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Carlos Saura: “La corrupción es un mal endémico de España, pero no de ahora sino de siempre”

María Granizo

19 de marzo de 2021 21:52 h

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Persevera en sus propios errores y la curiosidad le araña a cada instante. Eso le ha llevado a convertirse en uno de los cineastas más importantes del mundo. También en escritor y en fotógrafo imprescindible de nuestra historia.

Vivir la guerra civil española entre los cuatro y los siete años le convenció de que la infancia no es sinónimo de paraíso. Su medio centenar de películas lo han dicho una y otra vez. Como el crío que fue, jugó y vivió cada día como una aventura. Pero también sintió de cerca el terror que siembran las bombas y la desesperación que lleva a un padre a quemar los muebles y las contraventanas de su propia casa para hacer frente al frío y calentar a sus hijos. Él vio al suyo hacerlo.

Nunca ha subestimado el poder del amor. Ni la cochambrosa miseria de la posguerra pudo privarle de enamorarse cuando apenas levantaba dos palmos del suelo. Eso le llevó a colgarse al cuello una cámara de fotos, hacer una instantánea a la niña de sus ojos y a enviársela por correo con un corazón atravesado por una flecha. Nunca obtuvo respuesta, pero no se rindió. Se emparejó cuatro veces, tuvo siete hijos, una legión de nietos y Charles Chaplin fue su suegro. Desde aquella primera vez que miró por un objetivo, no sale a la calle sin retratar nuestra memoria: “Mi ideal sería poder tener una fotografía de cada instante de mi vida”. Indagando en el tiempo, afirma que el nuestro es un país muy belicoso y, por eso, “no hay que olvidar nunca la guerra”, pero tampoco le interesa “hablar mucho del pasado, hay que estar por encima de eso”.

Convencido de que en la vida “todo se debe a la necesidad y al azar”, comenzó a hacer películas porque “quería contar historias”. Narrándolas se convirtió en exponente del cine de autor. Ferviente admirador de Buñuel y de su simbología, le dedicó una de sus cintas. La primera, Los golfos, ya rompió los moldes del cine español que se había hecho hasta entonces: no se rodó en ningún estudio sino que, improvisando mucho, se hizo en la calle. Ese retrato de la realidad de España de los años 50 no escapó a las tijeras del franquismo: “Es imposible llegar a ser alguien aquí”. Es una de las frases de su guion, que él suscribió y que la censura mutiló cortando el negativo de la película.

Pese a que los reconocimientos comenzaron a llegarle pronto, no ha sido profeta en su tierra: “Yo he podido hacer cine porque tuve éxito en el extranjero. Si no hubiera sido así no hubiera hecho más que una película. Cuando acabé la primera, creía que nunca más haría otra. Por suerte, pude acudir a festivales internacionales, a Cannes, a Venecia, a Berlín, a EEUU, porque en España me habían hecho la vida imposible. La censura era terrible. Ya en mi primera película me quitaron 15 minutos mientras la proyectaban. Muchas personas dicen que las épocas de censura son las que agudizan más el ingenio, yo no estoy de acuerdo. Fue tremenda la total falta de libertades que vivimos durante el franquismo”.

Con el hambre de aprendizaje insaciable de los genios ni siquiera ahora, que ha cumplido 89 años, se toma muchos respiros en su taller: un edén atiborrado de cultura cuyas paredes y colección de cámaras hablan de él, de su familia, de su cine y de todos nosotros. Semiconfinado continúa dibujando, tratando fotografías, dirigiendo una obra de teatro, una ópera, preparando un espectáculo sobre Lorca y planea escribir su relato de vida: “Dicen que con la edad, uno pierde la memoria inmediata y recupera la pasada. Y es cierto. Yo trato de resistirme a eso. Pienso que el pasado está bien, pero hay que trabajar en el presente y proyectarse hacia el futuro. Esa es mi idea vital”.

El trauma de la guerra

Su primer apellido, Saura, en árabe significa lo que sus siete décadas de trabajo han supuesto para la cultura: revolución. Su biografía de leyenda arranca en Huesca, el cuatro de enero 1932. De Fermina, su madre, una pianista que no quiso que ninguno de sus cuatro hijos estuviese sometido a la tiranía de las horas que pasó frente al piano, heredó su buen oído: “La música me sigue acompañando en la vida, pero soy incapaz de tocar instrumentos por más que me propuse estudiar. También me hubiera gustado cantar bien o ser bailaor flamenco. Antonio Gades es el mejor que ha habido en mucho tiempo, con él hice tres películas. Ahora escucho mucha música clásica, como Los Lieder de Schubert y también ópera, como las canciones tan maravillosas cantadas por Victoria de los Ángeles”.

Romanzas de zarzuela, Imperio Argentina, Celia Gámez, Concha Piquer, Miguel Molina, Pedro Vargas y Carlos Gardel, sonaban en la radio y se cantaban en los patios de vecinos el día que los generales Emilio Mola y Francisco Franco iniciaron una sublevación para derrocar la Segunda República. Carlos Saura cumplía entonces cuatro años y medio. Aquel mes de julio de 1936 comenzó la Guerra Civil y la transformación de su mundo: “Unas huellas de las que, pese al tiempo, no puedes liberarte”. El trabajo de su padre, secretario del ministro de Hacienda del gobierno republicano, obligó a la familia a vivir en los tres centros neurálgicos de la contienda: Madrid, Valencia y Barcelona. La filmografía del cineasta está plagada de vivencias personales de aquellos años: “No se puede trabajar sobre el vacío”. El bombardeo que se recrea en Mi prima Angélica es la trasposición de un hecho personal que vivió y que recuerda tan traumático como nítido: “Fue el primer día que iba al colegio en Barcelona. Era una escuela en la que había un enorme ventanal. Comenzaron a oírse los aviones, y cada vez más cerca. Hasta ese día la ciudad no había sufrido bombardeos, pero yo intuía qué iba a suceder. Sin embargo, el resto de los niños de seis o siete años no tenían esa sensación de peligro. Recuerdo que enseguida comenzaron a caer bombas muy cerca y saltaron las ventanas”. Lo siguiente fue una imagen que después incluiría en su metraje: “Abrí los ojos y vi a una niña que estaba a mi lado con toda la cara ensangrentada y con cristales”. No era la primera vez que era testigo directo de la destrucción: “En otra ocasión, bombardearon por completo la casa de los vecinos y en un instante se transformó en un montón de escombros. Lo mismo sucedió con una parte de la nuestra. Tenías la sensación de que en cualquier momento podías perder a alguno de tus seres queridos”.

El costumbrismo bélico y su canto personal a la libertad también lo retrató en otra de sus cintas: ¡Ay, Carmela! Lo hizo tomando el nombre de una de las canciones del folclore español más representativas de los tablaos milicianos y de los recuerdos del bando republicano: El paso del Ebro. La película se convirtió no solo en la más reconocida en los Premios Goya de 1990 con 13 estatuillas, sino también en una de las más galardonadas en toda la historia de sus ediciones.

La obsesión por capturar lo efímero

En un país “cainita, como lo definió Unamuno, en el que nunca nos ponemos de acuerdo”, volar era el sueño de un crío curioso y ávido lector, que ahora relee El llanto por Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca. Desde muy niño ya quiso despertarse con alas: “De pequeño yo quería ser aviador, me gustaban mucho los aviones”. Buen estudiante, y tan destacado en matemáticas que después estudiaría Ingeniería industrial, su talón de Aquiles siempre fue la religión: “En esa materia era un desastre. Con nueve o diez años leí un libro sobre Darwin y me pareció tan genial que me hice darwinista. El profesor me preguntaba: ¿Usted piensa que el hombre viene del mono? Y yo contestaba: Y de mucho más atrás. Y él añadía: '¡Siéntese!' Y me ponía un cero. Hoy esto parece mentira, pero era así”.

Además de los libros, a esa edad comenzó también a acariciar la cámara de fotos de su padre. Un día la cogió prestada sin permiso para vencer su timidez. Un visor y una lente le acercaron a un primer amor tan sentido como platónico: “En El Retiro, escondido, hice unas fotos a una niña por la que suspiraba. Todavía la recuerdo, era muy guapa. Le escribí una carta declarándome y metí en el sobre una de las fotografías que le había hecho con un corazón. Nunca me respondió”. Sin saberlo, en aquel momento comenzó su más longeva historia de amor: la pasión por la fotografía. Desde entonces, de su gran arsenal de cámaras siempre hay, al menos una, que le acompaña allá donde vaya: “Tengo bastantes, pero hay una muy especial, de mis favoritas. Tiene mucha historia: es una Ernemann vinculada a un importante fotógrafo judío que murió en un campo de concentración junto a su mujer e hijos. Fue revolucionaria en su época, los años 20, porque es muy luminosa y su objetivo permitió empezar a hacer fotos sin flash”. Siendo aún adolescente, con una de 16 mm, el segundo hijo varón de los Saura comenzó, a partir de 1950, a realizar sus primeros reportajes: un documento histórico de su vida y su familia, pero también de un país en blanco y negro. De una España de temor, de censura y de miseria: “A veces les recuerdo a mis hijos que no deben quejarse tanto porque vienen de aquella España, de un país que a mediados del siglo pasado estaba todavía anclado en una época medieval. Y no ha pasado tanto tiempo”.                     

El fotógrafo cineasta

El cine llegó a través de la fotografía: “Primero pensé ser documentalista y luego, del documental pasé al cine de ficción porque quería contar historias”. Entonces cambió la carrera de ingeniería por la escuela de cine y se especializó en dirección. Gran admirador del cine de Bergman y de Buñuel, Mr. Arkadin es uno de los largos de Orson Welles que le hubiera gustado dirigir. Sin embargo, ajeno a los años, con el espíritu de sorpresa y de hazaña casi intacto, reconoce que el género de la ciencia ficción, de la imaginación sin cortapisas plasmada en fotogramas, es su favorito: “Me encanta, por ejemplo, 2012, la he visto tres o cuatro veces y la disfruto tanto como la primera vez, sobre todo, la parte de catástrofes del principio. Es una maravilla como está hecho, me fascina”. Las que no suele volver a ver son sus propias películas: “No se puede vivir pensando siempre en el pasado. Hay que vivir el presente y el futuro, en el trabajo sobre todo. El pasado está ahí, pero no puede ser obsesivo. Hay que estar por encima. A mí no me interesa nada volver a ver mis trabajos. Ya están hechos. Es lo que te permite salir de un ámbito de 'autorrecreación' que puede perturbar el crecimiento”. 

Pese a poner la vista siempre en el horizonte, reconoce que dirigir La caza fue una de sus mejores experiencias cinematográficas. La rodó por orden rigurosa de guion y le permitió “disfrutar esa capacidad maravillosa que tiene el cine de ser también una aventura, de no saber cómo va a terminar”. Tras su primera proyección con periodistas tuvo que oír que su “película era una mierda”. En la Edición General de Cine llegó a escuchar lo mismo. Sin embargo fue al Festival de Berlín y allí logró el galardón a la Mejor Dirección y en EE. UU. fue un éxito rotundo: “España es un país precioso, creo que no nos lo merecemos. Pero es también un país muy duro, tremendamente duro, muy envidioso y atormentado. Y lo peor es que la corrupción es una cosa endémica desde hace siglos. Siempre ha habido corruptela en este país. No es de ahora”.

Evitando las sombras y tratando de ser el piloto de su propia vida, tiene claro cuál es su sitio: “Estoy donde debo estar, no me quejo. Creo que soy un privilegiado porque vivo bien, he hecho lo que quería hacer y sigo en ello, en lo que me gusta. Mientras tenga la cabeza despierta y tenga proyectos voy a estar trabajando”.

En su taller que siente como el útero materno donde se gesta cultura, su sustento, Carlos Saura Atarés, el niño al que la guerra impidió crecer en un país de cine y que hizo de la realidad una película, despide su Playlist. Se queda dibujando y rezuma entusiasmo: “Nunca se termina de aprender, cada día es diferente y es un milagro”. En la casa del genio la vida siempre empieza mañana.

La playlist de Carlos Saura:

Un libro: Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (Federico García Lorca)

Un disco: Los Lieder (Schubert)

Una película2012 (Roland Emmerich)

Una cinta que le hubiera gustado dirigir: Mr. Arkadin (Orson Welles)

¿Qué quería ser de mayor?: Aviador

¿Cuál es su sitio?: Estoy donde quiero estar

Lo mejor y lo peor de nuestro país es…

Lo mejor: España es un país precioso

Lo peor: Los continuos conflictos que tenemos y la corrupción endémica

Una cita: “El pasado está bien, pero hay que trabajar en el presente y proyectarse hacia el futuro”