Opinión y blogs

Sobre este blog

Ensalzamos la diferencia, pero no la toleramos

17 de marzo de 2023 06:05 h

0

Kira, Hugo, Alejandro, Ilan, Laura, Pol, Alana y Leila. Cada nombre, una tragedia personal. Una pérdida irreparable para cada familia. Afirmamos sentirlas como propias y, seguramente, nuestra humanidad así nos lo hace creer. Pero solo quienes pierden a su hijo sienten la mutilación vital en alma propia. Los demás sólo lo contemplamos con horror. 

Ser diferente, tener una discapacidad y, aún peor, si esta no es claramente visible, convierte a esos niños en “los raritos”, a los que es fácil señalar y sobre los que la mofa se vierte sin piedad. ¿Pero qué les estamos enseñando a los niños en casa? ¿Cuándo las direcciones de los colegios van a mirar cara a cara, sin esquivarlo, el problema que hay dentro de las aulas?

Según datos de la Fundación Anar, en la última década los intentos de suicidio de menores se han multiplicado por 26. Que niños piensen en la muerte como en una liberación revela lo podrido que perciben el mundo. Evidencia la hostilidad que viven entre los que deberían ser semejantes. Decir que fallamos todos no es una frase manida. Fallan los que deben velar por su bienestar a cualquier nivel y en cualquier circunstancia vital.

Escribirlo no es cómodo. Fallamos educando, fallan los servicios sociales incapaces de detectar el riesgo. Falla la escuela que demasiadas veces mira para otro lado, aduciendo que son cosas de niños. Avergüenza que las escuelas hayan dejado de ser entornos seguros. Siendo obligatoria la escolarización, dejando en manos de los centros educativos a lo más preciado de nuestras vidas, más allá de la instrucción académica, no sería mucho pedir, exigir, que las escuelas sean entornos seguros, donde los más vulnerables se sientan y estén protegidos. No hay cosa más seria que “las cosas de niños” y esperar que ellos solos resuelvan los conflictos es como fiarlo todo al hada de los buenos propósitos. 

Guiar y acompañar, reconducir y proteger. Cuando los niños, por añadidura, son diferentes, porque vienen con la mochila del autismo, el TDA, el síndrome de Down, o cualquier otra discapacidad, los riesgos de sufrir violencia en la escuela se disparan. Y las familias, los padres y madres que tampoco ayudamos orientando y educando a nuestros hijos. Hemos perdido de vista algo tan universal como el respeto al prójimo como a uno mismo, que en román paladino es aquello de trata al otro como quieres que te traten a ti. Eso lo entienden hasta los niños. Comprender al otro en su diferencia y ser compasivos. Valores universales que están en las antípodas de la violencia y el maltrato. Ensalzamos la diferencia, pero no la toleramos.

Kira, Hugo, Alejandro, Ilan, Laura, Pol, Alana y Leila. Cada nombre, una tragedia personal. Una pérdida irreparable para cada familia. Afirmamos sentirlas como propias y, seguramente, nuestra humanidad así nos lo hace creer. Pero solo quienes pierden a su hijo sienten la mutilación vital en alma propia. Los demás sólo lo contemplamos con horror. 

Ser diferente, tener una discapacidad y, aún peor, si esta no es claramente visible, convierte a esos niños en “los raritos”, a los que es fácil señalar y sobre los que la mofa se vierte sin piedad. ¿Pero qué les estamos enseñando a los niños en casa? ¿Cuándo las direcciones de los colegios van a mirar cara a cara, sin esquivarlo, el problema que hay dentro de las aulas?