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Esta medusa no es lo que creíamos

Todos conocemos y odiamos a las medusas: esa especie de fantasmales sacos de gelatina que se mueven perezosas entre dos aguas casi invisibles; solemos darnos cuenta de su presencia cuando sentimos el súbito latigazo de dolor que provocan sus tentáculos, a veces de varios metros, cubiertos de irritantes nematocistos.

En los últimos años el aumento de la temperatura global y ciertos cambios en los océanos, como alas ‘zonas muertas’, han ayudado a su proliferación hasta tal punto que invaden los mares.

Y a pesar de que las conocemos y tememos de vez en cuando nos sorprenden, como acaba de ocurrir con la ortiga de mar (Chrysaora quinquecirrha), una especie muy extendida de unos 25 cm de diámetro con líneas radiales marrones que ha resultado que no es una, sino dos especies diferentes que hasta ahora confundíamos en una.

Biólogos marinos estudiaron las poblaciones de esta medusa en varias profundas bahías de los EE UU donde son comunes y gracias al análisis de ADN descubrieron que hay dos distintas y que no se cruzan entre sí: una un poco más pequeña, con menos tentáculos (unos 25) y que vive en el interior de las bahías y la más extendida y conocida, algo mayor y con hasta 40 tentáculos.

La nueva especie ha sido bautizada como Chrysaora cheasepeakai y demuestra que aún no lo sabemos todo sobre la naturaleza: conceptos tan básicos como cuántas y cuáles especies existen todavía esconden secretos para nosotros.

Secretos que la potencia de los nuevos métodos de análisis, como la secuenciación de ADN en este caso, nos permiten ir resolviendo para avanzar en el conocimiento del mundo animal.

Todos conocemos y odiamos a las medusas: esa especie de fantasmales sacos de gelatina que se mueven perezosas entre dos aguas casi invisibles; solemos darnos cuenta de su presencia cuando sentimos el súbito latigazo de dolor que provocan sus tentáculos, a veces de varios metros, cubiertos de irritantes nematocistos.

En los últimos años el aumento de la temperatura global y ciertos cambios en los océanos, como alas ‘zonas muertas’, han ayudado a su proliferación hasta tal punto que invaden los mares.