CRÓNICA

Yolanda Díaz y su particular 'I have a dream'

1 de enero de 2022 21:59 h

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Está en los manuales y está en la práctica política. Para construir un líder en tiempos de desafección hace falta, entre otras cualidades, tener pasión, optimismo, humildad, algo de gestión acreditada, resistencia, disciplina, capacidad para moldear consensos y saber escuchar. Y hay una parte de la izquierda a la izquierda del PSOE que está segura de que la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, las tiene todas. Un liderazgo social, sin partido y sin proyecto aún claro, pero con el que se ha propuesto hilvanar su particular 'I have a dream' (Tengo un sueño) al estilo de Martin Luther King.

Salven todas las distancias, cambien negros por trabajadores e igual encuentran alguna similitud entre el adalid de la defensa de los derechos civiles de los afroestadounidenses y la lucha contra la pobreza y la ministra de Trabajo. Quizá en su lucha contra la no discriminación. O quizá en “la grandilocuencia narrativa”, ironizan sus detractores. 

Yolanda Díaz, dicen sus partidarios, ha estado dispuesta a tener ojos cuando otros los habían perdido, regala “paz y amor” en un marco de crispación y odio y quiere “cambiar la vida de la gente”. Y eso es lo que ha permitido que se la perciba como la hacedora de un acuerdo histórico y de un supuesto cambio de paradigma en las relaciones laborales por el que ha dado las “gracias, gracias, gracias” al Gobierno, a los agentes sociales y hasta a los periodistas.

La ampulosidad con la que ha sabido vender la reforma laboral tiene perplejos a propios y extraños porque ni ha llegado donde se pretendía ni ha acabado con las partes más lesivas de la norma aprobada por la derecha en 2012. De hecho, si la hubiera liderado el PSOE, una parte de la izquierda española estaría seguro hoy manifestándose en las calles porque ni recupera los costes del despido ni suprime la potestad de los empresarios para modificar sustancialmente las condiciones laborales del trabajador. Lo reconocen los sindicatos, lo certifican los empresarios y lo comparte buena parte del Gobierno, donde admiten que el pacto sin duda tiene mucho más valor político que laboral, a pesar de los avances innegables para acabar con la precariedad. 

El caso es que Díaz, a quien muchos atribuyen ya una “marca propia” dentro del Gobierno y cada día más lejos de la de Unidas Podemos, se siente en cada intervención orgullosa de su país, de los sindicatos, de los empresarios, del periodismo y de las gentes en general, a las que siempre subraya que habla desde el “amor y el cariño”. 

“Esta reforma [dijo el día de su aprobación en Consejo de Ministros] pasa página a la precariedad en España. Lo fundamental es que es una norma que trae la recuperación de derechos frente a los recortes, a las normas que tanto dolor causaron. Este acuerdo va a mejorar la vida de los trabajadores de este país (...). Tras más de 42 años y 52 reformas laborales me atrevo a decir que hay mujeres y jóvenes que no han conocido en su vida un contrato que no fuera basura. Este país nunca se quiere a sí mismo. Yo voy a intentar que nos queramos un poquito más”.

¿Quién va a rechazar unas formas exquisitas en un escenario como el de la esfera pública donde el insulto, las faltas de respeto y el exabrupto son constantes? Díaz es empática, la ministra mejor valorada del Gobierno, cultiva las relaciones mediáticas como nadie, derrocha buenrollismo y aspira a alumbrar un proyecto nuevo sin partido en la España del multipartidismo. Trabaja por la construcción de una plataforma transversal, progresista, feminista y ecologista de la que aún no se tienen demasiados detalles, más allá de que la respaldan Ada Colau, Mónica Oltra y Mónica García, y que rechaza el ruido, los egos y las estructuras orgánicas.

La consigna oficial en La Moncloa, de momento, es no entrar al trapo y poner en valor su labor gubernamental, aunque en ocasiones choque con otros ministros y haya mantenido agrias polémicas en las que ha mostrado su rostro más ácido, el que no se corresponde con su imagen pública. Cuestión distinta es que se atribuya la paternidad de iniciativas de gobierno y de éxitos colectivos como la reforma laboral o la subida del SMI y que los socialistas vayan a permanecer callados.

De hecho, la respuesta que Pedro Sánchez dio a los periodistas en su balance del año cuando le preguntaron sobre si le inquietaba la popularidad y el protagonismo de Díaz fue un serio aviso a la vicepresidenta de Trabajo, según interpretaron distintas fuentes gubernamentales. “Lo único que puedo decir es que estoy encantado con el trabajo que está haciendo”, dijo con la mejor de sus sonrisas. Pero… Siempre hay un pero cuando un socialista habla de la ministra: “Siempre he dicho, que cuando son nombrados ministros y ministras, ya somos ministros y ministras del Gobierno de España, no de un partido político”. A buen entendedor…

El presidente no quiere disonancias en el Ejecutivo al estilo de las que día sí y día también se libraban en los medios de comunicación cuando la vicepresidencia la ostentaba Pablo Iglesias, pero tampoco permitirá que la ministra más popular del Gobierno sea un ente propio o trabaje desde dentro para su promoción personal. Y esto es de lo que la acusan varios ministros del PSOE, pero también de Unidas Podemos, donde las relaciones con Irene Montero son inexistentes, con Ione Belarra, solo protocolarias y con el resto de los herederos políticos del 15-M, cada día más distantes.

La prevención de Sánchez con Díaz de la que ya hablan sin ambages en el Ejecutivo no ha sido fruto de la batalla que su posible rival electoral ha librado con Calviño durante la negociación de la reforma laboral, sino que empezaron hace tiempo, cuando descubrió que “a cada cual dice lo que quiere escuchar” y “que en ocasiones no le decía toda la verdad sobre las negociaciones con sindicatos y empresarios”. Lo cuenta así un socialista del sanedrín de Sánchez que, además, afirma que el ex jefe de gabinete de la Presidencia, el ahora repudiado Iván Redondo, “asesora a la vicepresidenta, vía Pablo Iglesias”.

Tampoco vieron con buenos ojos que vendiera su encuentro en el Vaticano con el Papa Francisco como una audiencia privada y, sin embargo, se trasladara a Roma con su séquito en el Falcon. Desde hace tiempo en La Moncloa observan que Díaz utiliza como excusa su agenda de gobierno para celebrar actos de promoción para su campaña por la tarde en todas las autonomías. Algo que no gusta en La Moncloa, y mucho menos en el PSOE, donde las chanzas y los motes a la ministra de Trabajo se han convertido en una constante. 

A nadie se le escapa que si cuaja el frente amplio al que aspira será una rival electoral ante la que el socialismo tendrá una compleja disyuntiva entre la necesidad de que Díaz obtenga un buen resultado que les permita seguir en el Gobierno y evitar al tiempo que les achique su propio espacio electoral. En el PSOE hay quien sospecha que la ministra podría barruntar un distanciamiento paulatino de la acción de gobierno para acabar saliendo del Consejo de Ministros cuando falten pocos meses para las generales, como último golpe de efecto antes de anunciar su candidatura a la Presidencia del Gobierno. Son los menos porque la mayoría del sentir socialista cree que necesitará hasta el último día “usar la plataforma institucional, que es la que le da foco, contenido y la estructura de la que carece al no contar con partido propio”. En todo caso es una opción a no descartar porque también supondría, dada su popularidad, un torpedo en la línea de flotación del socialismo. 

De momento, la preocupación presidencial inmediata está en que los socios parlamentarios convaliden con su voto afirmativo antes del 31 de enero la reforma que salió del Consejo de Ministros sin modificación alguna. La llamada de Sánchez a la responsabilidad y la invocación al “sentido común para que el poder legislativo respete el acuerdo con los agentes sociales, algo que no se producía desde hace 10 años” no ha sido un buen comienzo para la negociación con los grupos parlamentarios. Una vez más se quejan los aliados estables de que el Gobierno actúa como si tuviera mayoría absoluta y no 155 escaños y con un falso convencimiento de que sus habituales socios no dejarán caer a la izquierda gubernamental para dejar el camino expedito a una derecha hermanada con Vox. En el fondo, el motivo para el apoyo definitivo, como lo ha sido para lograr el acuerdo con la CEOE, se llama 140.000 millones, que son los que están en juego de los fondos europeos y son tan necesarios para la recuperación económica y el futuro de miles de empresas. 

Díaz en todo caso seguirá con su particular 'I have a dream', el discurso más célebre de Luther King en defensa de una coexistencia armoniosa entre iguales, de “un precioso amanecer que acabe con una larga noche de cautiverio” y de “un día en que los valles sean cumbres”.