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humor al cubo

Cómo Alex O'Dogherty y 80 payasos cruzaron la frontera en la Guerra de los Balcanes

Antonio Contreras

8 de noviembre de 2020 21:03 h

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El actor sevillano Álex O’Dogherty lleva años centrado de una manera u otra en el mundo de la comedia. Aunque inicialmente no entraba en sus planes ser monologuista profesional ha acabado por montar su propio espectáculo. Él mismo explica que seguramente la gente cuando le conoce puede tener la impresión de parecer “un sieso”, porque confiesa que no le gusta “ejercer de gracioso todo el día”. Sin embargo, ha hecho del humor uno de los ejes de su vida.

¿Ibas para actor desde muy joven? ¿no?

Yo cuando tenía quince años decidí que quería ser actor, yo quería ser actor dramático, actor. Eso lo descubrí cuando tenía quince años en un campamento en Chipiona, Cádiz. Era un campamento de muchas actividades diversas, y ahí hice un día un taller de teatro y salí muy emocionado, y le dije a la monitora, que se llamaba Magdalena, que quería ser actor. Y desde entonces.

¿Cómo te formaste? ¿Aprendiste sobre las tablas?

Yo estudié arte dramático en el Centro Andaluz de Teatro, en Sevilla, junto a José Luis García Pérez, Paco León... Bueno, Paco y yo no estábamos en el mismo curso pero estuvimos allí juntos cuatro años. Y muchos otros actores como Julián Villagrán, Manolo Solo o Belén López también han salido de allí. Es que me pongo a pensar y han salido muchos de esa escuela, que afortunadamente hoy en día seguimos viéndonos mucho.

Eres especialmente conocido como actor de comedia. ¿Lo del humor siempre ha formado parte de tu personalidad?

Yo me di cuenta de que hacía reír cuando estaba en clase de solfeo, porque yo empecé a estudiar solfeo y piano cuando era muy pequeñito. Tenía nueve años y en esas clases, que éramos tres o cuatro allí en San Fernando, pues no sé qué decía, pero sé que se reían. Y recuerdo que me gustaba. En casa sí me gustaba mucho hacer reír... Mis primeros shows fueron para mi familia, y fueron de magia, Magia Borrás. Pero luego, como me salían mal, se reían. Y ellos se reían y yo me enfadaba, entonces todavía no me daba cuenta de que era bueno que se rieran.

Y al mundo del monólogo, ¿cómo entras?

Yo cuando empecé a hacer monólogos fue en el año 2000 cuando hice mi primer monólogo para Paramount Comedy. Yo había vivido en Estados Unidos y conocía el stand-up. Luego tardé a lo mejor un año o dos en irme al mundo de los bares y lógicamente los primeros no fueron fáciles. Acostumbrado al teatro y al silencio y a que me escuchen, cuando de repente llegas a esos bares, te subes al escenario y la gente allí bebiendo... Para mí fue bastante traumático porque me parecía todo un horror, la verdad. Recuerdo un bar en Cartagena, de estos que tienen como varias salas. Tú estás actuando para una parte, pero luego en la sala de al lado estaba lleno de gente con música, charlando, con un ruidazo que te cagas... Y yo estaba frente a los siete o diez que habían venido a ver el monólogo por curiosidad, pero que también la mayoría seguían charlando. Había uno en primera fila que sí me estaba prestando atención y me estaba mirando fijamente y cuando cruzaba la mirada con él se pasaba el dedo por el cuello. No se si me estaba diciendo que me fuera, que había acabado, que me iba a rajar el cuello... La verdad es que no lo se, pero fueron 30 minutos muy inquietantes.

¿El humor forma parte de tu personalidad en la vida cotidiana?

La verdad es que yo no ejerzo de gracioso. No soy el que va a todas partes contando chistes. De hecho, lo más normal cuando alguien me conoce de primeras, es que piense que soy un tío bastante sieso, la verdad. Pero no lo soy, del todo. Quiero decirte, que soy una persona seria y callada, retraída y observadora. En las reuniones de cómicos en las que se ponen todos a competir a ver quién es más gracioso, será fácil identificarme porque soy el que está en una esquina callado.

Mucha gente te empezó a conocer a raíz de tu participación en el mítico Camera Café. Con la cantidad de talento cómico que allí se reunía supongo que aquello podía ser todo menos aburrido.

Durante los cuatro años que duró Camera Café pasó de todo. Todos los días pasaba algo. El rodaje de Camera Café era tan relajado y tan divertido que lo que hacíamos en siete horas lo podíamos hacer en cinco, pero nos pasábamos el día entero charlando y contando cosas y luego, cuando acababa eso, nos poníamos a rodar.

Con el elenco que teníais os pasarían mil historias divertidas, ¿no?

Alguna hasta fue noticia. Cuando Ana Ruiz se casó fuimos varios de Camera Café a la boda, a Sevilla. Y yo vivía allí, en Sevilla. Fui en mi moto y en un momento dado teníamos que ir al hotel. Le dije a Arturo Valls que le llevaba y, entonces, vino Luis Varela y preguntó: “¿Dónde vais? ¿Al hotel?” y le dije: “¡Vente!”. Nos montamos los tres y nos paró la policía porque íbamos tres en la moto y solo yo iba con casco. Además, veníamos de una boda y... hasta ahí puedo leer. ¡Salimos en el 10 Minutos!. Se puede decir que cuando el policía nos paró y vio que éramos nosotros tres, me miró con una cara de decir: “Pero tío, ¿Cómo se te ocurre?”. Tengo el recorte en mi casa enmarcado. De hecho tengo pendiente hacerle una fotocopia a Arturo que sé que le hará mucha ilusión tenerlo.

¡Tanto cómico reunido tiene siempre peligro!

A propósito de peligro, en una ocasión en la que mi amigo y actor José Luis García Pérez y yo nos fuimos a colaborar en una expedición con Payasos Sin Fronteras. Fuimos a Sarajevo en autobús. Tres días y tres noches de viaje. Ochenta payasos metidos en un autobús. Justo cuando estábamos llegando empezaron los controles. Era un mes después de que se acabara la Guerra de los Balcanes y tampoco se había terminado del todo. Había toque de queda. En la frontera con Croacia, nos pararon en un control y un alto mando del ejército nos revisó uno por uno el pasaporte. Cuando llegó el turno de José Luis, la foto de su pasaporte era de broma ¡Estaba borrosa! ¡A quién se le ocurre irse a un país en guerra con una foto borrosa! Era muy difícil reconocerlo. El militar cogió el pasaporte, le miraba a la cara y yo al lado, los dos sentados en la silla, pero acojonados es poco. Nos miraba y miraba el pasaporte una y otra vez. En un momento, se dirige a nosotros y dice: “¿Sevilla?” y los dos asustados: “Sevilla, sí. Sevilla, Sevilla, sí”. Y dice: “¿Suker?”. Suker era un jugador del Sevilla. Los dos nos lanzamos: “¡Suker, sí, Suker!”. Los dos más béticos, sobre todo él, bético de carnet. Y los dos diciendo a voces y celebrándolo: “¡Sevilla, Sevilla! ¡Suker, Suker!”. El tío cerró el pasaporte y nos lo devolvió. Es la primera vez que estoy revelando en público que me obligó José Luis, el más bético del mundo, a gritar “¡Sevilla, Sevilla!”. La verdad es que nunca hemos tenido la oportunidad de conocer en persona a Suker para darle las gracias por aquello que pasó.

Parece que el humor ayuda a relacionarse con la gente, ¿no?

Los que hacemos comedia, tenemos la fortuna de alegrar la vida a la gente, porque al fin y al cabo, provocar la risa es eso. Provocar que tu vida sea mejor, en definitiva. Yo lo sé porque a mi me gusta mucho que me hagan reír, lo disfruto mucho, por eso lo agradezco. Por eso la gente me escribe cosas muy bonitas y te da la gracias, porque lo que para ti es algo muy simple que es salir ahí y contar tu historia y divertirte, pues a lo mejor a una persona le ha ayudado a salir de un bache emocional o de salud y bueno, es muy bonito recibir ese agradecimiento y darte cuenta de que la comedia es poderosa, por eso le tienen tanto miedo los políticos y la gente de arriba, porque con la comedia se pueden conseguir muchas cosas.

Como final, ¿serías capaz de definir qué es el humor?

El humor es una manera de afrontar la vida. Sé que bromearé en el entierro de algún amigo o de algún familiar. Es más, me gustaría que mi entierro fuera una celebración y que la gente se divirtiera. Y que hubiera música. El humor es lo que nos salvará a todos. El humor es imprescindible, es necesario. Y por eso me da tanta rabia que esté a veces perseguido, que esté castigado y que haya compañeros y amigos que estén perdiendo el trabajo por un chiste o que algunos incluso vayan a la cárcel pero ello. Por eso he hecho mi espectáculo Imbécil, en definitiva. Ya tengo asimilado que no le puedo gustar a todo el mundo, aunque sea duro de aceptar. También tú, como espectador, tienes que asimilar que no te puede gustar todo el mundo.