 1999).

A la primera sanción siguió otra en 1975, cuando el régimen se revolvía como una fiera herida ante la ruina moral y física del dictador. El gran psiquiatra cordobés José Aumente Baena (1922-1996) –un gran andalucista, fundador de la revista Praxis, Revista de higiene mental de la sociedad, que trató de ser una plataforma de diálogo de marxismo y de cristianismo hasta que fue cerrada por el gobierno en 1961– publicó un artículo en Triunfo: “¿Estamos preparados para el cambio?” (núm. 656, 26 de abril de 1975). Las autoridades, no, desde luego: una nueva multa desorbitada y otros cuatro meses de suspensión aseguran el silencio de Triunfo cuando Franco expira por fin.

De modo que lo que la dictadura viva no consiguió en 1971, quebrar la publicación, lo logró el franquismo en descomposición, que así, entre tantos otros signos, sobrevivía a la muerte de Franco. Y en esta ocasión, con un mercado mucho más competitivo por el cambio en los gustos lectores hacia un periodismo más informativo y menos opinante. Ni siquiera la nueva creación de Ezcurra, el mensual Tiempo de Historia (1974), dirigido por Eduardo Haro Tecglen, supuso el fomento caliente que fue Hermano Lobo en su día. El 10 de enero de 1976 reapareció Triunfo con 160.000 ejemplares de tirada –su récord- y una portada tipográfica con “La respuesta democrática” como única leyenda (núm. 676).

Del “Triunfo de las luces” al “Triunfo póstumo”

La ausencia informativa de Triunfo en el agitado cuatrimestre de septiembre a diciembre de 1975 y en la ocasión más esperada –y deseada–, el Gran Óbito, fue decisiva para torpedear su continuidad.

Desde 1974, otros semanarios, principalmente Cambio 16, simulando creerse el llamado “espíritu del 12 de febrero”, el programa político calificado de ‘aperturista’ del gobierno de Carlos Arias Navarro, presidente del último gobierno de Francisco Franco –“Carnicerito de Málaga”, lo apodó el malogrado Cuco Cerecedo en su mítica serie Figuras de la Fiesta Nacional (Diario 16, 1977), por su cruento desempeño como fiscal militar en la ciudad andaluza–, venían llevando al límite, entre secuestros, censuras y sanciones sin cuento, la ley de Prensa de Fraga con un estilo nuevo, moderno, alejado del análisis y decididamente informativo. Son cuatro meses de frenética actividad desde la primera enfermedad de Franco, la tromboflebitis: la asunción de la jefatura del estado por el príncipe Juan Carlos, la entrega del Sahara, los últimos fusilamientos de Franco del 27 de septiembre, los pronunciamientos del ‘búnker’ inmovilista, las asociaciones políticas, la destitución del ministro aperturista Pío Cabanillas y la dimisión de solidaria del de Hacienda Antonio Barrera de Irimo, el congreso de Suresnes del PSOE que orilla a la vieja guardia socialista republicana, la separación de la Iglesia del cadáver andante del dictador, la aparición de la Unión Militar Democrática, el incremento del terrorismo etarra... Y, por fin, el último parte del “equipo médico habitual”, emitido a las 5.30 de la madrugada del 20 de noviembre de 1975: “Enfermedad de Parkinson. Cardiopatía isquémica con infarto agudo de miocardio anterosepial y de cara diafragmática. Úlceras intestinales agudas reincidentes con hemorragias masivas reiteradas. Peritonitis bacteriana. Fracaso renal agudo. Tromboflebitis ileo-femoral izquierda. Bronconeumonía bilateral aspiratoria. Choque endotóxico. Parada cardiaca”. Fin.

En esos cuatro meses en los que ya se olía el aire libre al final del túnel, los lectores fueron abandonando Triunfo para pasarse a las nuevas publicaciones. La seña de identidad de la nueva generación era Cambio 16: parece lógico que los lectores españoles del 74 prefirieran las siete líneas que escribió Pepe Oneto para la sección de Carmen Rico-Godoy, Personal (4 de agosto de 1974) sobre la pelea entre el yerno de Franco, el marqués de Villaverde, y el médico del dictador, el doctor Gil, en los pasillos del Hospital del Generalísimo, hoy Hospital Gregorio Marañón, durante la tromboflebitis del ídem, que, por ejemplo, “La Universidad actual: una perspectiva filosófica”, de Ludolfo Paramio (Triunfo, núm. 620, 17 de agosto de 1974)...

Y con los lectores, también se fue la publicidad hasta ser insostenible la continuidad. Hubo acercamientos políticos para que superviviera la marca, unas mejor intencionadas que otras: Javier Solana le transmitió el deseo de Felipe González de subvencionar la revista símbolo del antifranquismo: “Toda mi generación”, le dijo a Ezcurra, “debe muchísimo a tu revista: ha sido como nuestra guía moral, ideológica, cultural, intelectual; hemos leído los libros y acudíamos a los cines y teatros que recomendabais. Es decir, somos algo así como la generación de Triunfo (...) hay que hacer lo que sea para que no desaparezca”. Ezcurra le contestó “Que no creía en la prensa de partido y que Triunfo —y él mismo ya había referido lo que significaba—, su trayectoria, no podía ni merecía terminar en la condición de publicación subvencionada por una opción política; es decir, perder la independencia a cambio de la subsistencia”. A Joaquín Garrigues Walker, ministro de Obras Públicas y Urbanismo de Adolfo Suárez, ni siquiera le dio razones sino un tibio agradecimiento y un contundente rechazo cuando también le ofreció subvenciones, porque “no se puede permitir que un órgano de tal prestigio desaparezca (...): Se haría todo como tú dispusieras, para eso eres un profesional que disfrutas de gran prestigio. Pero con una sola condición: Adolfo Suárez es intocable. El y su política, claro”.

El último número de Triunfo, el 911, apareció el 12 de julio de 1980: “(...) las campanas doblaron por aquella obra colectiva de mil semanas. La publicación que había resistido a la censura, a la represión y a la mordaza del franquismo, agonizaba en plena democracia y —oh, paradoja!— expiraba tres meses antes de que la izquierda de entonces, hoy sólo nominal, obtuviera la mayoría absoluta en las elecciones generales de octubre del 82”, escribiría José Ángel Ezcurra años después.

El cierre de Triunfo, a los dos años de que también hubiera de cerrar otro medio icónico del antifranquismo, Cuadernos para el diálogo (1978), fue un duelo nacional por la pérdida de una voz independiente, de inequívoca significación democrática. Cientos de voces se lamentaron públicamente. El viejo profesor Enrique Tierno Galván, entonces alcalde de Madrid, puso el epitafio: “Han pagado un alto precio por la libertad que contribuyeron a traer. Durante algún tiempo fueron las únicas ventanas en un muro compacto que no dejaba entrar la luz” (Cabos sueltos, 1981).

El desencanto político, la evolución de los gustos lectores y las necesidades informativas de la acelerada sociedad española de la transición, la “implacable selección natural (...) ha eliminado a Triunfo de la evolución de esta especie comunicacional”, entre otras causas de su desaparición –como la escisión de los comunistas del semanario, desde el redactor-jefe César Alonso de los Ríos a Vázquez Montalbán para fundar otro semanario, La Calle (1978)– , no empañaron que “Uno de los más importantes logros de Triunfo fue el de contribuir decididamente a la recuperación de la memoria histórica de nuestro país (...) un pueblo necesita, debe, conservar su memoria. De esa memoria forma parte también, como significativo episodio, Triunfo. Y es memorable” (José Ángel Ezcurra, Crónica de un empeño dificultoso, 1994).

Y en el último editorial, “una salida de urgencia para una situación agónica”: convertir el semanario en mensual, el “Triunfo póstumo”, como lo llamó Ezcurra, animado por los éxitos del reaparecido Life norteamericano y el Actuel francés. No funcionó: Triunfo mensual apareció en noviembre de 1980 y, veintiún meses después, cerró definitivamente en agosto de 1982.

Por tercera vez reiniciaba su numeración desde el número 1 de Triunfo: el tercer número 1 de la misma revista con idéntico título, no creo que haya otra publicación con esta particularidad: e primero, en Valencia (1946); el segundo, con Movierecord (1962) y con el póstumo, en 1980.

Y es que Triunfo fue, en verdad, un número 1.

Post scriptum.– Conocí a Eduardo Haro Tecglen, el subdirector de Triunfo, cuando empezaba a escribir en los periódicos, por entonces sobre tebeos –en seguida, cómics–, una parcela rara en la prensa que me aceptaban –en Cuadernos para el Diálogo, Informaciones...– porque, además de original, modernizaban el contenido de sus publicaciones.  Empecé a publicar en la sección ‘Artes, Letras, Espectáculos’ y en una ocasión que llevé un artículo, Eduardo Haro salió de su despacho a conocerme con curiosidad: no sé si esperaba ver a un hombrecito verde del espacio de la ciencia ficción, entonces también muy de moda –de hecho, Triunfo dedicó uno de sus Extras a la fantasía científica, en el que colaboré-... Conocía mi nombre por la traducción, con Susana Olmo, mi pareja, que había publicado por entonces de la Historia de Palestina de Lorand Gaspard (1972) y para la que Haro había escrito una actualización y el epílogo. Me acogió con la bonhomía distante que gastaba; comentamos el libro sobre Palestina; me dijo que le gustaban mis artículos y me animó a colaborar con más asiduidad y a ampliarlos a otros temas “de interés general”.