Consejo de Ministros del martes. El Gobierno aprueba el proyecto de Ley de Familias, una medida que favorece los cuidados y la conciliación en familias especialmente necesitadas de ayuda. Una de esas cosas que justifican la existencia del Gobierno de coalición, según Pedro Sánchez. En la rueda de prensa, hay tres miembros del Ejecutivo, pero ninguno es Ione Belarra, la ministra de Asuntos Sociales que ha confeccionado el proyecto.
Aparecen ante los periodistas la ministra portavoz, la vicepresidenta económica y el ministro de Seguridad Social. Nadia Calviño y José Luis Escrivá están ahí casi de tertulianos. Escrivá ya presentó su reforma de las pensiones. Lo sacan para que vuelva a defender el proyecto que se vota esta semana en el Congreso.
No es la primera vez que Podemos cree que su secretaria general o Irene Montero han sido vetadas por Moncloa. En la situación actual, es fácil interpretarlo. Sánchez ha decidido que su carta ganadora es Yolanda Díaz y que su paciencia con Podemos se ha reducido al mínimo. Belarra se ve obligada a grabar un vídeo para Twitter con el que defiende la nueva ley.
Este aislamiento de Belarra, bastante incomprensible si se sostiene en público que es un Gobierno cohesionado, se produce en la semana para nada fantástica de Unidas Podemos, el último escenario pero no definitivo del enfrentamiento-diálogo-ruptura (elijan la palabra que les haga menos gracia) entre Yolanda Díaz y Podemos.
La vicepresidenta presenta este domingo su candidatura a la Presidencia del Gobierno acompañada por un amplio repertorio de dirigentes de la izquierda en un acto en el que Podemos aún no ha decidido si estará. No se comprometerá a asistir hasta que Díaz acepte unas primarias abiertas con las que elegir las listas electorales.
Ha llegado la hora de la verdad y ya casi nadie se esconde. Este lunes se dio la paradoja de que quien más habló en nombre de Podemos y de la forma más incisiva fue Pablo Iglesias. Aunque es director de la fundación del partido, abandonó su dirección hace tiempo. ¿Sigue influyendo en la sombra o sólo comenta la jugada? El grupo de Yolanda Díaz está convencido de que se trata de lo primero.
Hubo ración triple de Iglesias en dos tertulias radiofónicas y en el medio que ha fundado, Canal Red. Ione Belarra no dijo nada. Lilith Verstrynge, que hizo el último intento negociador conocido con el jefe del gabinete de Díaz, tampoco. Hubo, como todos los lunes, una rueda de prensa de los dos portavoces de Podemos, que se limitaron a repetir lo que ya habían dicho en semanas anteriores e intentaron no parecer demasiado pesimistas.
En negociaciones tan complicadas, no enzarzarse con las declaraciones públicas garantiza más posibilidades de éxito. Por eso, la discreción de Díaz y Belarra, por mucha ansiedad que cause, no es a priori una mala idea. El que pone la salsa picante es Iglesias y en estos días ha aportado suficiente para surtir a un restaurante mexicano durante semanas. “Yo creo que es evidente a día de hoy que Yolanda está mucho más cerca políticamente de Más País que de Podemos y eso es completamente legítimo”, dijo en RAC1. BADABOOM.
Para las bases de Podemos, cualquier mención al partido de Íñigo Errejón sólo puede provocar reacciones enfurecidas. Se enfrentó al líder y les dejó tirados en las elecciones autonómicas. Esas palabras sitúan a Díaz fuera del espacio de Podemos y flotando en el vacío, porque Más País –no confundir con Más Madrid– es poco más que los discursos de Errejón en el Congreso.
Para que se vea lo caliente que está el tema, un dirigente habitualmente circunspecto como Alberto Garzón también decidió tirar el lunes por todo lo alto. “Hay que abandonar esa lógica de la política del enfrentamiento, de la búsqueda constante de quiénes son los leales y de quiénes son los traidores. La izquierda es plural”, dijo en RNE. BADABOOM.
Un mal fácil de identificar en muchos partidos de izquierda a lo largo de la historia. La lealtad al partido por encima de todo y la rapidez con la que se desenmascara a los traidores. Esta película ya la hemos visto. Suele acabar mal.
Podemos reclama que se acuerde antes del domingo la celebración de primarias abiertas en las que participe quien quiera y que se haga en un pacto bilateral con Sumar, al que han llamado en varias ocasiones “el partido” de Yolanda Díaz. Ella niega que se haya dedicado a formar un partido. Sumar sólo se compromete a poner en un texto que llegará el momento de las primarias, sin decir de qué tipo, pero que eso tendrán que decidirlo más adelante todos los partidos que acepten formar parte de las candidaturas conjuntas en las 50 provincias.
Unidas Podemos nunca ha celebrado primarias abiertas que reunieran a los militantes de todos sus integrantes. Siempre han votado las listas por separado.
No hay que ser un genio de la política para saber el motivo último de la discrepancia. Iglesias lo puso sobre la mesa en la Cadena SER: “Lo bueno de las primarias es que al final manda la gente y lo que está diciendo Podemos es: renunciamos a nuestro censo, que es más grande que el de todos los demás partidos juntos, y hacemos un censo nuevo”.
Si el de Podemos es mayor que todos los demás juntos, el nuevo censo conjunto tendrá probablemente esa misma característica. Unas primarias abiertas a cualquiera que quiera votar, como acaba de hacer el Partido Democrático en Italia, no se han hecho nunca en España en los grandes partidos.
El pequeño secreto del que no se atreve nadie a hablar en público es que no por tener más militantes, tienes más votos en las elecciones.
Con las elecciones autonómicas a dos meses vista, está claro que el plan de Díaz y sus aliados, incluida Izquierda Unida, es que esa negociación quede para después del 28 de mayo. La sospecha en el partido de Belarra es que los otros quieren aplazar la discusión porque piensan que en ese momento Podemos será más débil por el resultado en las urnas.
Y si los resultados de todos esos partidos no son buenos el 28M, Yolanda Díaz dará un paso al frente no sólo como líder de la candidatura, sino como salvadora, elevada a los cielos con Pedro Sánchez dirigiendo la sinfonía celestial. En ese momento, el número de militantes no parecerá el factor esencial.
Iglesias insiste en que estamos ante otro capítulo del intento de “cargarse a Podemos” en el que interviene la prensa de derechas, pero con nuevos cómplices. Dice que hay sectores de la izquierda que creen que “se ha acabado el tiempo de Podemos”. Evidentemente, habla en nombre del partido cuando dice eso. “Yolanda y Sumar tienen derecho a llegar a los acuerdos con los partidos que quieran y eso no es asunto nuestro”. Nuestro. Sería ridículo pensar que él se iba a desentender del futuro del partido.
La gran paradoja es que todo comenzó con una decisión personal suya: la elección de Yolanda Díaz como vicepresidenta y futura cabeza de lista de Unidas Podemos más de dos años antes de las elecciones. Iglesias abrió en ese momento una ventana que Podemos no ha podido o no ha querido cerrar desde entonces. Todo parecía perfecto. “Díaz es una candidata que puede llevar mucho más lejos nuestro espacio de lo que pude hacer yo”, dijo Iglesias.
Luego la vicepresidenta decidió remontarse a los orígenes de Podemos para crear un nuevo sujeto político que sea más fuerte que sus integrantes. Un argumento similar al que utilizó Podemos para convencer a IU, y a los votantes de izquierda, de que la política había cambiado.
Las relaciones personales de ambos –un asunto del que sus respectivos partidarios prefieren no hablar en público– quedaron rotas hace tiempo.
¿Cuál es el precio de este duelo? Uno bastante obvio del que Iglesias también ha hablado: “Tiene que acabar bien, porque si acaba mal, vamos a un desastre asegurado”. En caso de fracaso, se podría decir que la derecha habrá ganado en ese mismo momento las elecciones generales. Con el voto de izquierda dividido entre Podemos y Sumar y perdiendo escaños que estarían al alcance en caso de candidatura conjunta, es improbable que el PSOE pueda enjugar la diferencia.
Al final, quizá el coste prohibitivo del divorcio sea lo que haga posible el acuerdo. No tiene pinta de ser un matrimonio por amor.