¿Está todo votado o por votar?
Se ha escrito que lo del 26 será la vuelta de lo que fue el 28 y los que perdieron entonces alientan la esperanza de la remontada, como si Pablo Casado fuera a ser Jurgen Klopp. No es posible encontrar dos perfiles más distintos: uno es de izquierdas y otro de derechas, uno lidera y otro preside. Lo que pasó la última vez que Casado alzó una copa no fue tanto que él venciese como que perdió su rival, Sáenz de Santamaría. Necesitado ahora de que esto fuera la Champions, el PP entero -no sólo su dirección- medirá su supervivencia en una campaña a la que el CIS ha puesto el marco: no ganará en ninguna comunidad.
Las urnas están a punto de abrirse al tiempo que acaban de cerrarse y, según como les fue en abril, los partidos venden lo que sucederá en mayo. Quienes perdieron tratan de estimular la idea de que todo se tiene que votar todavía, que falta por decir la última palabra. Quien ganó, que es el PSOE, preferiría pensar que está ya todo escrito y sólo le queda afianzar la ventaja que anticipa el CIS. De ahí que Pedro Sánchez considere que puede aparecerse en espíritu, como hizo al citar a Casado, Albert Rivera y Pablo Iglesias para que fueran a la Moncloa a besarle el anillo. Mientras los demás se pelean por la sala en la que comparecen, el presidente en funciones los despacha con un tuit y muchas gracias. Llega a ser una deferencia que se asome a las escalinatas a recibirles.
En el plan de Sánchez todo está votado y es poco probable que las urnas repartan las fuerzas de otra manera, de forma que él ha aprovechado para adelantarse al tiempo y negociar con Unidas Podemos sin esconderse mientras logra que sea el propio Iglesias el que pida discreción y silencio. El nuevo Iglesias es tranquilo y reservado. Hablan pero se lo callan, no porque no haya empezado el reparto -ha empezado hasta con el PP, que también con la oposición habrá de abordar nombramientos y Casado y Rivera se pelearán por figurar como hombres de Estado-, sino porque el dibujo no está completo: iremos a una negociación simultánea en la que contarán también comunidades y ayuntamientos y por eso aguardan a las elecciones, para poder andar por varias pistas.
Algunas cosas se mueven, sin embargo, como demuestra la maniobra para nombrar a Miquel Iceta presidente del Senado. En Esquerra han anotado la advertencia que les lanzó Sánchez si deciden vetar al primer secretario del PSC: “Sería un mal comienzo”, dijo. Sánchez, fortalecido, tiene un diseño de nombramientos con los que enviar sus mensajes simbólicos -a la manera en que anunció a los miembros de su Gobierno- y sólo espera que las urnas no le trunquen la estrategia. Sus expectativas son buenas, aunque son conscientes en Ferraz del riesgo al que se exponen: la desmovilización.
Venimos de una de las participaciones más altas y es improbable que ese éxito se repita. Con más abstención, la distribución de escaños será distinta, más por cuanto ese reparto difiere en cada elección según sean municipales, autonómicas o europeas. La gente acudió a votar para frenar a la extrema derecha y, tras los comicios de abril, Vox ha reducido sus perspectivas. También su presencia en los medios. Luego está lo del hastío, que dos campañas consecutivas agotan al personal, así que la cosa vuelve a recaer en la capacidad que tengan los partidos para convencer al votante de que, de nuevo y como siempre, cada voto cuenta.