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El bailarín de tango que tuvo un accidente

Ahora que el autor no nos oye, tengo que decir que soy incondicional de la sección “Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto” del blog de @guerraeterna. Supone un sanísimo relax, un paréntesis de los temas más serios de la semana y es una fuente periódica de contenidos interesantes, inteligentes y curiosos.

Allí, y quizás inspirado por el último —y controvertido— artículo de mi socio sobre el corto “Cuerdas”, nuestro compañero nos recomendó este sábado otro corto de retrones. Sólo dura cinco minutos y es de una factura estética impresionante, así que os animo a que lo veáis si tenéis un ratito.

La historia es sencilla. Un famoso bailarín de tango sufre un accidente y se queda en una silla de ruedas. Se deprime y se pasa todo el día recordando su exitoso pasado que no volverá. Su bella mujer y pareja de baile, cansada de la situación pero resolutiva, lo levanta de la silla y lo guía en un baile que se vuelve real y hermoso en la imaginación del bailarín. Finalmente, escuchamos de boca de él: “No pares, quiero quedarme en tus brazos.”

Lo primero que me llamó la atención del corto es que, como casi siempre que aparece un personaje argentino en una obra audiovisual de ficción, ni la persona que le pone la voz a ella ni el que susurra la frase final del bailarín parecen haber nacido o vivido en el susodicho país latinoamericano. Lo sé, sólo los argentinos notamos la diferencia entre un andaluz imitando (mal) a un argentino y un argentino de verdad. Pero, coño, te gastas unas perras en un corto precioso que gana un montón de premios, mimas muchísimos detalles, la animación es casi de Pixar y ¿tanto te costaba buscar a una señora argentina y a un señor compatriota de la misma para que dijeran dos frases? ¡Pero si estamos en todas partes! Sólo en los puestos de artesanía de las ramblas de Barcelona ya tienes como 100.

Bueno, que me disperso. Lo importante es el punto retrón, claro.

Por un lado, yo mismo dije en este blog hace ya más de un año que me parecía que el énfasis en las actividades físicas, en el deporte, en la aventura de exteriores, que muchas veces se pone en las espaldas de los retrones físicos como un método de rehabilitación o incluso de realización personal me parece un poco peligroso. Del mismo modo que no me parece un consejo muy sensato decirle a un ciego que dedique su tiempo y esfuerzo a la pintura expresionista, o a una persona con síndrome de Down que se lance a por las ecuaciones diferenciales en derivadas parciales (en algún caso muy especial puede funcionar, pero es una apuesta arriesgadísima), para los retrones físicos me tomé el atrevimiento de aconsejar entonces:

Si tienes una discapacidad física, es mejor que sueñes con el premio Nobel que con la medalla de oro. Que pases tu tiempo entre libros que pasarlo en el gimnasio. Te va a llevar más lejos admirar a Stephen Hawking que a Oscar Pistorius. O a Tyrion Lannister que a Forrest Gump.

Creo que siempre es buen consejo el que anima a apoyarse en las fortalezas que uno sí tiene, antes que obsesionarse por las limitaciones e intentar reducirlas o mitigarlas. Especialmente si uno ya lo tiene difícil en la vida de partida. Por eso, incentivar que los niños en silla de ruedas se ilusionen con la posibilidad de ser bomberos, astronautas, saltadores de pértiga... o bailarines de tango, no me parece una buena idea. Científico, abogado, escritor, profesor, mucho mejor.

El matiz que aporta este corto y que creo que es muy importante, es que no es igual el caso de una discapacidad innata que una sobrevenida. Si vas en una silla de ruedas desde que tienes memoria, no es fácil dejar de soñar con correr por la playa, saltar en una cama elástica, tirarte por un tobogán... o bailar tango. Pero se puede conseguir y creo que se consigue en muchos casos. Imagino que si llevas toda tu vida haciendo esas cosas —o incluso más: si una de ellas es tu pasión, tu profesión y tu motivo de orgullo—, el asunto es bien distinto.

Pienso en que, de repente, un accidente me impidiese seguir dedicándome a la ciencia y el consejo de apoyarme en las fortalezas (que me queden) ya no me parece tan fácil de seguir. Imagino que, de la noche a la mañana, pierdo el movimiento de mis manos, o mi capacidad de análisis, o la vista, o el oído, o la voz, y ya no me cuesta nada empatizar con el bailarín de tango.

Ahora que el autor no nos oye, tengo que decir que soy incondicional de la sección “Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto” del blog de @guerraeterna. Supone un sanísimo relax, un paréntesis de los temas más serios de la semana y es una fuente periódica de contenidos interesantes, inteligentes y curiosos.

Allí, y quizás inspirado por el último —y controvertido— artículo de mi socio sobre el corto “Cuerdas”, nuestro compañero nos recomendó este sábado otro corto de retrones. Sólo dura cinco minutos y es de una factura estética impresionante, así que os animo a que lo veáis si tenéis un ratito.