Esta semana quiero recomendar un libro: David y Goliat. Lleva como subtítulo Desvalidos, inadaptados y el arte de luchar contra gigantes. Su autor es Malcolm Gladwell, un periodista especializado en la relación entre psicología y sociedad; y más, concretamente, entre las formas alternativas de pensar y su relación con el éxito (entendido de una forma muy amplia).
El resumen del libro podría ser: si sabes utilizar tu desventaja y la conviertes en una ventaja, tienes la victoria en tus manos.
Comienza hablando del mito de David contra Goliat, aquel combate bíblico entre un gigante y un campesino armado con una honda. Durante siglos, ha sido utilizado como ejemplo de lucha desigual en la que vence el débil... El problema, dice Gladwell, es que es falso. El gigante tenía visión defectuosa, problemas de movilidad y llevaba kilos de metal en su cuerpo a modo de protección. El campesino era un as en lo suyo, el lanzamiento con honda. David sabía que sólo tenía que lanzar la piedra como mejor sabía, sin pelear cuerpo a cuerpo, tal y como quería Goliat.
Sucede algo similar en las guerras y los conflictos armados. Si el débil sigue las reglas del fuerte, pierde. Si se pone “imaginativo”, sus posibilidades aumentan. El ejemplo más claro es la guerra de guerrillas.
A lo largo del libro, cuenta historias de batallas desiguales, de transformación de desventajas en ventajas, de equívocos al valorar una situación.. Unas son más interesantes que otras, pero hay que reconocer que Gladwell sabe escribir un ensayo de forma que parece que leas una novela. Sólo por ese placer, merecería la pena. Pero si lo recomiendo en este blog es porque dedica un capítulo a la discapacidad.
Nos presenta a David Boies, un afectado de dislexia convertido en un abogado de éxito. No podía leer bien, le costaba mucho esfuerzo. Sacó la carrera escuchando a los profesores y memorizando sus palabras. En lugar de leer manuales de mil páginas, se servía de guías y resúmenes donde encontraba lo esencial. A la hora de defender al cliente, no daba una avalancha de datos ni utilizaba palabras complicadas. Argumentaba de forma sencilla y directa, y ganaba con frecuencia.
Dice Gladwell: “El saber común sostiene que una desventaja es algo que debe evitarse, que se trata de un contratiempo o una dificultad que te coloca en una situación peor de la que tendrías en otro caso. Pero esto no siempre sucede así”.
Habla de las “dificultades deseables” y pone como ejemplo un clásico test de inteligencia: si un bate y una pelota de béisbol cuestan 1,10 euros y el bate cuesta un dólar más que la pelota, ¿cuánto cuesta la pelota?
Si se complica un poco el test (poniendo una letra más difícil de leer, por ejemplo), los resultados mejoran. Cuesta un poco más de esfuerzo, hay que prestar atención, no se responde de forma inmediata... y sale mejor.
Gladwell cita a exitosos hombres de negocios que de jóvenes fueron disléxicos o diagnosticados de trastornos de aprendizaje. Y ofrece una doble posibilidad:
“Una es que este grupo de gente sobresaliente ha triunfado a pesar de su discapacidad: son tan inteligentes y creativos que nada ha podido frenarlos. La segunda, más intrigante, es que han triunfado, en cierta medida, precisamente por su enfermedad; en tal caso, remar contra el viento les ha enseñado algo que ha terminado constituyendo una ventaja fundamental”.
Tras la lectura del capítulo, pensé si yo había transformado mi discapacidad en una ventaja... y llegué a la conclusión de que sí (aunque eso no me convierta en alguien de éxito…).
Durante mis años de instituto, tomaba apuntes en clase a gran velocidad; cada tarde los pasaba a ordenador; mi letra era tan mala que, si pasaban un par de días, corría el riesgo de olvidar la lección y no saber qué estaba escrito en el papel… Al final de segundo de bachillerato, poco antes de Selectividad, dejé de tomar apuntes. Quizá por cansancio, quizá por hastío. Recuerdo estar en clase de Historia del Arte y escuchar a la profesora con atención. Nada más. Ella se dio cuenta y un día dijo: “Esto es importante, saldrá en el examen”; todos mis compañeros se afanaron sobre sus cuadernos, ella me miró y me preguntó si no iba a apuntarlo. Le respondí que no era necesario.
La tarde previa al examen no tenía apuntes para estudiar. Sólo repasé las imágenes de edificios y esculturas del libro de texto (el 90% del libro eran fotografías y pies de foto). No me fue mal...
Algo similar me ocurrió mientras cursaba un máster de Periodismo en Zaragoza. El profesor nos trajo a un escritor de esta ciudad para que redactáramos un perfil partiendo de las preguntas que entre todos le hicimos. Yo no tomé ninguna nota de sus respuestas. El profesor se extrañó y me dijo que podía repetir las preguntas aparte o hacer otra práctica. De nuevo respondí que no era necesario, y me quedó un perfil bastante decente (para ser un estudiante).
Ahora en mi trabajo como redactor de Aragón TV actúo de forma parecida. Nunca apunto nada en un papel, utilizo la memoria a corto plazo, que no es prodigiosa pero sirve a mis propósitos. Si no hubiera tenido dificultades para escribir, ¿la tendría igual? Es posible que no. Pero…
Me recuerda a aquello que se decía de que gracias a ETA los partidos se unieron y lograron que España avanzara en el plano económico; que un enemigo común hizo que pusieran empeño en ciertos acuerdos. El primer problema de este mito es que es falso. Pero, aun si fuera cierto, cabe preguntarse: ¿dónde estaría España de no haber tenido que ocupar tiempo y energía en ETA? Algo parecido puede decirse de los retrones con éxito…
Incluso aceptando que ciertas discapacidades han permitido a ciertas personas transformar una desventaja en un punto fuerte… No merece la pena…
Se puede criticar a Gladwell que no escriba un libro riguroso, científico (se acerca a la “ciencia pop”). Es verdad que sus ejemplos no son la norma sino la excepción. Es más un storyteller, un contador de historias… Pero las cuenta muy bien.
En cualquier caso, si quieres regalar un libro ameno, interesante y bien escrito, David y Goliat puede ser una buena elección.