Corrección
Una versión anterior del artículo decía por error que Twitter suspendió la cuenta de Vox en enero de 2000. La fecha correcta era enero de 2020.
ANÁLISIS
El equipo de redes sociales de la empresa Trump Organization tuvo en 2013 una sorpresa inquietante. La cuenta personal de Donald Trump en Twitter había publicado un tuit con el que agradecía a una actriz un comentario elogioso en televisión. El contenido no era el problema. Lo verdaderamente llamativo era que la persona que llevaba la cuenta no lo había escrito. Lo consultó con su jefe directo y otros compañeros que también tenían acceso a ella. Nadie lo había hecho. Ese fue el día –6 de febrero de 2013– en que Trump tuiteó personalmente por primera vez.
“El momento en que me enteré de que Trump podía tuitear por su cuenta fue comparable a la escena en ‘Parque Jurásico’ cuando el doctor Grant descubre que los velociraptores pueden abrir puertas. Pensé: oh, no”, comentó tiempo después Justin McConney, que fue director de redes sociales de Trump en su empresa entre 2011 y 2017.
Su cuenta en Twitter existía desde 2009, sólo para promocionar sus libros y la empresa de forma no muy original. Pronto, se aficionó a emplearla –en los primeros años, encargando a otros que escribieran el texto– para opinar sobre lo que se le ocurriera en ese momento. Un tuit representativo de esa época y de su carácter es este de octubre de 2012: “La empresa Coca-Cola no está muy contenta conmigo. No importa, seguiré bebiendo esa basura”. En las elecciones de 2012, comenzó a publicar contenidos políticos.
Todo cambió cuando se lanzó a la campaña presidencial y la red social se convirtió en su arma definitiva. Su ego se sintió saciado. “Alguien dijo que yo era el Ernst Hemingway de los 144 caracteres”, presumió en un mitin en 2015 sin que estuviera claro si alguien lo había dicho o se lo había inventado. Por entonces tenía cinco millones de seguidores. Cuando Twitter canceló su cuenta personal hace unos días, ya eran cerca de 89 millones.
Después de hacerse fuertes en las redes sociales en EEUU y Europa, los partidos de extrema derecha ven el veto a Trump como una amenaza a un elemento básico de su maquinaria de propaganda que les ha permitido multiplicar su influencia. Formaciones como Vox en España pueden así mantener una comunicación constante con sus seguidores sin importarles la cobertura crítica de los medios de comunicación. Ahora denuncian que empresas como Twitter son una amenaza para la libertad de expresión, si bien el partido de Santiago Abascal no tiene inconveniente en aplicar sus propias formas de censura al prohibir que algunos medios cubran sus actos públicos.
Trump ha sido el dirigente que ha hecho un uso más agresivo y frecuente de su cuenta de Twitter. La ha utilizado para insultar a mujeres o inmigrantes, responder a cualquier ataque por pequeño que sea, amenazar a los periodistas y finalmente incitar a la violencia antes del asalto al Capitolio. Siempre ha tenido un interés especial en desacreditar a los periodistas. “La opinión pública ya no os cree. Quizá yo tenga algo que ver con eso, no lo sé”, dijo en una rueda de prensa en 2017. Ha calificado de “fake news” de forma sistemática cualquier información de los medios que le perjudique.
En España, Vox adoptó desde el primer momento la estrategia de Trump de denunciar una conspiración permanente de los medios en su contra. En enero de 2019, unos meses antes de su primer éxito en unas elecciones nacionales, avisaba a sus seguidores de que prácticamente todo lo que se escribía sobre ellos era falso: “Los medios cada día fabrican y difunden más noticias falsas y mentiras sobre nosotros”. Por eso, les recomendaba que sólo se creyeran lo que Vox contaba a través de sus cuentas en las redes sociales. “La única fuente fiable de información” era la propaganda del partido.
Vox fue aun más lejos al crear una lista negra de medios de comunicación, entre los que está eldiario.es, y prohibió a sus diputados que entablaran contacto con esos periodistas. “Solamente hablarán mal de nosotros, porque somos su enemigo”, les avisó la jefa de prensa del partido. Vox llegó al extremo de afirmar que los periodistas de esos medios “no son medios de comunicación ni periodistas, sino activistas”. En su discurso, el partido se reserva el derecho a decidir quiénes son periodistas y quiénes no.
Es el mismo mensaje que Trump ha lanzado en numerosas ocasiones contra los medios: “Nuestro auténtico oponente no son los demócratas o el escaso número de republicanos que han quedado atrás. Nuestro principal oponente son los Medios Falsos” (“Fake News Media”). De ahí que llegara a calificar a los medios de comunicación de “enemigos del pueblo”, un lenguaje que es habitual en las dictaduras.
El boicot ejecutado por Vox afecta también a las ruedas de prensa que convoca en la sede del partido. Eso no impide que los medios exonerados asistan a ellas, como hicieron por ejemplo Antena 3 y El Mundo, entre otros, el pasado lunes.
La Asociación de la Prensa de Madrid respondió que el veto “solo tiene el objetivo de amedrentar a esos medios para que no publiquen informaciones veraces que el partido considera perjudiciales para sus intereses, o sencillamente que le molestan o no le gustan”. No parece que los medios vetados se sientan muy amedrentados. En realidad, el objetivo de Vox no es muy diferente al de Trump. Atacar a los medios para que sus votantes tengan claro que las informaciones sobre su partido son todas falsas.
La respuesta a la suspensión definitiva de la cuenta de Trump en Twitter –y también en Facebook, pero sólo hasta que deje la Casa Blanca– también establece un paralelismo entre la extrema derecha española y el movimiento trumpista. Vox ha denunciado como algo escandaloso que Twitter haya vetado al presidente de EEUU por la acusación de haber incitado la violencia que hizo posible el asalto al Congreso.
A Vox tampoco le ha gustado la noticia conocida este martes. La red social ha cancelado 70.000 cuentas en todo el mundo que se dedicaban a promover la teoría de la conspiración de Qanon (que afirma que Trump ha luchado contra una red global de pederastia dirigida por las élites mundiales). “¿Que una empresa americana censure miles de perfiles no es injerencia en la libertad política de los europeos?”, ha dicho el portavoz nacional del partido, Jorge Buxadé, en una comisión del Parlamento Europeo. No hay ninguna vía jurídica por la que un juez español o francés pueda impedir a una empresa privada de otro país que borre cuentas que vulneran las condiciones de acceso.
Al igual que ha hecho la extrema derecha en EEUU, varios dirigentes de Vox y periodistas de su órbita se apresuraron a unirse a la red social Parler, pero evidentemente sin abandonar Twitter. Abascal se presentó con un texto que decía: “Las 'bigtech' no pueden convertirse en policías globales del pensamiento”. Llegaron un poco tarde. Google y Apple la borraron de sus tiendas de descarga y Amazon la expulsó de su sistema de alojamiento de datos por no cumplir las normas que obligan a eliminar contenidos que promueven la violencia. Parler dejó de funcionar a la espera de encontrar una empresa que le preste ese servicio.
Parler presentó después una demanda contra Amazon. La empresa de Jeff Bezos ha respondido al juzgado presentando ejemplos del contenido que Parler se ha negado a borrar. “Después de que los pelotones de fusilamiento acaben con los políticos, los profesores son los siguientes”. Otros reclaman una insurrección armada: “Vamos a comenzar una guerra civil el 20 de enero. Formad milicias y buscad objetivos”.
En enero de 2020, Twitter suspendió a Vox la capacidad de seguir publicando contenido en su cuenta por acusar al Gobierno de promover la pederastia. El partido la recuperaría si borraba el tuit. Vox se negó de forma airada y prometió que nunca lo quitaría. Pero no estaba en condiciones de prescindir de una forma de comunicación directa con sus más de 400.000 seguidores. Un mes y medio después, pasó por el aro y eliminó el tuit. Lo justificó con el argumento de que los españoles necesitaban recibir información directa del partido durante la pandemia “sin la manipulación de los medios de comunicación”.
Sonaba bastante impostado. La realidad es que, por mucho que denuncien a Twitter, no pueden vivir sin ella.
Una versión anterior del artículo decía por error que Twitter suspendió la cuenta de Vox en enero de 2000. La fecha correcta era enero de 2020.