Ni estamos delante de una batalla, ni es de noche ni el caos que sugiere la escena es tal. “Ahora bien”, sorprende la historiadora del arte Sara Rubayo, “todo aquello que nos sugiere La ronda de noche (pintada entre 1640 y 1642 y expuesta en el Rijksmuseum) se puede explicar”. Pero, ¿cuál es el crédito de un hombre, Rembrandt Harmenszoon van Rijn, que titula una obra suya con la palabra ‘noche’ cuando sabemos que la escena ocurre de día? “Alto”, responde Rubayo. “El gran barroco Rembrandt no tituló así la obra”. Él le puso La compañía militar del capitán Frans Banninck Cocq y el teniente Willem van Ruytenburgh, lo que ocurre es que, con el paso de los años, el barniz se oscureció tanto que lo que era una estampa diurna se convirtió en una noche aceptada por todos. Quien decidió rebautizar el cuadro, por otro lado, lo hizo con buen criterio a ojos de Rubayo. Un publicista de nuestro tiempo lo tendría claro: es más sexy La ronda de noche, que el kilométrico nombre que le dio el bueno de Rembrandt. El que se lo puso, eso sí, contó con la ayuda del barniz.
“Y luego hay que tener en cuenta”, avisa la historiadora, “que, por mucho que nos parezca que estamos presenciando una escena de guerra, nada de eso”. Prácticamente al contrario. Lo que pintó Rembrandt es lo más parecido a una fotografía de empresa de la época. En otras palabras, todas las personas que aparecen en el ‘megarretrato’ se tuvieron que rascar bien el bolsillo para poder figurar. “No fue para nada barato”, apostilla Rubayo. Así las cosas, unas cuantas personas importantes encargaron a Rembrandt un retrato, pero el pintor, nacido en 1606 y fallecido en 1669 en los actuales Países Bajos, huyó de lo que podría haber sido un aburrido cuadro servilista y tradicional para hacer de él una de las obras maestras del barroco y de toda la historia del arte. “La pintura fue un encargo de una empresa de la Guardia Municipal de Ámsterdam”, concreta Rubayo.
Además, cuanto más pagaba un miembro de dicha compañía, más importancia tomaba en el lienzo. “Por eso, algunos de ellos se molestaron cuando comprobaron que, a pesar de haber desembolsado una buena cantidad de dinero, su rostro apenas tenía protagonismo”, añade. Es el caso, por ejemplo, de uno de los hombres que aparecen en el margen derecho de la pieza. “Solo se le ve una parte de la cara”, ríe Rubayo, “el resto se lo tapa el brazo de un compañero”. En cambio, los dos personajes que más destacan en la composición son los dos que dan nombre al cuadro en su título original: Frans Banninck Cocq y Willem van Ruytenburgh. El primero es el capitán; el segundo, el teniente. A los dos los ha vestido Rembrandt con unas galas muy poco apropiadas para una batalla. “Y eso es porque no estaban, en realidad, en guerra”, apunta la historiadora del arte: “Con esos ropajes pretendían demostrar, como sucede tantas otras veces en la historia del arte, opulencia y poder”. Y no anduvieron desencaminados. Lo que, en un principio, iba a ser una especie de foto de empresa, algo casi íntimo, ha terminado por constituir parte del imaginario colectivo y del conjunto de las imágenes que todo el mundo entiende como pintura barroca.
“Hay que tener en cuenta que en este cuadro se resumen todas las características típicas del barroco”, explica Rubayo. “Por un lado”, continúa, “vemos que el dibujo está apenas esbozado, por lo que prevalece la importancia del color y de la luz, en detrimento de la nitidez de los contornos de las figuras”. Por otra, Rembrandt utilizó el tenebrismo y el efecto del claroscuro para crear grandes contrastes entre la penumbra y la luz, que proviene de la izquierda.
Las figuras ‘extra’ que Rembrandt se sacó del bolsillo
La estampa contiene dieciocho retratos pagados, pero Rembrandt no iba a conformarse con ello. Tenía que darle a la pieza algo que la hiciera perdurar. Si, por un lado, el caos bien ordenado y perfectamente compuesto que genera la composición ha maravillado a los expertos; por otro, la inclusión en la escena de personajes fantasmagóricos tampoco es casual. “Es llamativa la presencia de una niña en el cuadro”, expone Rubayo: “Es el símbolo femenino y sirve de foco de luz”. La encontramos situada en penumbra y las sombras no logran alcanzarla. Es más, no parece tener nada en cuenta la escena representada. “Con cabello rubio y vestida elegantemente de dorado”, amplía la historiadora del arte, “porta un gran pollo blanco que cuelga boca abajo de su cintura”. Las garras de dicha ave son una referencia directa a los Kloveniers, la Guardia Oficial de Ámsterdam que retrata Rembrandt: “Cada gremio tenía su propio emblema y para los Kloveniers era una garra dorada en un campo azul”. La niña, entonces, no es una persona real, sino que actúa como una personificación de la empresa, aunque una perspectiva alternativa, aceptada por algunos críticos, es que se trata un retrato de la propia Saskia, la mujer de Rembrandt.
“En cuanto al perro”, completa Rubayo, “le sirve al pintor para animar la escena”. Y, como a sabiendas de que su obra iba a terminar siendo universal, Rembrandt no perdió la oportunidad de retratarse, aunque de forma muy discreta. Encontramos un trocito de su cabeza justo detrás del hombre con sombrero que porta la bandera.