Opinión y blogs

Sobre este blog

Con la inclusión no se juega

La educación inclusiva para un alumno con discapacidad intelectual suena a maravillosa normalidad, pero hablar de discapacidad intelectual en una sola línea es darle la espalda a la realidad. No existe una única discapacidad intelectual. Existen personas que tienen discapacidad intelectual y cada persona posee sus propias características y necesidades de aprendizaje.

Incluir no es meter alumnos variados en un aula, como si fueran un surtido de bombones. ¡Cuánto mola la inclusión! Y qué bien suena al oído de los profanos… ¿Quién puede estar en contra de que todos los alumnos aprendan conviviendo en la diversidad? Al profano se le escapa la gravedad de algunas discapacidades intelectuales, de la atención específica que requiere y la falta de recursos que la escuela ordinaria presenta para atender a la discapacidad en general, que, por cierto, se nutre de la incansable labor de las familias, y de un encomiable trabajo de maestros pt, que siempre son insuficientes en cualquier centro.

Hoy en día los alumnos con discapacidad intelectual casi siempre reciben menos horas de apoyo de las que necesitan. Muchas veces, las familias ponen en una balanza la parte académica y en otra la integración social y esta termina pesando más. El déficit de la escuela se suple con el apoyo de las asociaciones privadas.

Eso no es incluir, sino jugar a que incluimos, dejando a un lado las verdaderas necesidades de aprendizaje de estos alumnos. Y con la inclusión no se debería jugar. Quienes propugnan la lenta e inexorable desaparición de los colegios especializados no solo demuestran ignorancia en materia de discapacidad intelectual, sino un desprecio a miles de familias que reivindican el derecho de sus hijos a recibir la educación especializada que requieren.

Si a duras penas la escuela ordinaria puede manejar casos de bulling hacia niños, pongamos, gorditos, qué mínimas garantías existen para confiar en que la escuela ordinaria podrá asumir la tarea de atender a alumnos con discapacidad intelectual grave. No hablamos de un chico con síndrome de Down. Pienso en alumnos que no pueden mantenerse erguidos, que no hablan, que presentan espasmos, que se les cae la baba o que escupen. Realidades que conocen muy bien quienes las tienen en su vida y que, por ello, alzan la voz ante la posible desaparición de la escuela específica, imprescindible para el desarrollo de cientos de alumnos que de ser incluidos en la escuela ordinaria quedarían automáticamente excluidos de una atención escolar adecuada a sus necesidades.

Para incluir a estos alumnos en el sistema educativo, hay que escuchar a las familias que piden inclusión desde lo específico. Igualdad no es tratar a todos de la misma manera, sino a cada uno como necesita.

La educación inclusiva para un alumno con discapacidad intelectual suena a maravillosa normalidad, pero hablar de discapacidad intelectual en una sola línea es darle la espalda a la realidad. No existe una única discapacidad intelectual. Existen personas que tienen discapacidad intelectual y cada persona posee sus propias características y necesidades de aprendizaje.

Incluir no es meter alumnos variados en un aula, como si fueran un surtido de bombones. ¡Cuánto mola la inclusión! Y qué bien suena al oído de los profanos… ¿Quién puede estar en contra de que todos los alumnos aprendan conviviendo en la diversidad? Al profano se le escapa la gravedad de algunas discapacidades intelectuales, de la atención específica que requiere y la falta de recursos que la escuela ordinaria presenta para atender a la discapacidad en general, que, por cierto, se nutre de la incansable labor de las familias, y de un encomiable trabajo de maestros pt, que siempre son insuficientes en cualquier centro.